La feria

Cuál reforma electoral, cuál Pablo Gómez

La llegada de Pablo Gómez a coordinar los trabajos de la reforma electoral tiene en sí misma al menos un par de lecturas. Para empezar, es una cuña para Ricardo Monreal y Adán Augusto López Hernández.

El fin de semana fue anunciado un importante cambio en el gobierno federal. La salida de Pablo Gómez de la Unidad de Inteligencia Financiera puede impactar la dinámica democrática.

Gómez, según anunció el sábado la presidenta Claudia Sheinbaum, dejará la UIF para coordinar los trabajos de la reforma electoral.

Al fin Claudia Sheinbaum parece decidida a mover fichas del tablero que le fue heredado. En unos pocos días la presidenta se hace de posiciones indispensables para proyectos torales del sexenio.


La UIF era el elefante blanco de muchos temas. Por ejemplo, ¿cómo era posible que ocurriesen espectaculares decomisos a huachicoleros donde, además de ninguna detención in situ, era nula la detección de los operadores financieros de esos macronegocios?

Gómez, un histórico del movimiento de 1968 y experimentado cuadro de los partidos de izquierda predecesores de Morena, nunca fue el mejor perfil para la UIF. Que haya trascendido el sexenio amlista fue por el becariato del bienestar que, pareciera, comienza a ver su ocaso.

La salida de Gómez fue precedida de cambios en Fonatur y en la Comisión Nacional de Búsqueda. Ahora Sheinbaum tendrá en el primero a un operador suyo para el mayor rescate de Acapulco en décadas, y en la segunda podría nombrar a alguien con méritos un poquito más allá de ser una compañera del movimiento.

Si el verano se convierte en el tiempo de cambios, si salen muchos de los que debieron irse –a la vieja usanza– al terminar el anterior sexenio, será una buena coyuntura para el relanzamiento del gobierno, y una oportuna muestra de autoridad presidencial.

En otro plano, la llegada de Pablo Gómez a coordinar los trabajos de la anunciada reforma electoral tiene en sí misma al menos un par de lecturas.

Para empezar, es una cuña para Ricardo Monreal y Adán Augusto López Hernández.

Gómez, un campeón de las plurinominales donde los haya, sabe tanto o más latín parlamentario que los actuales coordinadores de San Lázaro y el Senado. Así que siguen las malas noticias para el zacatecano y el tabasqueño.

La duda es qué Pablo Gómez será el que emprenda los trabajos de la reforma electoral: ¿el que siempre se benefició de las plurinominales que el régimen priista concedió por la presión de la sociedad y de la oposición, el que coqueteó con una alianza con el PAN rumbo al 2000 para sacar al PRI de Los Pinos, el que creía en el multipartidismo al punto de ser parte de los redactores del Pacto por México, o el que desde 2018 se convirtió en un comisario que persiguió a ciudadanos con las poderosas herramientas de la UIF?

Hubo una vez un Pablo Gómez que creía en la pluralidad y en que el Estado democrático era incompatible con un hiperpresidencialismo y con un partido único.

Así lo expuso en Democracia contra presidencialismo en La sucesión presidencial en 1988, coordinado por Abraham Nuncio (Grijalbo 1987).

Gómez sostenía en ese texto que: “Las fuerzas políticas del país reclaman, aun sin decirlo, el debate y la posibilidad de convertir su opinión en acto de Estado a través de la lucha política, pero el presidencialismo ha sido demasiado duro para ceder, siquiera, algo de su inmenso e inconmensurable poder”.

Lamentaba, igualmente, que en esos años del régimen priista donde la autoridad presidencial era total, la Cámara de Diputados fuera “el foro de la discusión política del país, pero no el instrumento legislativo”.

Subrayaba que el ideal sería uno donde “las atribuciones constitucionales del Congreso serían suficientes para obligar al presidente a negociar toda su política económica con los representantes populares”.

Planteaba que era “necesario desmontar el control que ejerce el partido oficial y el aparato del Estado sobre las organizaciones de masas y la opinión pública”.

Imaginaba que “bajo un sistema democrático el poder no solamente tendría que modificar su forma de actuar, sino que podría cambiar de manos”.

Defendía la lucha política para “sustituir la cultura del paternalismo, la corrupción y la imposición, por una nueva cultura basada en el respeto a los derechos de todos y el concurso de la sociedad a través de sus partes integrantes”.

Y finalmente remataba que “para los revolucionarios actuales la revolución y la sociedad que de ésta surja, no pueden entenderse sin la democracia y sólo a través de ella”.

Pablo Gómez tiene el encargo de coordinar LA (con mayúsculas) gran reforma de Claudia Sheinbaum. ¿Será una reforma como él y la izquierda siempre reclamaron? Una plural, incluyente, sin partido de Estado, sin presidencialismo con poderes metaconstitucionales, sin control de sindicatos o prensa, con garantía de competencia pareja para la alternancia, con un Legislativo que funciona como un contrapeso… ¿O será una redactada por otro Pablo Gómez, uno que ya no actúa como cuando desde la oposición luchaba por la democracia?

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