La economía mexicana, medida por el PIB, retrocedió -0.3% anual en el tercer trimestre.
No fue sorpresa: desde el pasado 22 de octubre advertimos aquí que, salvo un cambio estadístico relevante, veríamos la primera caída anual del PIB desde el primer trimestre de 2021.
El trimestre perdió tracción de principio a fin y la explicación central es simple: la industria cayó -2.9% anual y arrastró al conjunto.
En contraste, las actividades primarias sorprendieron al alza, aunque por su menor peso no alcanzaron a compensar la baja industrial. El sector terciario —comercio y servicios— creció 0.9% anual, pero su impulso tampoco fue suficiente para evitar los números rojos del total, solo amortiguó un poco la caída.
El deterioro industrial fue transversal. La minería y la extracción de hidrocarburos mostraron caídas de entre -6% y -7% anual a lo largo del trimestre; electricidad, agua y gas retrocedieron entre -2% y -3%; la construcción reportó bajas de -3% a -4%, lastrada por el desplome de la ingeniería civil, que en agosto retrocedió -27%; y las manufacturas, el segmento más grande del sector, observaron un retroceso de entre -1.5% y -2% anual.
Con esa inercia, el resultado del trimestre estaba prácticamente resuelto: la industria cerró a la baja y terminó contaminando el comportamiento del PIB total.
Detrás de esas caídas hay factores específicos.
En la construcción, la caída de la obra pública, expresada en el retroceso de 32.5 por ciento en términos reales de la inversión física del sector público es el factor determinante.
En las manufacturas hay ajustes de pedidos e inventarios con una demanda externa dispareja y más tibia. El crecimiento de las exportaciones electrónicas no ha logrado ser suficiente para amortiguar la caída del sector del automóvil.
En la minería la caída más grave corresponde a la extracción de hidrocarburos, que fue de entre 5 y 6 por ciento en el trimestre.
De cara al último tramo del año, habrá que poner atención a cuatro frentes.
Primero, en la construcción: señales de normalización en obra civil y edificación serían suficientes para frenar la aportación negativa del sector. Las estimaciones oficiales de cierre de la inversión pública muestran que podría haber un empuje al final del año.
Segundo, en las manufacturas de exportación, aun sin nuevos aranceles para productos mexicanos, el pulso de la economía estadounidense apunta más a estabilización que a despegue. No es viable que pudiera tener una mayor tracción al final del año.
Tercero, en energía y minería: veremos si los precios altos de algunos metales y una posible estabilización de la extracción de hidrocarburos, pudieran ofrecer un panorama menos negativo.
En el sector terciario el consumo privado y el turismo han actuado como amortiguadores; si se mantienen en positivo, el PIB podría salir del bache sin euforia, pero también sin otro tropiezo.
El juego de comparaciones será más benigno en el cuarto trimestre. Si el nivel de actividad de octubre a diciembre se mantuviera sin cambios frente al trimestre previo (crecimiento cero t/t), el resultado sería un avance anual de 0.3% contra el 4T de 2024.
No parece que el escenario más probable sea el de una doble caída que configure “recesión técnica”, pero sí uno de estancamiento con sesgo a la baja si la industria no corrige.
En los tres primeros trimestres, el crecimiento promedio del PIB total fue de 0.5%; un buen cierre lo podría llevar a 0.7%, uno malo lo acercaría a 0.3%. Para fines prácticos, la diferencia es menor y la señal es clara: sin una mejora industrial, la economía seguirá en zona de baja velocidad.
Lo verdaderamente relevante será 2026. La posibilidad de recomponer la mezcla sectorial —que la construcción deje de restar, que las manufacturas encuentren una demanda externa más firme y que energía se estabilice— definirá si México regresa a una trayectoria de crecimiento o permanece navegando con poca potencia. Ese es el desafío inmediato para la política pública y para la inversión privada.
