El acuerdo para extender el plazo de negociación con Estados Unidos antes de la entrada en vigor de los aranceles amenazados, representa un punto a favor para la presidenta Sheinbaum y para el equipo que llevó a cabo la negociación con nuestro vecino del norte, que les va a ser reconocido internacionalmente.
Pero… ganar un punto no significa ganar el juego.
El anuncio de Donald Trump sobre una prórroga de 90 días para alcanzar un nuevo acuerdo comercial con México constituye una excepción.
El presidente había sido enfático en que no habría extensiones. Hasta ahora, solo China —si se confirma— había logrado una concesión similar: obtener más tiempo para negociar.
Este hecho, por sí solo, otorga una dimensión singular a la relación entre México y Estados Unidos y ya genera implicaciones relevantes.
En lo inmediato, se evita una escalada en los costos de productos mexicanos exportados a EU, lo que brinda certidumbre a las cadenas productivas y mantiene abierta la vía del diálogo, sin caer en el desgaste de una confrontación directa.
Esta pausa temporal debe entenderse como una oportunidad estratégica: permite aspirar a acuerdos más estructurales y duraderos, más allá de concesiones puntuales.
Ya lo dijo el secretario Ebrard: establece un puente con la renegociación del T-MEC.
Lo más importante es que México no accede a esta prórroga en una posición de debilidad.
Por el contrario, ha sostenido con firmeza sus posturas clave: la defensa del T-MEC, la exigencia del respeto a las reglas pactadas y el rechazo a aranceles que contradicen el espíritu del acuerdo comercial.
Y las exportaciones a EU mantienen niveles sorprendentes, con un crecimiento de 15% en junio.
Esta extensión del plazo le otorga a México mayor libertad táctica.
Por un lado, permite construir una respuesta más articulada entre gobierno y sector privado. Por el otro, abre espacio para canalizar presiones internas dentro de Estados Unidos, las cuales, como se ha visto en el pasado, pueden moderar o frenar a Trump cuando los impactos económicos se vuelven evidentes.
La prórroga también transmite un mensaje más profundo: confirma la interdependencia económica entre México y Estados Unidos.
En un contexto donde los discursos proteccionistas ganan terreno, mantener la fluidez comercial bilateral sigue siendo vital para sectores clave como el automotriz, el agroindustrial y el manufacturero.
La decisión de no aplicar nuevos aranceles de inmediato evita disrupciones costosas y mantiene viva la posibilidad de encontrar soluciones mutuamente beneficiosas.
Expertos en comercio internacional han señalado que esta pausa otorga oxígeno a las negociaciones. Pero no se trata solo de ganar tiempo ni tirarse a descansar: hay que saber usarlo con inteligencia.
Este es el momento adecuado para abordar temas sensibles y reforzar los canales de interlocución con actores clave del Congreso estadounidense, algunos de los cuales ya han manifestado su rechazo a una política arancelaria generalizada.
A diferencia de otros países que han recibido anuncios unilaterales de aumentos arancelarios, México ha logrado sentarse en la mesa de negociación como un socio estratégico.
La llamada de ayer entre Trump y la presidenta Sheinbaum fue decisiva para abrir este compás de espera.
El hecho de que el expresidente estadounidense haya justificado su decisión con argumentos de seguridad, migración y lucha contra el narcotráfico indica que el vínculo bilateral rebasa lo meramente comercial. Pero también implica que las concesiones no serán fáciles ni unilaterales.
Este periodo de gracia no debe malinterpretarse: no es un cheque en blanco ni un alivio permanente frente a la presión estadounidense.
Es apenas un movimiento táctico que exige máxima eficacia en la gestión del tiempo disponible. Los próximos tres meses serán clave para definir si se puede preservar el marco comercial trilateral, o si México se enfrentará a una nueva era de restricciones bajo un liderazgo volátil en Washington.
México, al obtener esta prórroga, ha ganado más que tiempo: ha ganado relevancia como interlocutor serio, ha evitado una crisis inmediata y ha abierto una vía para resolver tensiones por medios diplomáticos.
El reto ahora es transformar esta oportunidad en un acuerdo sólido, justo y sostenible.
Porque una cosa es esquivar el golpe, y otra muy distinta es evitar que la amenaza vuelva a levantarse.
Por ahora, el riesgo sigue ahí, en un horizonte aún incierto.