La feria

La conveniencia de que el partido unido se divida

Urge que afloren las diferencias naturales al interior de Morena, que sea público que sí hay división, que sí hay obradoristas que ven con horror, y preocupación, desfiguros de, por ejemplo, el Poder Judicial.

El tránsito al poder pasa hoy por Morena y aliados. De estos, el PT tiene ideología mientras el otro partido se dedica a lo que sabemos. Mas en términos prácticos, en esa trinidad prima sólo una organización. Urge que ésta se divida.

División no como fractura, sino como principio identitario que exponga la deliberación entre las distintas formas de entender el obradorismo, ese presunto nuevo canon político; a partir de tal debate la ciudadanía tendría más elementos para eventualmente participar del mismo.

Andrés Manuel López Obrador creó Morena como entidad vertical. Su genio y autoridad políticas le eran reconocidas por quienes le siguieron desde el PRD o incluso desde partidos contrarios. Durante años sus decisiones fueron inapelables.


Esa dinámica, que sin chistar se hacía lo que el dedito tabasqueño apuntaba, se instaló de ida y vuelta; lo que quiero subrayar es que demasiados de quienes en algunos asuntos discrepaban de AMLO aprendieron a callar sus reservas.

Retirado el líder máximo, Morena se presenta como una organización donde no se aceptan las corrientes.

No es que el Movimiento Regeneración Nacional haya aprendido la lección por lo mal que les fue cuando muchas de ellas y ellos estaban en el sol azteca; es lo contrario: prefieren dizque prohibir los grupos al interior a aceptar que nunca supieron cómo gobernarse al respecto, cómo ser democráticos internamente. No hace falta abundar en que cuando el propio López Obrador dejó suelta su sucesión en el Partido de la Revolución Democrática aquello terminó en épico, y bochornoso, desgarriate.

A punto de cumplir el primer año del segundo sexenio obradorista, hay quien piensa que la única oposición posible es la que surja de personas o colectivos dentro de Morena mismo.

Hay que insistir en que por lo pronto oposición, lo que se llama oposición en el sentido de plantear alternativas al curso en boga, no sería, pues el credo guinda es muy claro: estatismo, nulos contrapesos, captura de todos los poderes y rechazo a la pluralidad partidista.

El anterior régimen se vio obligado a la apertura democrática cuando su fachada de legitimidad electoral quedó comprometida en deficiencias administrativas por corrupción e ineptitud, y por, desde luego, matanzas y acoso en contra de quienes se rebelaban.

Morena presume que tiene apoyo popular y por lo mismo gobernantes y legisladores de este nuevo régimen están lejos de pensar en negociar con opositores. Se sienten con sobrada legitimidad. Salvo que sus resultados están lejos de ser buenos o incluso presentables.

En tal perspectiva, una posibilidad de hacer que el régimen se contenga en sus peores instintos es sacar de las penumbras a quienes hoy todavía, así no esté ya López Obrador en público, murmuran en los pasillos susurros de preocupación por cosas que ven y saben.

Un partido monolítico es algo imposible en democracia. E incluso en regímenes de partido único hay diferencias, para bien o para peor, entre diferentes liderazgos; las personas que se encumbran imprimen matices, correcciones o hasta golpes de timón.

Sería deseable que la oposición logre pronto disputar a Morena más espacios. Por mientras, urge que afloren las diferencias naturales al interior del régimen, que sea público que sí hay división, que sí hay obradoristas que ven con horror, y preocupación, desfiguros de, por ejemplo, el Poder Judicial.

Que sus distintos puntos de vista los obliguen a discutir alternativas ante las coyunturas donde se juega el destino nacional. Que sea pública la vida pública… también al interior de Morena. ¿Hay riesgos de choques? Sin duda, pero lo otro es una falacia. No son un monolito.

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