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Trump, el déficit y el dólar: ¿una apuesta que puede salir cara?

El aumento del déficit y la incertidumbre sobre su sostenibilidad pueden continuar erosionando la confianza en la moneda estadounidense.

El 17 de enero de este año, en el último día hábil previo a la inauguración del periodo presidencial de Donald Trump, el peso se cotizaba frente al dólar en 20.78 unidades. Ayer, cerró en 18.75 pesos. Es decir, la moneda estadounidense perdió 2 pesos con 3 centavos en menos de seis meses.

El índice dólar —que mide el valor de la divisa estadounidense frente a una canasta de monedas— ha caído más de 11 por ciento desde la llegada de Trump al poder.

En los mercados flota la interrogante: ¿continuará esta tendencia?


Ayer, el Senado estadounidense aprobó el paquete fiscal propuesto por Trump. Se trata de un ambicioso plan de reducción de impuestos que, en teoría, busca reactivar el crecimiento económico, beneficiar al sector corporativo y reforzar la competitividad global de Estados Unidos. Pero lo que no dice —o no quiere decir— es el costo que esta política podría representar para las finanzas públicas de EU y, por extensión, para la estabilidad económica del país.

El costo estimado del plan supera los 3.3 billones de dólares en un periodo de diez años. No existe una estrategia clara de compensación mediante recortes al gasto, ni una reforma estructural que haga sostenible esta política tributaria.

Así, el déficit público —que ya ronda el 6 por ciento del PIB— podría dispararse aún más. Estados Unidos se adentra en una senda fiscal riesgosa, con una deuda que supera el 120 por ciento del PIB y sin señales de contención.

¿Qué significa esto? Que la maquinaria financiera del gobierno federal probablemente tendrá que recurrir a una mayor emisión de bonos para cubrir sus compromisos. Más deuda en el mercado implica mayor presión sobre las tasas de interés. Y eso, en una economía que ya convive con rendimientos elevados, se traduce en un encarecimiento general del crédito, menor inversión privada y posibles sacudidas en los mercados bursátiles.

Es el tipo de estímulo que puede parecer atractivo en el corto plazo, pero que podría convertirse en una bomba de tiempo si no se acompaña de prudencia fiscal.

En el fondo, el paquete fiscal de Trump se asemeja más a una jugada política que a una estrategia económica bien diseñada.

El otro impacto —más silencioso, pero igual de relevante— es sobre el dólar. El aumento del déficit y la incertidumbre sobre su sostenibilidad pueden continuar erosionando la confianza en la moneda estadounidense. Si los inversionistas perciben que el dólar está respaldado por un gobierno fiscalmente desbocado, podrían mover su capital hacia otras divisas o activos.

Y aquí entra en escena el peso mexicano.

En este entorno, el peso ha mostrado una apreciación constante. Parte de su fortaleza se explica por los flujos de inversión extranjera, el diferencial de tasas de interés respecto a Estados Unidos y, hay que decirlo, por la percepción de que México —a pesar de sus retos— mantiene una disciplina macroeconómica.

Si el dólar pierde terreno por el deterioro fiscal estadounidense, el peso podría fortalecerse aún más en los próximos meses, como probablemente ocurrirá con otras monedas emergentes. Un fenómeno que, paradójicamente, no se derivaría solo de méritos propios, sino sobre todo de errores ajenos. México podría convertirse en refugio para ciertos capitales, al menos mientras el entorno se mantenga estable.

Claro, una moneda demasiado fuerte también tiene costos: puede restar competitividad a las exportaciones mexicanas y disminuir el valor de las remesas. Aun así, desde la óptica financiera, una apreciación del peso en este contexto puede interpretarse como una señal de confianza en la estabilidad económica del país y una oportunidad para consolidar su papel en los mercados emergentes.

El paquete fiscal de Trump no solo reabre el debate sobre el papel del Estado y la política impositiva. También pone sobre la mesa los riesgos de una estrategia basada en la expansión del déficit sin límites claros. La economía más grande del mundo puede darse ciertos lujos. Pero incluso ella puede tambalear si apuesta demasiado sin red de seguridad.

A veces, los efectos de una decisión no se sienten de inmediato. Pero cuando llegan, lo hacen con fuerza. Y el mercado, lo sabemos, no perdona la imprudencia fiscal.

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