Coordenadas

La carambola de tres bandas detrás de los nuevos aranceles

Lo que estamos viendo es, en realidad, la pieza más ambiciosa de rediseño de política comercial que el gobierno de México ha puesto sobre la mesa.

El paquete arancelario que impone aranceles a los productos de países con los que no tenemos tratados de libre comercio no es un simple ajuste técnico ni una actualización rutinaria de la tarifa comercial.

Si leemos entre líneas, lo que estamos viendo es, en realidad, la pieza más ambiciosa de rediseño de política comercial que este gobierno ha puesto sobre la mesa.

Y la trascendencia no radica solo en su tamaño —abarca mil 463 fracciones arancelarias— sino en la lógica estratégica que encierra. Para entender el fondo de esta medida, hay que ir más allá de los números y observar el tablero completo.


La propuesta original enviada por el Ejecutivo era agresiva: planteaba elevar aranceles hasta 50 por ciento para un amplio grupo de mercancías provenientes de países con los que no tenemos tratado comercial, con una dedicatoria muy clara a China y a otras economías asiáticas. La lista era exhaustiva: autopartes, textiles, acero, electrodomésticos, muebles, plásticos, juguetes y calzado, entre otros.

El argumento oficial era claro: fortalecer la industria nacional frente a una competencia que, según el diagnóstico gubernamental, llega con precios “distorsionados”. Era, sin duda, el intento más definido por construir un muro comercial desde la firma del TLCAN.

Sin embargo, en San Lázaro hubo una operación de “cirugía fina”. La Comisión de Economía, tras escuchar a distintas ramas industriales, suavizó buena parte del trazo original. En alrededor de dos terceras partes de las fracciones, las tarifas propuestas se redujeron respecto a la iniciativa inicial. Incluso, en más de 100 fracciones se optó por la sustitución de la fracción para evitar golpear insumos clave en las cadenas exportadoras.

Otra calibración legislativa fue fundamental: eliminó la facultad del Ejecutivo para modificar en el futuro en solitario las tasas arancelarias implicadas y borró la cláusula de caducidad de un año. El resultado es un esquema permanente, y con mayor control del Congreso.

Ahora bien, ¿qué pretende realmente el gobierno con este movimiento? A primera vista, parecería una medida proteccionista clásica en defensa de la industria nacional. Pero, en realidad, la jugada busca una carambola de tres bandas.

La primera banda es la política industrial. Ante un entorno global que se reconfigura hacia bloques regionales, México intenta corregir una vulnerabilidad latente: la entrada masiva de productos asiáticos que compiten deslealmente con la manufactura local. Un arancel más alto encarece el ingreso de esos bienes y otorga margen de maniobra a los productores mexicanos. Es un giro que rompe con tres décadas de tradición aperturista, pero que se considera indispensable para una “nueva industrialización”.

La segunda banda es, claramente, geopolítica. Faltan meses para la revisión formal del T-MEC y México necesita llegar a esa mesa con municiones. El mensaje hacia Washington es inequívoco: el país tiene la voluntad y los instrumentos para ajustar su política comercial cuando sea necesario. En un escenario donde Estados Unidos acusa a China de triangular exportaciones a través de México, este paquete permite demostrar que existen mecanismos para depurar las cadenas de valor. No tenga duda: estos aranceles serán una ficha de intercambio clave en las conversaciones de 2026.

La tercera banda es el pragmatismo interno. El objetivo de la revisión legislativa fue evitar que el remedio se convirtiera en veneno.

De haberse aprobado el proyecto original sin matices, numerosas industrias habrían enfrentado un alza inmediata en costos, afectando exportaciones y frenando inversiones. La corrección evitó ese descalabro y busca mantener a flote la competitividad de nuestras empresas.

En suma, estamos ante una decisión que busca simultáneamente proteger sectores estratégicos, enviar señales de cooperación a Estados Unidos y blindar la planta productiva local.

Es una carambola compleja que requiere precisión milimétrica. El riesgo, sin embargo, persiste.

Si estos aranceles se aplican sin una estrategia complementaria de productividad y mejora regulatoria, podrían terminar siendo una simple muralla que encarece insumos y alimenta la inflación.

La jugada está en marcha. Falta ver si las tres bandas responden como espera el gobierno o si, como suele ocurrir cuando falta pericia, el tiro termina rebotando en contra.

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