Dos hechos relacionados con la empresa de mayor valor de mercado en el mundo reflejan la contradicción que hoy vive el mundo financiero.
Ayer, el gobernador de Nuevo Léon, Samuel García, anunció una inversión de mil millones de dólares para la construcción de un centro de datos en el estado, que atribuyó a Nvidia. La empresa luego precisó que ellos no invertirán. Serán terceros.
En realidad Nvidia invierte en centros de datos como si fueran tiendas. Entre 2024 y 2025 anunció la construcción de alrededor de 100 centros de datos en distintas partes del mundo.
El anuncio fue precedido por la desinversión de SoftBank, que vendió cinco mil millones de dólares en acciones de la compañía. Esta decisión, proveniente de una institución tan influyente como el grupo japonés encabezado por Masayoshi Son —uno de los principales inversores globales en tecnología—, intensificó la discusión sobre si las valuaciones alcanzadas por empresas como Nvidia tienen sustento o si estamos frente a una burbuja que podría estallar y arrastrar consigo al mercado accionario.
Quienes advierten una burbuja con alto riesgo de reventar sostienen que el precio de mercado se ha despegado de la realidad. Por ejemplo, la relación Precio/Utilidad (P/U) de Nvidia es de 55 veces, mientras que el múltiplo histórico del S&P 500 ronda las 16 veces. Además, existe una fuerte concentración: unas cuantas tecnológicas gigantes representan cerca del 38% del S&P 500, por lo que cualquier tropiezo en sus resultados puede arrastrar al mercado completo.
También observan una euforia inversora: una carrera global por centros de datos y chips que podría derivar en sobreinversión si la monetización tarda.
A esto se suman dependencias frágiles —pocos clientes ancla capaces de alterar toda la estructura de inversión— y riesgos regulatorios, como la posibilidad de medidas antimonopolio o nuevas reglas sobre privacidad y poder de mercado. Algunos recuerdan 1999: entonces también se habló de una “nueva era” y, cuando el crecimiento esperado no alcanzó al precio, la reversión fue abrupta.
Pero los optimistas sostienen que esta vez es distinto.
Afirman que las valuaciones reflejan utilidades y flujos de caja reales: las big tech reportan crecimientos de ingresos de doble dígito, márgenes elevados y balances financieros sólidos.
Su tesis es que no estamos ante un exceso especulativo, sino frente al arranque de una revolución tecnológica comparable a la electricidad, aunque con una difusión mucho más rápida gracias a la nube, los smartphones y las redes globales.
La inversión masiva en centros de datos, chips y software no sería un derroche, sino infraestructura habilitadora de una nueva capa productiva con contratos multianuales y demanda comprometida. La curva de adopción apenas comienza y puede acelerarse en los próximos años.
A diferencia del año 2000, hoy existen ganancias sostenibles y flujos de caja crecientes. Si los beneficios continúan aumentando, los múltiplos actuales podrían considerarse razonables por la duración del crecimiento esperado, no como espuma especulativa.
Por ahora, la tensión entre estas dos visiones alimenta tanto la volatilidad de los mercados como las expectativas de transformación productiva.
México, con anuncios como el de Nvidia, busca ser parte de esta revolución. Sin embargo, el riesgo sistémico persiste, y no puede descartarse que algunos protagonistas del auge tecnológico enfrenten correcciones severas si las promesas no se materializan.
Esperemos se haya aprendido la lección de Tesla.
