Coordenadas

La ‘revolución política’ de Donald Trump

Si la combinación de aranceles, “capitalismo de Estado” y cierre gubernamental se traduce en más desempleo y más inflación, el humor social cambiará en Estados Unidos y los mercados financieros lo van a reflejar

Mucho se ha hablado de los profundos cambios que Donald Trump está propiciando a nivel global, buscando crear una nueva arquitectura comercial.

Pero, no se ha puesto suficiente atención en la ‘revolución política’ que está realizando en Estados Unidos a partir de eliminar los mecanismos de pesos y contrapesos que por siglos ya han caracterizado a la democracia norteamericana.

¿Podrán encontrar resistencia estos cambios o se va a producir una transformación irreversible en el sistema político de nuestos vecinos?


Ian Bremmer, fundador de la firma Eurasia, especializada en el análisis de riesgo político, hizo un minucioso análisis de esta circunstancia en un reporte difundido esta semana.

Me parece muy relevante para México lo que menciona, por lo que le resumo algunos de sus planteamientos.

Si hubiera una reacción a la ‘revolución política’ de Trump, dice Bremmer, ¿de quién vendría y cómo se daría?

Ello definirá el equilibrio de poder en Estados Unidos y, por extensión, el contexto económico y geopolítico en el que México deberá navegar.

El primer ámbito de respuesta a Trump, paradójicamente, no es el Partido Demócrata. Con liderazgo difuso y fracturas internas, su capacidad de coordinar una resistencia eficaz luce limitada. Hay gobernadores y alcaldes con alto vuelo —Newsom, Pritzker— pero no parecen por ahora capaces de encabezar una reacción a escala nacional.

La resistencia formal más efectiva proviene del Poder Judicial: jueces que frenan excesos, una Corte que cuida su legitimidad y un sistema de jurados que blinda la aplicación de justicia frente a la tentación de politizarla. Mientras ese andamiaje se mantenga, las posibles aventuras maximalistas —como suspender las elecciones intermedias por ejemplo o forzar un tercer mandato— son, simple y llanamente, imposibles.

El segundo ámbito de respuesta es el corporativo-financiero. Los CEO más importantes han evitado confrontaciones públicas, pero ya discuten cuáles son las líneas rojas que Trump no puede cruzar. Por ejemplo, una probable desobediencia a la Corte por parte del Ejecutivo. Todo lo demás —ley marcial en un estado renuente, presiones a la Fed, aranceles desbordados— no garantiza una reacción colectiva.

Sin embargo, en el ámbito económico, los mercados tienen su propio lenguaje: si la combinación de aranceles, “capitalismo de Estado” y cierre gubernamental se traduce en más desempleo y más inflación, el humor social cambiará en Estados Unidos y los mercados financieros lo van a reflejar.

Un bache serio en la economía sí podría erosionar la base política del presidente y recalibrar su agenda.

El tercer ámbito es la información. Trump aprendió a no requerir de los medios tradicionales. Usa redes propias o afines, algoritmos que amplifican y un ecosistema de influencers leales. Los periódicos o la televisión abierta, debilitados, resisten poco.

Para México, esta arquitectura importa: significa que los mensajes de la Casa Blanca pueden endurecerse con rapidez y a gran escala, condicionando percepciones sobre migración, comercio o seguridad sin contrapesos narrativos que tengan el mismo alcance.

El cuarto ámbito es “la calle”. Las marchas “No Kings” mostraron músculo sin violencia, pero la juventud estadounidense se siente ajena a la política y vota menos. La protesta existe, sí; la coordinación sostenida, no.

Al mismo tiempo, crece un sustrato minoritario dispuesto a la violencia por ambos extremos y ese ruido incrementa la incertidumbre política.

¿Por qué este mapa debería importarnos?

Porque de él se desprende el margen de maniobra del vecino. Si los contrapesos reales son la Corte y la macroeconomía, nuestros riesgos y oportunidades se concentran ahí.

Hay que apuntar hacia el arbitraje jurídico —aprovechar reglas claras y paneles de disputa cuando corresponda— y también a la prudencia macroeconómica: blindar finanzas públicas, anclar expectativas y acelerar inversión privada para absorber choques de oferta y demanda que vengan del norte.

México no puede apostar a que “alguien” contenga a Trump.

Debe gestionar el entorno: apostar a diversificar mercados por lo menos como narrativa, pero dando prioridad a no perder la relación especial que tiene con Estados Unidos; resolver cuellos de botella logísticos y regulatorios para que el nearshoring no se nos escurra y construir consensos internos que resistan ciclos políticos ajenos.

La lección es sencilla: la reacción en EU a la ‘revolución política’ de Trump existe, pero es lenta, fragmentaria y condicionada.

Ante el nuevo entorno político en nuestro vecino del norte, México debe tener una reacción ágil, coordinada y estratégica.

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