Coordenadas

El reto de la confianza empresarial

El ciclo de inversión se alimenta de expectativas: si los aranceles son volátiles, el T-MEC está en revisión, el amparo cambia, las aduanas son erráticas y el horizonte fiscal es borroso, el costo del capital sube y la inversión baja.

La economía no camina sin inversión. Es el motor que pone en marcha nuevas plantas, hoteles, comercios y carreteras. Y, cuando ese motor se enfría, el crecimiento pierde impulso.

Eso es exactamente lo que ha venido ocurriendo: los indicadores de inversión muestran una trayectoria descendente que no se compensa con la mayor llegada de capital foráneo.

Miremos algunos datos esenciales. El Indicador Mensual de la Formación Bruta de Capital Fijo —el mejor termómetro de la inversión física— registró caídas en los primeros siete meses del año, con un registro acumulado de -6.7 por ciento.


La inversión fija es, sobre todo, nacional: la mayor parte del capital que se coloca en México proviene de empresas residentes que reinvierten utilidades y toman riesgos aquí, todos los días. Los datos más recientes indican que el 81 por ciento de la inversión total es nacional y solo el 19 por ciento extranjera.

La inversión extranjera directa (IED) ha crecido con fuerza, sí, pero no sustituye a la inversión doméstica ni corrige por sí sola un deterioro del clima interno.

¿Qué explica esta paradoja? Además de los ya conocidos cuellos de botella energéticos y de infraestructura, hoy pesan otras fuentes de incertidumbre.

La confianza empresarial—ese “estado de ánimo” que determina si un proyecto se hace o se pospone—permanece, de acuerdo con la cifra que el INEGI dio a conocer ayer, por debajo del umbral de 50 puntos que separa el optimismo del pesimismo. En octubre, el indicador global de confianza se ubicó en 48.6 y ligó ocho meses en zona pesimista. Donde falta certidumbre, sobran pretextos para no invertir.

¿Qué factores explican esta desconfianza?

Primero, los aranceles. La posibilidad de nuevos gravámenes en Estados Unidos y la elevación de aranceles a China modifican reglas de juego, encarecen insumos y alteran cadenas de suministro. La inversión no florece cuando el tablero puede cambiar de la noche a la mañana.

Segundo, la revisión del T-MEC. El tratado ha sido la columna vertebral de nuestro modelo exportador. Su próxima evaluación abre interrogantes sobre reglas de origen, mecanismos de solución de controversias y disciplinas laborales y ambientales. Aun cuando el resultado final sea positivo, el periodo de negociación introduce “ruido” que los comités de inversión ponderan con lupa.

Tercero, la reforma judicial y cambios al amparo. La inversión requiere un árbitro predecible y expedito. Si el andamiaje judicial se percibe como menos independiente o más lento, si el amparo —herramienta clave para proteger derechos frente a actos de autoridad— cambia su alcance o tiempos, el valor esperado de los proyectos cae. No se trata de política, sino de cálculo: mayor riesgo regulatorio implica mayores tasas de descuento y, por tanto, menos obras que pasan el filtro financiero.

Cuarto, aduanas y cumplimiento. La modernización aduanera avanza, pero la dispersión de criterios, la rotación operativa y los cambios frecuentes en reglas de documentación elevan costos y tiempos. Para el inversionista, un día extra en frontera o un lote detenido por criterios discrecionales puede tirar márgenes.

Estos vectores se retroalimentan con la confianza empresarial: cuando el empresario percibe que pueden moverse al mismo tiempo las piezas arancelarias, las reglas del tratado, el marco judicial, los criterios aduaneros y la factura fiscal, la decisión racional es esperar.

Y esperar, en inversión, significa crecer menos hoy y también mañana: sin nueva capacidad instalada, la productividad no despega y el empleo de calidad se frena.

La IED, por su parte, seguirá llegando a nichos atractivos —automotriz, eléctrico-electrónico, dispositivos médicos—, pero su función es complementaria. Para que su efecto se multiplique, necesita una base doméstica vigorosa: proveedores locales invirtiendo, financiamiento competitivo y reglas claras.

El nearshoring no es automático; exige certidumbre contractual, energía suficiente y procesos aduaneros previsibles. Cuando esas condiciones faltan, los proyectos se redimensionan o se reubican.

La lección es didáctica y contundente. México tiene mercado, ubicación y talento. Pero el ciclo de inversión se alimenta de expectativas: si los aranceles son volátiles, el T-MEC está en revisión, el amparo cambia, las aduanas son erráticas y el horizonte fiscal es borroso, el costo del capital sube y la inversión baja.

Y como la inversión nacional es mayoritaria, su enfriamiento arrastra al conjunto, por más que la IED marque buenos números.

Reactivar el motor implica despejar dudas antes que anunciar grandes planes: cuando las reglas son claras y se respetan, el capital —propio y foráneo— vuelve a moverse.

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