Coordenadas

La inversión, el motor que patina

En la primera mitad del año, la inversión privada explicó 90.4% del total y la pública apenas 9.6%.

¿Cómo ha evolucionado la inversión productiva en México en los últimos meses y qué explica el bache en el que ha caído?

La lectura fina de las cifras de oferta y la demanda de INEGI, reveladas el viernes pasado, ofrece una fotografía: en el primer semestre, la formación bruta de capital fijo retrocedió –6.6%, lo que restó 1.4 puntos al PIB del periodo. Es un golpe directo al corazón del crecimiento: si la inversión se hubiera quedado en cero, el avance del PIB no habría sido de 0.4% (cifras originales), sino de 1.8%.

El diferencial no es menor: es la distancia entre un estancamiento incómodo y una expansión aceptable.


¿Dónde se rompió la cadena? Primero, por el lado de la composición.

En la primera mitad del año, la inversión privada explicó 90.4% del total y la pública apenas 9.6%.

Esa asimetría importa porque quien manda en el ciclo es, abrumadoramente, el sector privado. Del bloque privado, aproximadamente 19% provino de inversión extranjera directa (IED) y 81% de inversión nacional. Así, lo que ocurra con estas dos palancas —los capitales que llegan del exterior y los que decide arriesgar el empresariado local— determina, casi por completo, la trayectoria del gasto en capital.

Segundo, por el lado de la dinámica. En el semestre, la inversión privada cayó –3.9%, mientras la pública lo hizo –20.2%. No es un tropiezo menor: el desplome del gasto público en infraestructura se vuelve lastre para un sector privado que, además, enfrentó señales cruzadas.

Lo paradójico es que, dentro del agregado privado, hubo luces: la IED creció cerca de 10% anual, aunque la inversión nacional retrocedió en alrededor de –5%. Es decir, el capital foráneo aceleró, pero el doméstico pisó el freno; la fuerza resultante fue, por tanto, insuficiente para compensar el hueco que abrió el sector público.

Este mosaico revela un mensaje claro: la inversión en México no es un bloque uniforme. Conviven sectores y decisiones con horizontes muy distintos.

La IED responde a estrategias globales, a cadenas de suministro en reconfiguración y a ventajas de localización; la inversión nacional, en cambio, es más sensible al pulso de la demanda interna, al costo financiero, a la certidumbre regulatoria y, por supuesto, a la lectura que hace el empresario del clima de negocios.

Cuando esas brújulas marcan rumbos diferentes, el resultado es un crecimiento muy diferenciado.

¿Qué viene hacia adelante? Los Criterios Generales de Política Económica y el Presupuesto 2026 plantean un crecimiento real de la inversión pública de 10% para ese año.

Si se cumple, sería un giro respecto al desplome de 2025 y ayudaría a recomponer el terreno perdido.

Pero el repunte no dependerá solo del Estado: la gran interrogante es la reacción de la inversión privada, particularmente de la nacional. La historia reciente sugiere que, si se despejan algunas incertidumbres en la relación comercial con Estados Unidos, el apetito por invertir puede volver.

No se trata de una apuesta ciega: el flujo de IED ya mostró resiliencia; falta que el capital doméstico encuentre razones para salir de la pausa.

Aquí aparece el factor T-MEC. Aunque la revisión/renegociación formal ocurrirá hasta la segunda mitad de 2026, desde este año iremos conociendo las líneas maestras de lo que puede venir.

Ese “perfil anticipado” podría acotar la incertidumbre y permitir decisiones de inversión con mayor horizonte.

Si el ajuste regulatorio es razonable, si las reglas de origen y los capítulos laborales y ambientales se clarifican sin sobresaltos, y si el entorno geopolítico no introduce nuevos shocks, México mantendrá su atractivo como plataforma exportadora.

Lo contrario —un entorno de reglas movedizas y costos legales crecientes— empujaría a más empresas a la estrategia de esperar y ver.

La conclusión es sencilla, pero exigente. Para que la inversión deje de patinar, tres llaves deben girar al mismo tiempo:

1. Recuperar la inversión pública en infraestructura económica y social con ejecución oportuna y proyectos bien evaluados;

2. Consolidar la IED que ya llegó, facilitando su derrame local mediante proveedores nacionales y capital humano calificado;

3. Reactivar la inversión privada nacional, reduciendo la incertidumbre regulatoria, estabilizando expectativas y conteniendo costos financieros.

Si esas piezas encajan, el motor volverá a tomar tracción: la inversión dejará de restar y volverá a sumar al crecimiento.

Y allí está el punto de fondo: no hay atajo para el desarrollo sostenido que no pase por invertir más y mejor.

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