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Las mujeres y el peso de sus horas: signos de inequidad

No basta con medir estas brechas; es indispensable combatir los estigmas que las perpetúan. El cuidado y las labores domésticas no son “naturales” de un género.

El jueves pasado, el INEGI dio a conocer los resultados de la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) 2024 y los datos no dejan lugar a dudas: en México las horas del día no pesan igual para hombres y mujeres.

En promedio, las mujeres trabajan más que los hombres si se suma el tiempo remunerado y no remunerado, pero lo hacen en condiciones muy distintas. El promedio semanal de trabajo total fue de 61.1 horas para ellas y de 58.0 para ellos.

La diferencia no parece enorme hasta que se revisa cómo se distribuyen esas horas: dos terceras partes del tiempo de las mujeres se destinan a actividades no remuneradas, mientras que en el caso de los hombres es apenas una tercera parte.

El hallazgo central es contundente. Las mujeres dedican, en promedio, 39.7 horas semanales a trabajos no remunerados en el hogar, cuidados y labores comunitarias, mientras que los hombres dedican 18.2. La brecha es de 21.5 horas cada semana, equivalente a casi tres jornadas completas de trabajo formal.

Esa diferencia se agudiza en sectores particularmente vulnerables: entre hablantes de lenguas indígenas, la desigualdad es de 27.3 horas; en localidades menores de 10 mil habitantes alcanza 26.4 horas. El tiempo, que debería ser un recurso compartido, se convierte en un espejo de desigualdad social y cultural.

Las mujeres destinan más tiempo a todas las formas de trabajo doméstico y de cuidados. En actividades de limpieza y organización del hogar invierten 16.7 horas más que los hombres. En la atención directa a niñas y niños de cero a cinco años, 9.4 horas más. Y en el cuidado de personas enfermas, adultas mayores o con discapacidad, 5.3 horas más. El trabajo invisible de sostener el hogar no solo recae sobre sus hombros, sino que sigue considerándose “natural” o “esperado”.

La otra cara de la moneda está en el trabajo remunerado. Ahí los hombres llevan ventaja: dedican más tiempo al mercado laboral y su participación es 26.7 puntos porcentuales superior a la femenina.

Esto revela un círculo vicioso: el tiempo que las mujeres entregan al cuidado limita su participación en empleos formales y en actividades productivas con ingresos. Y al mismo tiempo, la menor presencia femenina en el mercado laboral refuerza la idea de que “su lugar” está en el hogar.

El tiempo no laboral también refleja disparidades. Los hombres disponen de más horas para el ocio, el descanso, el deporte y la convivencia social. Las mujeres, en cambio, ocupan gran parte de su tiempo “libre” en actividades asociadas al cuidado.

Esto no solo significa menos oportunidades de esparcimiento o autocuidado, sino también un impacto en la salud física y mental, y en la posibilidad de desarrollar redes sociales y profesionales.

El valor económico del trabajo no remunerado es incuestionable. De acuerdo con las estimaciones más recientes del INEGI, este tipo de trabajo equivale al 26.3 por ciento del PIB.

Sin embargo, en la práctica sigue siendo invisible: no aparece en las cuentas nacionales, no genera ingresos y no garantiza seguridad social. Las mujeres cargan con la tradicional doble jornada: el empleo formal para quienes logran insertarse y las labores domésticas que recaen sobre ellas por mandato cultural.

México, con todo, ha dado algunos pasos para enfrentar esta realidad.

La creación del Sistema Nacional de Cuidados es un reconocimiento del problema, pero carece todavía del presupuesto y la infraestructura necesarios para equilibrar la balanza.

Guarderías accesibles, licencias de paternidad y maternidad equitativas, horarios laborales flexibles y la profesionalización de las tareas de cuidado son políticas urgentes.

Sin embargo, los cambios más profundos requieren transformaciones culturales: romper con la idea de que el tiempo de las mujeres es “infinitamente elástico” y está siempre disponible para cubrir necesidades familiares.

El tiempo es uno de los recursos más democráticos en apariencia: todos tenemos 24 horas al día. Pero la ENUT 2024 nos muestra que su uso revela desigualdades arraigadas.

Aunque las mujeres trabajan más horas que los hombres, reciben menos ingresos y menos reconocimiento. Su tiempo libre es más escaso, y con ello también su posibilidad de descanso, recreación y desarrollo personal.

No basta con medir estas brechas; es indispensable combatir los estigmas que las perpetúan. El cuidado y las labores domésticas no son “naturales” de un género.

Deben ser responsabilidades compartidas distribuidas de manera más justa. Quitar los estigmas es liberar tiempo, y liberar tiempo es abrir oportunidades.

Mientras no se reconozca que la igualdad también se mide en horas, el reloj seguirá marcando desigualdad en México.

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