Comienzo de semana y sigue la telenovela de los Monreal. Otra prensa se ocupa de si el Verde quiere o no romper con Morena. Y más allá, a otros entretienen las cuitas de la preprecandidatura de Andrea Chávez en Chihuahua. ¿Y las oposiciones?
El obradorismo copa la opinión pública, así sea con pleitos internos. Al polemizar, e incluso al chocar, se definen hegemónicos. Troquelan una noción de que la pelea que cuenta es la del oficialismo, que ganada la interna, y de ahí la atención que reciben, lo otro es pan comido.
Por eso la conversación mediática es sobre sí mismos: en Nuevo León Morena ya anda discutiendo que si Waldo Fernández, que si ora sí Tatiana Clouthier, que no, que Clara Luz Flores irá al repechaje … y en Guerrero hay aplausómetro en el informe de la gobernadora, y en San Luis Potosí dicen que ya casi no hay duda de que la esposa del gobernador se queda con la candidatura, y hasta en Quintana Roo los verdes parecen cerca de un acuerdo con Morena...
Las oposiciones, por su parte, lucen a la zaga. Unos más que otros, si se analizan por separado. Y el juntos no existe hoy ni siquiera entre el PRI y el PAN.
No suelo citar nada sobre Venezuela por la caricatura tremendista que cierto sector lleva rato diciendo que “lo mismo” espera a México. Sin embargo, un artículo reciente en El País es pertinente para pensar en la oposición mexicana.
Boris Muñoz publicó el 29 de agosto el texto “Esperando a Mr. Marshall en Venezuela”. En él explora lo que se vivía en esa nación en los primeros días de la nueva escalada entre Washington y Caracas. Extraigo la siguiente cita sobre la oposición venezolana:
“En momentos clave del último cuarto de siglo, la dirigencia opositora no ha podido –o sabido– aceptar derrotas y fracasos. Una consecuencia ha sido la descomposición periódica de sus cuadros, la apatía de las bases y el desencanto de los votantes. Es como si la negativa a reconocer la derrota los condenara a repetir los errores en distintos escenarios”.
Las oposiciones en México son en términos reales dos. Separados o juntos PRI y PAN, por un lado, y Movimiento Ciudadano por otro.
El régimen asocia a los dos primeros como uno solo a fin de devaluarlos mutuamente, que los pecados de uno peguen al otro.
Cuando faltan menos de dos años para la siguiente gran elección –17 gubernaturas, Cámara de Diputados y cientos de alcaldías– el ruido de organizaciones opositoras sobre sus capacidades, expectativas y posibilidades en los comicios es muy menor al de Morena.
No tendría que ser así, pues tienen un tercio de las capitales de los estados (Morelia, Monterrey, Hermosillo, Zacatecas, etcétera, son de oposición no naranja). ¿Ni un buen(a) candidato(a) a gobernador(a) saldrá de ahí?
Movimiento Ciudadano va en cuerda aparte. Aunque hay indicios de que tantean una alianza con el PAN en lugares como Jalisco (dicen que imposible en Nuevo León), cuándo empieza el ruido naranja de esos que en principio buscan defender bastiones.
Quizá no hay ruido opositor, es sólo una hipótesis, porque siete años después no han terminado de aprender de las derrotas y creen que los desplantes de Alito Moreno o Lilly Téllez son buena propaganda. Quizá.
La grilla es de quien la trabaja. Y así, mucho antes del periodo legal de precampañas, el oficialismo anda en el territorio. Que hay que preguntar quién paga tanto evento o gira, desde luego; pero los políticos del régimen están en la labor proselitista. ¿Y las oposiciones?