En 2003, el exembajador de Estados Unidos en México, Jeffrey Davidow, escribió un texto fundamental para comprender la relación entre ambos países: El oso y el puercoespín.
La metáfora de Davidow —quien encabezó la embajada de EU en México de 1998 a 2002— describía a Estados Unidos como un gigante torpe que, a veces sin quererlo, lastima a su vecino con solo moverse. México, en cambio, era ese puercoespín nervioso que responde con agresividad ante la amenaza.
El problema es que hoy el oso parece haberse transformado en el propio puercoespín. Y eso tiene consecuencias.
La relación entre México y Estados Unidos es asimétrica, diversa y compleja. Y estamos, quizás, en uno de sus momentos más delicados en décadas. No se trata solo del comercio. También están en juego la migración, la seguridad y el delicado tema del lavado de dinero.
Hay buenas y malas noticias.
Empecemos por las buenas.
En el ámbito migratorio, pese a la retórica estridente del presidente Trump —como su visita reciente al centro de detención de indocumentados en Florida—, lo cierto es que el flujo de migrantes hacia el norte ha caído de manera drástica. Esto se debe tanto al reforzamiento de la vigilancia en territorio mexicano como al temor real de ser detenido al ingresar a Estados Unidos.
De acuerdo con cifras reveladas ayer por la secretaria de Seguridad Interna, Kristi Noem, en junio fueron detenidos 6 mil 70 indocumentados: la menor cifra registrada desde que hay datos disponibles. En este terreno, México ha cumplido lo prometido.
En materia comercial, las negociaciones que encabeza el secretario Marcelo Ebrard, con el respaldo del sector privado mexicano y aliados en la Unión Americana, permiten prever un desenlace favorable cuando Trump anuncie su esquema arancelario definitivo —presumiblemente, la próxima semana—.
Además, el acuerdo anunciado ayer entre Estados Unidos y Vietnam podría indicar una disposición negociadora por parte de la Casa Blanca, al menos en este tema.
En seguridad, México ha mostrado un esfuerzo evidente por combatir al crimen organizado, incluso a costa de provocar enfrentamientos entre grupos delictivos rivales. Pero la administración Trump quiere ir más lejos.
Así como ha utilizado los aranceles como herramienta de presión, ahora despliega dos nuevos instrumentos: la designación de instituciones financieras como “preocupaciones principales” por presunto lavado de dinero, y la amenaza de cancelar visas de manera discrecional.
Si alguien piensa que las tres instituciones financieras ya señaladas serán las únicas, está equivocado. Lo más probable es que vengan más casos, incluso en sectores distintos al financiero.
Paradójicamente, es en la banca donde existen los controles más rigurosos contra el lavado de dinero. Pero esto se asemeja a una enfermedad sin diagnóstico: hay empresas potencialmente vulnerables que ni siquiera saben que están incurriendo en prácticas sancionables. Eso abre un margen enorme de discrecionalidad para las autoridades estadounidenses.
El segundo frente es aún más delicado: las visas. Al ser una atribución unilateral, el Departamento de Estado puede revocar visas sin necesidad de explicar ni justificar sus decisiones. La amenaza implícita es clara.
En este contexto, una tenue luz se encendió ayer: la conversación telefónica entre el secretario de Estado, Marco Rubio, y el canciller mexicano, Juan Ramón de la Fuente.
Quizá habría sido mejor anunciar una reunión próxima entre el presidente Trump y la presidenta Sheinbaum, pero por ahora, un encuentro bilateral entre altos funcionarios ya es un paso importante para enviar señales de estabilidad.
Y vaya que hacen falta.
Imaginar a un oso reaccionando como un puercoespín sorprende y también espanta.
Pero, ni modo, así está hoy la relación entre México y Estados Unidos.