Coordenadas

La decisión de la Fed y lo que nos importa en México

Cuando la Fed baja la tasa, el mundo escucha; nosotros, por vecindad y por integración, lo sentimos de inmediato.

La Reserva Federal giró el volante un cuarto de vuelta y aflojó el freno.

No es una pirueta, es un ajuste medido que busca acomodar la marcha de la economía estadounidense sin provocar derrapes.

Para México, ese movimiento es algo más que una nota de la tarde: es el cambio de viento que golpea las velas del tipo de cambio, de las tasas y del apetito por riesgo.


Cuando la Fed baja, el mundo escucha; nosotros, por vecindad y por integración, lo sentimos de inmediato.

El primer impacto llegó por el lado del peso. En los minutos posteriores al anuncio, la moneda se movió como si olfateara el nuevo clima: a ratos se fortalece, a ratos se recoge, hasta encontrar un nivel provisional, ayer por la tarde bordeó los 18.31 pesos por dólar.

La buena noticia es que, mientras nuestra tasa de referencia permanezca por encima de la estadounidense, México conserva un “premio” que mantiene interesados a los inversionistas en instrumentos en pesos.

El segundo canal es el de las tasas globales. Una Fed menos rígida tiende a relajar el costo internacional del dinero.

Para Hacienda y para las empresas, eso abre una ventanita para asomarse a los mercados con cupones más atendibles y plazos más largos.

No se trata de salir corriendo: se trata de revisar calendarios de refinanciamiento, desempolvar planes de emisión y, si las condiciones lo permiten, asegurar hoy el precio de recursos que quizá mañana salgan más caros.

Hacienda ya lo hizo y logró reestructurar la deuda de Pemex en condiciones bastante ventajosas.

Puertas adentro, el crédito también puede respirar. La transmisión nunca es instantánea ni perfecta, pero una marea internacional más baja suele alcanzar a los préstamos vinculados a tasas de referencia locales.

Para familias y pequeñas empresas, el alivio llega primero en líneas de corto plazo; las hipotecas, más pesadas, cambian de paso con tardanza. No hay que esperar una caída súbita del costo del dinero, pero sí un entorno menos hostil para invertir, equiparse o reestructurar deudas.

El efecto más delicado está en la economía real. Si Estados Unidos mantiene el pulso, nuestras exportaciones seguirán encontrando pedidos y el proceso de relocalización productiva tendrá oxígeno.

Si, en cambio, la baja de tasas es un reconocimiento de debilidad mayor, el enfriamiento del vecino se nos transmite como resfriado: menos exportaciones, menos horas trabajadas en las plantas del norte, menos ganas de arriesgar capital.

En inflación, el cuadro sigue exigiendo prudencia. Un peso relativamente estable ayuda a que los aumentos de precios externos no se filtren tan fácilmente, pero los riesgos no están del todo domados: un repunte de energía o nuevas tensiones comerciales podrían reavivar presiones.

También hay implicaciones en el costo del crédito. Tasas internacionales más amables abaratan la deuda en dólares y, en el margen, facilitan las colocaciones de bonos soberanos.

Para las finanzas públicas, cada décima de menor costo cuenta, sobre todo en un año con necesidades de gasto que no se resuelven con magia.

En el sector privado, la consigna debe ser simple y conservadora: revisar coberturas, alargar vencimientos cuando sea posible y no confundir un respiro con una era de aire acondicionado.

Los mercados, por su parte, suelen agradecer las certezas graduales. Sin euforia ni pánico, procesan que la Fed no promete alfombras rojas, pero tampoco multas por velocidad.

Eso significa que el tono de los activos mexicanos dependerá menos de Washington y más de nuestra propia agenda: disciplina fiscal creíble, reglas claras, energía suficiente y a buen precio, y un clima regulatorio que no cambie con cada nubarrón.

El balance, visto con calma, es mixto y manejable.

En el lado luminoso, México preserva un diferencial de tasas que sostiene al peso, ve una ventana para financiarse mejor y gana tiempo para que la inversión asociada al nearshoring madure.

En el lado sombrío, un tropiezo de la economía estadounidense nos alcanzaría rápido, un dólar caprichoso puede borrar en días lo ganado en semanas y cualquier chispa inflacionaria obligaría a Banxico a apretar otra vez. La realidad es menos un veredicto y más un tablero de decisiones.

México tiene tarea. Mantener los anclajes macro, acelerar la inversión en infraestructura y energía, apuntalar la certidumbre jurídica con todo y la reforma judicial y, sobre todo, convertir las promesas de relocalización en producción, empleo y exportaciones tangibles.

Si lo hacemos, este recorte será más que una anécdota de mercado: será el inicio de un tramo en el que la economía pueda recuperar velocidad de crucero sin perder el control del volante.

Si no, será una más de las muchas oportunidades desaprovechadas.

COLUMNAS ANTERIORES

Las razones detrás del récord del peso
Historias de deudas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.