La feria

Justicia: barandilla única en Palacio

Alejandro Gertz Manero era muy poderoso, pero un actor más, uno que sabía que la ley tenía el margen a su criterio. Hoy hay un espacio menos.

La dilatada biografía política de Alejandro Gertz Manero le hizo un tipo temido. Su perfil litigioso era de sobra conocido cuando, en 2019, llegó a la Fiscalía General de la República. Tras su defenestración, algunos dicen que nadie lo extrañará, ¿seguros?

También dicen por ahí que la actuación de Gertz al frente de la FGR demuestra que fue un error eso de pretender que las fiscalías sean autónomas, eso de procurar un espacio de autonomía para el Ministerio Público. Los indicios apuntarían a lo contrario.

Veamos.


Gertz tuvo una actuación al frente de la Fiscalía General de la República caracterizada por tres cosas.

1. Prestó al expresidente, y a la presidenta, servicios invaluables para adelantar agendas o distraer temáticas. Despreció a las víctimas y a las madres buscadoras a fin de quitarle a Claudia Sheinbaum presión por el Rancho Izaguirre, por mencionar el actual sexenio, y contentó a AMLO en tretas como las ocurridas con el Infonavit, Odebrecht, Salvador Cienfuegos, Rosario Robles…

2. Fue criticado por usar los instrumentos de su poderosa oficina a favor de una personalísima agenda en –por si hiciera falta recordarlo– el caso en contra de la familia de la expareja de su hermano, metiendo a la cárcel a Alejandra Cuevas, y persiguió a científicos del Conacyt. No sobra decir, por el contrario, que ahora que se quiere poner a Gertz como ejemplo de por qué no debería haber autonomía, en los dos casos citados el gobierno obradorista no sólo no se opuso, sino que colaboró con el fiscal en sus pretensiones: tanto Ernestina Godoy, desde la fiscalía capitalina, en el caso contra la familia política de Gertz, como María Elena Álvarez-Buylla (Conacyt) en el escándalo de amenaza de cárcel contra científicos de renombre.

3. Y desde luego, porque, al igual que buena parte de sus antecesores, la Fiscalía General de la República no logró distinguirse de los malos modos o la pésima fama de su antecesora, la PGR, dependencia caracterizada lo mismo por la corrupción que por la ineficacia, y ya no se diga por la discrecionalidad de cómo se negociaban “criterios de oportunidad”, por ejemplo, al acusado de estar detrás de “La Estafa Maestra”, Emilio Zebadúa, el oficial mayor de Rosario Robles; esta última fue detenida con chicanas y, si bien ella debe explicaciones por esos fraudes en tiempos de Peña Nieto, ni es la única en esa trama y, desde luego, fue objeto de una vendetta del obradorismo por parte de sus antiguos compañeros de viaje.

Queda claro que Gertz no podría ser visto como un prototipo para relanzar, verbo de moda, la FGR. Un cambio no suena mal. Siendo cándidos, concedamos que cuán atinados los senadores guinda que advirtieron que el fiscal no les rendía cuentas. Quién se creía, ja.

El remedio, sin embargo, puede dar muchos dolores de cabeza sin remediar la enfermedad. E incluso crear nuevos males.

Gertz era un personaje que obligaba a ser tomado en serio. Por su personalidad, y por el poder de su oficina. Ahora, ambas circunstancias se trasladan a Palacio Nacional. Tenemos presidenta fiscal de la República.

Claudia Sheinbaum tiene un sentido del deber enorme. Una virtud que puede derivar en excesos. Máxime si, de pronto, tendrá en la FGR no sólo a una persona cuyo atributo mayor es la lealtad absoluta, sino a una mera correa de transmisión, como ya lo fue en la CDMX.

Diversos actores de las leyes y de la política dialogaban con Gertz o éste con aquellos. Esa interlocución, no exenta de tensiones o amagos, ocurría a sabiendas de que, si algo salía mal o no pintaba bien, habría otras instancias, otros despachos del poder: una Corte, una Judicatura, instancias del Ejecutivo como la UIF o el SAT… otros miembros de la fiscalía nombrados no por Gertz sino por Palacio, y hasta la Consejería Jurídica (no por nada el pleito del fiscal con Julio Scherer).

Gertz era muy poderoso, pero un actor más, uno que sabía que la ley tenía el margen a su criterio. Hoy hay un espacio menos. Y tal condición se va a resentir –extrañar– cuando Ernestina Godoy remita todo y a todos a Palacio. Deseo concedido: adiós, autonomía.

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