En diversas reuniones y conversaciones con empresarios, frecuentemente me preguntan sobre las perspectivas económicas para este año.
No puedo engañarlos: tendremos un 2025 complicado y lleno de desafíos.
Imagine que la “buena noticia” reciente fue un crecimiento económico de ¡0.2 por ciento! en el primer trimestre. Y es buena porque en el último trimestre del año anterior tuvimos una contracción importante.
Aunque desde el discurso oficial, encabezado por la presidenta Sheinbaum, se insiste en que las cifras relevantes son aquellas relacionadas con el bienestar de la mayoría, la realidad es que no existe forma de mejorar el nivel de vida si la economía no crece.
Quizás en uno o dos trimestres se pueda experimentar cierta mejora por efecto de incrementos salariales y programas sociales. No obstante, esto no es sostenible a largo plazo.
La única vía para mejorar el bienestar social de forma duradera es mediante un crecimiento económico sostenido.
Uno de los ejemplos más evidentes y exitosos es el caso de China. Gracias a su expansión acelerada durante las primeras dos décadas del siglo XXI, lograron la mayor reducción de la pobreza jamás vista.
Durante los primeros meses del año en curso, no hemos experimentado aún un deterioro significativo en los niveles de vida. Los programas sociales continúan funcionando, la masa salarial real en el sector formal sigue creciendo alrededor del 4 por ciento, y las remesas mantienen su flujo.
Sin embargo, varias tendencias ya apuntan a una desaceleración.
Muy probablemente, en la segunda mitad del año los indicadores de consumo privado caerán en términos reales, siguiendo la trayectoria descendente observada en producción e inversión.
La incertidumbre generada por Trump y las repercusiones de las denominadas reformas del “Plan C”, como las que afectan al o la eliminación de organismos autónomos, ya han impactado negativamente en las inversiones. Esta situación tardará en revertirse.
Incluso en el mejor escenario posible, en el que se mitigue dicha incertidumbre, es muy probable que los cambios en las inversiones tarden varios meses en reflejarse, quizás hasta bien entrado 2026.
En resumen, en el corto plazo no podemos engañarnos: el panorama luce complicado.
La situación es distinta si consideramos tendencias de mediano y largo plazo, pensando en horizontes de 5 a 10 años.
Muchas inversiones productivas requieren precisamente de esa perspectiva temporal.
Se ha destacado con frecuencia que, aun en un contexto donde prevalezcan los aranceles impulsados por Trump, México goza de una posición competitiva privilegiada.
Además, todo indica que no existe en EU intención de abandonar el TMEC. Incluso si ocurre una revisión o renegociación, el tratado continuará siendo un instrumento clave para generar certidumbre en los próximos años.
Además, no debemos perder de vista el bono demográfico de México, otro factor esencial.
Más allá del comercio con Estados Unidos, uno de los elementos que más pueden atraer inversiones y fomentar un crecimiento sostenido en el futuro es el perfil demográfico favorable del país.
Actualmente y durante las próximas dos décadas, México tendrá la mayor proporción histórica de población en edad productiva. Esto representa una sólida base de consumo para los siguientes 20 años, algo de lo que carecen muchos otros países.
Como puede observarse, la perspectiva cambia significativamente según nos enfocamos en el corto plazo o visualizamos las siguientes décadas.
Existen múltiples razones para continuar apostando por México.