La feria

Agua o papel

Claudia Sheinbaum promulgará unas leyes del agua que, sin instituciones técnicamente sólidas y efectivos mecanismos para denunciar transas, despojo y coyotaje, serán papel mojado.

En 1962, el ingeniero y luchador social, o viceversa, Heberto Castillo acompañaba al general Lázaro Cárdenas en los trabajos de la cuenca del río Balsas. Esas andanzas del fundador del Partido Mexicano de los Trabajadores están en Si te agarran, te van a matar (Océano 1983).

“Como Cárdenas era portador de esperanzas, los campesinos se apiñaban a su paso para contarle el abandono, los engaños y despojos de que eran víctimas”, cuenta Castillo en el capítulo denominado “Tierra o papel”.

“Llegamos a Ciudad Altamirano, donde hacía un calor infernal. Un lugareño pudiente nos recibió y nos dio en su casa comida y reposo. Entre tanto, aguardaban campesinos que deseaban plantear sus problemas al general. Fuimos con ellos a una escuela en construcción y después, al caer la tarde, a la orilla del río, bajo una frondosa ceiba, los campesinos dejaron oír sus quejas. Un decreto presidencial les dio tierra y los ingenieros que hicieron el deslinde, coludidos con el terrateniente, se las quitaron.


“Los campesinos traían, además de su enojo, hambre y miseria, unos papeles que el más viejo sacó de un morral. Los entregó a don Lázaro y éste me pidió que los leyera. Era el decreto presidencial dotando la tierra que, de tanto doblarse y desdoblarse, estaba casi destruido. (…) El documento no se prestaba a confusión. Los campesinos debían recibir la tierra. Pero el dinero del terrateniente hizo que el deslinde lo favoreciera. A los campesinos tocó un cerro pelón donde, me dijo uno de ellos, las lagartijas al pasar levantaban la cola para no quemársela…

“Cuando acabé de leer, miré al general Cárdenas, que estaba a mi lado. Creí ver humedad en sus ojos y enojo en su rostro. El decreto era de 1938 y llevaba su firma”.

Heberto señala que, luego del sexenio de Cárdenas, se repartió “papel en vez de tierra (…) 15 millones de hectáreas entregadas sólo en el papel. Y los campesinos vienen y dicen con toda justicia: ‘Tengo 40 años luchando; ¿o qué no vale la firma del presidente?’ Así parece”.

Las reformas emprendidas este mes por la presidenta Claudia Sheinbaum a dos leyes del agua pueden encontrar en la anécdota de Heberto, padre de Laura Itzel Castillo, actual presidenta del Senado, varias lecciones. Ojalá pudiera aprender de ellas.

El poder del presidente, incluso de uno como Cárdenas, vale nada si no se eliminan resistencias que, mediante corrupción, desvirtúen los buenos propósitos de un gobierno. La firma de la presidenta no basta. La aprobación de unas leyes no es el inicio de gran cosa.

Si el gobierno quiere devolver la rectoría del Estado a la hora de garantizar un acceso igualitario y sustentable al agua, precisa de un gobierno que sea capaz de garantizar que el espíritu de sus reformas no sean nuevas oportunidades para los abusos y las corruptelas.

La presidenta, que en su primer año de gobierno quitó 43%de presupuesto a la Conagua, quiere ahora que este organismo sea el actor central de unas leyes que demandarán más supervisión y más operación. Falta congruencia presupuestal a ese deseo presidencial.

Promulgará unas leyes del agua que, sin instituciones técnicamente sólidas y efectivos mecanismos para denunciar transas, despojo y coyotaje, serán papel mojado.

Y hablando de lecciones, Sheinbaum debería tener en cuenta otra moraleja del pasaje cardenista-hebertista, una que advierte sobre los amigos potentados de un presidente:

“El campesino más viejo, todo arrugas, todo años, se levantó y dijo en tono de reclamo que el terrateniente que les había quitado sus tierras era el mismo lugareño pudiente que nos había invitado a comer horas antes”.

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