Este sábado conocimos lo que podría ser la mortaja de Acción Nacional. Se ha cambiado el logo del partido con el registro activo más antiguo y a la presentación de ese chisguete de mercadotecnia los panistas le han llamado relanzamiento. Hace temer lo peor.
Acción Nacional extravió el camino antes de ganar por vez primera la Presidencia de la República en el año 2000. La profecía los alcanzaría en su segunda ocasión en Los Pinos (2006-2012), aunque hubo quien advirtió el inicio del fin, y éste está ligado al dinero.
La familia panista no aguantó, parafraseando al general Obregón, los cañonazos del erario. El triunfo cultural del PRI, hablando de cadáveres insepultos, consistió en abrir las arcas públicas. En los 90 el PAN abrió la mano y ya sólo quiso más.
Tres décadas después, los bebesaurios azules creen que tienen un problemita de imagen y encargan a despachos de marketing que les maquillen las profundas grietas de una imagen percudida por la corrupción y la indolencia. No ‘cactan’, para citar al jefe Diego.
El mérito indiscutible de López Obrador en 2018 fue poner en el centro del debate a los más pobres, esos que no llegaron ni a pie de página en el discurso sabatino de Jorge Romero, líder nacional del PAN, que tiene en Alito, no en la presidenta Claudia Sheinbaum, su real alter ego.
Romero es uno de los productos más acabados de la decisión de los 90, cuando el PAN aceptó el financiamiento público. Un político prototípico de la fase en la que el debate plural en las asambleas fue sustituido por el férreo control de las clientelas.
Y, salvo honrosas excepciones, los dirigentes panistas de hoy carecen del cromosoma de la mística de sus antecesores. Nada de brega de eternidad –dicho del viejo PAN–, demasiado de “a mí pónganme donde hay”, picaresca nada inocente del priismo clásico.
Porque el problema no fue que, de repente, Acción Nacional, que vivía de rifas de coches y boteo en la calle, tuviera dinero a caudales con las reformas de tiempos de Zedillo. Tener recursos suficientes para pelear en equidad era preciso y legítimo, no atragantarse también.
La cuestión es que los blanquiazules fueron los verdaderos creadores del “no somos iguales” y de eso de “el problema son los priistas” con su ‘la moral o es un árbol o estorba’. Lo que se les reclama es que, a la fecha, resultan tan decepcionantes o más que los tricolores.
Al enfrentar al régimen priista, los antiguos panistas se cobijaban en la leyenda “que no haya ilusos, para que no haya desilusionados”. La consigna advertía que la razón moral no servía de nada ante un sistema cínico, pero no por eso abandonaban los principios.
Ese PAN tenía una propuesta ética para lograr “una patria ordenada y generosa y una vida mejor y más digna para todos”. Su paso por Los Pinos quedó muy lejos de eso, y ¿en cuál Estado tal lema sale hoy bien librado? ¿En Querétaro, quizá? Guanajuato y sus masacres, no.
Al PAN de hoy lo define Marko Cortés, predecesor de Romero, y quien, tras negociar candidaturas por notarías en Coahuila, siguió orondo en su puesto y hoy en su escaño. Con ese déficit ético suena necesario un relanzamiento. Lo del sábado, empero, no hizo un lavado de cara.
Por el discurso sabatino de Romero no queda claro que el PAN tenga un diagnóstico de por qué su descrédito, un entendimiento de una realidad que le da mayoritariamente la espalda y, por tanto, una estrategia para recuperar la confianza ciudadana.
El PAN tiene un problema de oferta, no de demanda. Abrir el registro más que tardío es fundamentalmente anticlimático: a qué invitan a la sociedad a sumarse si tuvieron que revivir con IA a Luis H. Álvarez, al Maquío Clouthier y al mismísimo Gómez Morin para darse ánimos.
Al PAN de hoy lo matará su corrupción sin castigo, su incapacidad para reconocer que Morena tiene un anclaje en todas las capas (y tomar lecciones de ello), y su miopía de no ver que los pobres no le van a creer a unos trajeaditos eso de la amenaza autoritaria.
Si va en serio que regresarán al territorio, si sacan de abajo las ideas para relanzar la plataforma blanquiazul, sólo entonces quizá tendrían posibilidades de disputar alcaldías, distritos y algún estado. Eso tomaría años, pero el PAN nunca tuvo prisa.
De lo contrario, si sólo habrá cambio de logo y candidaturas para básicamente los mismos desde hace 20 años, sin brega para recuperar credibilidad, muy pronto les llegará su futuro en forma de un cajón al que algún piadoso pondrá una franela con el nuevo logo encima.
El evento del sábado, que incluyó marcha, quedó lejos de prometer una nueva página; más bien, olía a mortaja.