Con la elección de Robert Francis Prevost como nuevo Papa, bajo el nombre de León XIV, la Iglesia Católica escribe un capítulo inédito en su historia: por primera vez, un estadounidense asume el liderazgo del Vaticano.
Prevost, de 69 años y originario de Chicago, no es ajeno a la complejidad del mundo católico. Agustino de formación, misionero de vocación y administrador con mano firme, su perfil combina sensibilidad pastoral con experiencia curial, algo que lo colocó en el radar de quienes buscaban un pontífice capaz de navegar la Iglesia por aguas agitadas sin romper con el legado reformista de Francisco.
Ordenado sacerdote en 1982 dentro de la Orden de San Agustín, Prevost fue enviado como misionero a Perú, donde pasó más de 15 años en el norte del país, en la Diócesis de Chiclayo. Fue allí donde forjó una identidad pastoral marcada por el contacto con comunidades vulnerables, el trabajo intercultural y la defensa de los derechos humanos, especialmente en contextos de pobreza y violencia social.
En 2014, fue nombrado obispo de Chiclayo y en 2020 regresó a Roma tras ser llamado por el Papa Francisco para colaborar en la Curia. Su ascenso fue rápido: primero como miembro del Dicasterio para los Obispos, luego como su prefecto —es decir, el encargado de proponer y supervisar el nombramiento de obispos en todo el mundo—, un cargo de enorme influencia que le ganó reputación de ser metódico, accesible y prudente.
A diferencia de figuras más ideológicas o mediáticas dentro del Colegio Cardenalicio, Prevost ha cultivado un perfil discreto pero firme. Considerado un reformista moderado, comparte muchas de las prioridades del Papa Francisco: una Iglesia en salida, la descentralización del poder vaticano, la promoción de nuevos liderazgos pastorales, y una clara atención a las periferias geográficas y existenciales.
Al mismo tiempo, su elección también representa una apuesta por la estabilidad y el consenso, en un momento en que la Iglesia enfrenta tensiones internas, crisis de credibilidad y demandas crecientes de renovación, tanto doctrinal como estructural.
La elección de un Papa estadounidense, aunque inesperada para algunos sectores conservadores o eurocéntricos de la Iglesia, refleja la creciente globalización del catolicismo y el papel clave que América juega en su futuro. Con experiencia en América Latina, vínculos con Asia y África desde su trabajo como superior general de los agustinos, y una mirada universal desde Roma, León XIV llega con la capacidad de tender puentes en un mundo fragmentado.