Coordenadas

El futuro del gobierno de Sheinbaum pasa por el T-MEC

Tras noviembre —cuando vence la ventana de 90 días fijada por Washington para revisar aranceles— el objetivo mínimo es no perder terreno; el ideal, mejorarlo.

¿Por qué la negociación con Estados Unidos y Canadá se volvió determinante para el futuro de México y de su gobierno?

La respuesta está en la aritmética del crecimiento y en la realidad política que se nos viene encima.

De acuerdo con los pronósticos del Banxico, este año el PIB crecería 0.6 por ciento y en 2026 alrededor de 1.1 por ciento. Si así ocurriera, el promedio de los dos primeros años del sexenio sería 0.84 por ciento, prácticamente lo mismo que en el periodo de AMLO (0.85 por ciento real).


En otras palabras: ya acumularíamos ocho años sin aumento del PIB per cápita; incluso, con un ligero retroceso.

Es un dato frío que, sin embargo, cuenta una historia: la del país que no puede crear más riqueza.

Aun así, en estos años se elevó la recaudación y se financiaron programas sociales. Alcanzó, además, para que en 2024 viviéramos una verdadera “borrachera de gasto” que llevó el déficit a máximos de este siglo.

Ese impulso, sin embargo, no puede repetirse indefinidamente: no hay presupuesto que aguante ni paciencia de mercados que lo convalide.

Muchos dentro del gobierno lo saben: si la actividad no toma tracción a partir de 2027, el modelo se agota o exige una reforma fiscal de alto costo político. No es un anuncio de tormenta, pero sí la aparición de nubes que conviene mirar de frente.

No hay atajos para crecer. Se necesita certidumbre: reglas claras adentro y una relación sin sobresaltos con nuestro principal socio.

La primera tarea, incluso antes de la revisión del T-MEC, es preservar la posición arancelaria ventajosa de México frente a Estados Unidos respecto de otros grandes proveedores.

Tras noviembre —cuando vence la ventana de 90 días fijada por Washington para revisar aranceles— el objetivo mínimo es no perder terreno; el ideal, mejorarlo.

Luego vendrá la revisión del T-MEC. La clave es que el acuerdo se conserve (que fue lo que ayer pactaron México y Canadá en la visita de Carney) y siga siendo favorable para el país y para América del Norte en su conjunto.

El tratado no es un trofeo para exhibir, es una maquinaria que hay que aceitar: reglas de origen claras, aduanas modernas, mecanismos de solución de controversias que funcionen y compromisos creíbles en materia laboral y ambiental.

En la reconfiguración global de cadenas de valor, México puede profundizar su acceso al mercado norteamericano y convertirse en un imán de inversión extranjera… y también de la nacional, que hoy duda.

Con un marco estable, a partir de 2027 podríamos movernos en un entorno muy distinto: crecimiento que, por la vía de mayores ingresos y productividad, dé viabilidad a un esquema fiscal que, de otro modo, haría agua.

Para que esa oportunidad no se evapore, hay que hablar el lenguaje del inversionista: energía suficiente y competitiva, permisos previsibles, seguridad jurídica y logística que conecte puertos, carreteras y cruces fronterizos sin cuellos de botella.

No basta la geografía; se requiere un ecosistema. Cada permiso tardado, cada inspección errática, cada apagón se traduce en una señal que asusta al capital. Y cada una de ellas termina por encarecer el crédito y adelgazar la nómina. La competitividad es una cadena: si se rompe un eslabón, se cae el resto.

Hay, además, un factor que Washington ya puso sobre la mesa y que México no puede soslayar: la seguridad.

Es probable que el gobierno estadounidense no permita que ese tema quede fuera del tratado comercial. Tal vez se incorpore de forma explícita o a través de instrumentos paralelos, pero, luego de haber atado aranceles y seguridad con resultados visibles, no parece que vayan a separarlos.

Ese dato condiciona –para bien– los márgenes de maniobra de México. El combate a la inseguridad no puede ser una moda ni un gesto reversible: debe asumirse como política de Estado. Esa constancia –resultados verificables, coordinación eficaz y comunicación sin estridencias– será parte de la credencial para cruzar sin tropiezos tanto la “pausa” arancelaria en la que estamos como la revisión del T-MEC.

Si la estrategia se ejecuta, el escenario favorable existe: aranceles manejables, tratado robusto, inversión que aterriza y un 2027 que encuentra a la economía con un nuevo ciclo. Si se improvisa, el camino se angosta: mayor incertidumbre, inversión en pausa, crecimiento raquítico y la reforma fiscal tocando la puerta a empujones.

Si la estrategia resulta exitosa, 2027 puede marcar un cambio de ciclo. Si no, seguiremos administrando escasez y discutiendo una reforma fiscal a contrarreloj o enfrentando una crisis fiscal y política.

La negociación con nuestros socios no es una cita más del calendario: es el punto de inflexión que dirá si México acelera o se queda contando los kilómetros desde el acotamiento.

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