El día de ayer, el dólar cerró sus operaciones en 18.66 pesos, acumulando una apreciación del peso de 10.3 por ciento en lo que va del año. Este comportamiento, motivo de orgullo para algunos sectores, se convierte en una preocupación creciente para millones de hogares mexicanos que dependen de las remesas enviadas desde Estados Unidos.
La paradoja es clara: mientras se celebra la fortaleza de la moneda nacional, muchas familias observan cómo los dólares que reciben pierden valor al convertirse en pesos mexicanos.
Durante años, las remesas han sido uno de los principales motores económicos del país, batiendo récords históricos continuamente. Sin embargo, en los últimos meses esta fuente clave de ingresos ha comenzado a mostrar signos preocupantes.
La combinación de un dólar debilitado y una reducción en la cantidad enviada desde Estados Unidos está erosionando significativamente el poder adquisitivo de quienes dependen de estos recursos.
Para entender mejor esta situación, imaginemos una familia que a principios de año recibía 300 dólares mensuales. Con un tipo de cambio de 20.80 pesos por dólar, esta cantidad equivalía a 6 mil 240 pesos. Actualmente, con el tipo de cambio a 18.66 pesos, esos mismos 300 dólares se convierten en apenas 5 mil 598 pesos, representando una pérdida mensual de 642 pesos, sin que la cantidad de dólares enviados haya disminuido.
Además, la situación se vuelve más compleja al considerar que el volumen total de dólares enviados también está cayendo, debido tanto a la desaceleración económica en Estados Unidos como al ambiente cada vez más adverso hacia los migrantes mexicanos. Esto significa que no solo reciben dólares que valen menos, sino también menos dólares en total.
En diciembre pasado, las remesas alcanzaron 5 mil 730 millones de dólares, con un tipo de cambio de 20.65 pesos, resultando en un total de 118 mil 324 millones de pesos. Sin embargo, en mayo de este año, la cifra se redujo a 104 mil 144 millones de pesos, reflejando una pérdida mensual significativa de 14 mil 180 millones de pesos.
Este doble golpe afecta directamente la capacidad de consumo de millones de familias, reduciendo sus posibilidades de adquirir bienes esenciales como alimentos, medicamentos y productos básicos. Las comunidades rurales y pequeñas ciudades, donde la dependencia hacia las remesas es especialmente alta, son las más afectadas.
Desde una perspectiva macroeconómica, esta caída en la capacidad adquisitiva podría afectar negativamente el consumo interno, uno de los pilares de la economía mexicana en años recientes. Una reducción en el consumo significa menos ventas, impactando directamente a pequeñas y medianas empresas en regiones altamente dependientes del ingreso proveniente del exterior.
Datos recientes del INEGI, correspondientes a los primeros cuatro meses del año, indican ya una caída de 0.9 por ciento en el consumo interno, anticipando efectos preocupantes si esta tendencia se mantiene.
Sin embargo, la apreciación del peso también tiene un lado positivo. Empresas importadoras se benefician al reducir sus costos al adquirir bienes del exterior a menor precio, favoreciendo a sectores industriales y comerciales específicos. Además, un peso fortalecido ayuda a controlar la inflación de productos importados, lo cual beneficia principalmente al consumidor urbano promedio.
De igual forma, aquellas empresas con compromisos financieros en dólares, especialmente aquellas con deuda externa, encuentran alivio en la reducción del costo del servicio de su deuda, abriendo oportunidades para nuevas inversiones en sectores estratégicos.
A pesar de estos beneficios, la realidad cotidiana de quienes dependen significativamente de las remesas no puede ignorarse.
El peso fuerte es, sin duda, una moneda con dos caras. Mientras algunos celebran esta fortaleza y aprovechan sus ventajas, para muchos mexicanos la apreciación cambiaria significa enfrentar mayores dificultades económicas.
El desafío ahora es encontrar políticas públicas que permitan aprovechar las ventajas de un peso fuerte sin dejar atrás a las familias que hoy perciben menos, a pesar de recibir el mismo esfuerzo de sus familiares en el extranjero.