La feria

Sobre la popularidad de la presidenta… y sus efectos

Claudia Sheinbaum se sabe popular y se sabe poderosa. En estos siete meses ha aprendido que puede negar cualquier denuncia periodística y salirse con la suya.

Como sigue siendo tema eso de tratar de inteligir cómo es que la presidenta mantiene la popularidad de la que goza (digamos promedio de 80 puntos en las encuestas), recordemos algunas razones medio obvias, y otras no tanto, pero que parecen invisibilizadas.

La presidenta Sheinbaum es popular primero porque ha logrado extender eso llamado “luna de miel”. Es decir, no ha visto fracturarse el bono de buena voluntad con el que llega casi todo gobernante pasada una elección.

Ello en parte se debe a que, en efecto, la gente en términos generales (y mayoritarios) quería continuidad: que siguieran los programas sociales (y si además aumentan, qué mejor), que se mantuviera el discurso nacionalista (y si encima tal narrativa se enarbola frente a una amenaza creíble –en este caso Trump– y ella no luce mal en el trance, doblemente efectivo), y que, en palabras llanas, continuara desde el gobierno el ánimo vengativo en contra de los “del pasado”.


Si el presidente López Obrador no sólo supo destapar a quien podría ganar por mucho la elección (con la ayudota extralegal que él le dio con recursos oficiales, claro está), sino que se retiró a su rancho con buena aprobación a pesar del desastre del manejo de la pandemia, de la terrible política energética, del desabasto médico, del crecimiento (decrecimiento habría que decir) económico y de la violencia, ergo, ¿qué tan raro es que la presidenta tenga los mismos problemas y la misma aprobación?

Esa supuesta disonancia entre el desempeño y la popularidad podría deberse, también, a otros factores. En particular, tres: el primero es el neocorporativismo, el segundo es la prensa, y el tercero es la iniciativa privada.

La presidenta Sheinbaum es popular también porque ha logrado, a pesar de lo que dice ella misma en la primera carta de Claudia a los morenos, seguir la ruta iniciada por Andrés Manuel al buscar un partido hegemónico al que se sumen, por ejemplo, los sindicatos.

No es una crítica, es un intento de explicación: hoy los sindicatos, esos, los que siempre hemos tenido, los que son como son, y alguno que otro advenedizo, pero igual de sui generis en su democracia interna como los charros de antes, esos están con el régimen. Punto.

En estos días en que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación hace algo de ruido en las calles, resulta más atronador el aplauso de los petroleros, los maestros, los de la CATEM y, no se diga, los sindicatos del gobierno. Quieren a la presidenta y viceversa.

Salto al tercer elemento, la IP. Leí este fin de semana una frase de Luis Rubio que me parece insuperable: “los políticos del sector privado”. Gran concepto para entender que los ganaderos de Coahuila o los de Campeche están que truenan con el gobierno federal por el gusano barrenador mientras Paco Cervantes puras cosas bellas dice de la administración. Claro, los dichos de aquellos van a páginas interiores, las fotos de Paco y “los políticos del sector privado” van a primera plana. Mucha selfies de la vida en rosa en Polanco y anexas.

Finalmente, los medios. Claudia se sabe popular y se sabe poderosa. En estos siete meses ha aprendido que puede negar cualquier denuncia periodística y salirse con la suya. Como ayer, cuando le preguntaron sobre publicaciones que dejan mal parado al ministro Zaldívar y ella dijo él ya aclaró.

Un, una gobernante sabe que la prensa no tiene manera de hacer vinculantes sus denuncias. El periodismo aporta información, y si un gobierno tiene verdadero compromiso con la rendición de cuentas retoma, así sea a regañadientes, una denuncia periodística.

Pero si la persona en el poder es consciente de que tiene medios públicos a su servicio, medios privados obsequiosos, y la capacidad de imponer en redes una conversación, así sea con bots o paleros, entonces ese político, que entiende que las denuncias pueden dañar su reputación y la de su gobierno, niega la realidad.

Sólo que al negar esa realidad que aparece cada día en espacios periodísticos también niega la posibilidad de que el gobierno se autocontenga, que corrija donde es debido, que expulse a quien hace daño, que castigue a los abusivos, que, en pocas palabras, escuche algo más que su propia propaganda, esa que tan exitosamente dice que todo está requetebién cuando las alertas con información contraria suenan, así sea quedito y de forma impopular, por doquier.

La presidenta es popular porque empresarios metidos a políticos y los sindicatos deseosos de ubre gubernamental renunciaron a criticar, porque entendió bien que hay demanda de programas sociales, y porque tiene, básicamente, control de la prensa y las redes. ¡Ah! Y porque la oposición sigue sin aparecer. Dónde está el misterio de la popularidad.

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