¿Qué significa la llegada de José Medina Mora al Consejo Coordinador Empresarial (CCE)? En pocas palabras: un cambio de tono con efectos de fondo.
Durante dos dirigencias consecutivas —Carlos Salazar y Francisco Cervantes— el CCE privilegió una relación tersa con la 4T. La apuesta fue mantener canales abiertos, reducir fricciones y confiar en el diálogo, aun a costa de moderar posiciones en reformas polémicas. Esa estrategia aportó certidumbre en momentos de tensión, pero también dejó la percepción de un CCE menos combativo y más dispuesto a ceder.
El arribo de Medina Mora sugiere otro enfoque. Su trayectoria mezcla empresa, academia y gremio: fundador y presidente del consejo de CompuSoluciones y presidente nacional de Coparmex entre 2021 y 2024. No llega a aprender; llega con reputación de interlocutor firme y, a la vez, dialogante. Ese balance es clave cuando la economía exige reglas claras para invertir, certidumbre regulatoria y una negociación más fina del T-MEC.
Detrás de su virtual designación está el peso del Consejo Mexicano de Negocios, que se inclinó por un perfil independiente y crítico. El mensaje es nítido: recuperar capacidad de incidencia en políticas que afectan competitividad, Estado de derecho y certidumbre energética. No se trata de elevar el volumen, sino de elevar la eficacia.
¿Cuál es el estilo de Medina Mora? Como dirigente de Coparmex practicó una fórmula difícil: diálogo con crítica. Supo construir acuerdos cuando los había, pero fijó postura en autonomía institucional, seguridad jurídica y calidad del gasto. Llevado al CCE, ese sello implica posicionamientos con sustento técnico, presencia activa en el Congreso y capacidad de litigar —jurídica y mediáticamente— cuando las métricas lo ameriten.
La experiencia reciente explica la pertinencia del giro. La diplomacia de Cervantes tendió puentes útiles para la relocalización y para evitar choques mayores con el Ejecutivo. Pero la misma moderación dejó huecos cuando se requirieron contrapesos firmes ante reformas judiciales o cambios regulatorios de alto impacto. El CCE no puede ser solo un gestor de audiencias; debe ser coautor de soluciones.
2026 traerá la revisión del T-MEC. Entre 2025 y 2027 se intensificarán controversias en energía, competencia e infraestructura. Además, la presión por más recaudación reabrirá debates fiscales de calado. En todos esos frentes el CCE necesita tres cosas: (1) métricas y propuestas —no solo pronunciamientos—; (2) alianzas con cámaras, Pymes y academia para evitar que la narrativa se monopolice desde “las grandes ligas”; y (3) consistencia: apoyar cuando una iniciativa mejore productividad y oponerse, con fundamentos, cuando la debilite.
Medina Mora encaja por tres razones. Primero, proviene de la tecnología, un ámbito donde la productividad se prueba con datos y resultados, no con adjetivos. Segundo, Coparmex le dio entrenamiento intensivo en conversación pública: decir “sí” y “no” con argumentos, sin romper puentes. Tercero, su vínculo con el empresariado regional puede llevar al CCE problemáticas que la capital no ve: logística, talento, permisos, seguridad local.
¿Hay riesgos? Sí. Un liderazgo más crítico puede tensar la relación con el Ejecutivo si se percibe como oposición en automático. Evitar ese atajo exigirá firmeza técnica, no estridencia; diálogo, no complacencia. Hacia dentro, el reto será articular consensos en una confederación diversa; hacia fuera, recuperar influencia en las mesas donde se decide la letra chica de normas y presupuestos.
Un presidente como Medina Mora no representa la negación del diálogo. Representa, más bien, el intento de colocar la voz empresarial en modo propositivo y fuerte a la vez: pactar cuando haya condiciones, y confrontar —con evidencia— cuando no las haya. En un país que necesita inversión, reglas estables y crecimiento sostenido, esa combinación puede marcar la diferencia entre ser espectador de las reformas o coautor de ellas.
