La feria

Los sicarios andan sueltos

No resulta extraño que Clara Brugada dijera en su informe las estadísticas de la reducción de homicidios. El problema es que la realidad se aferra a que los criminales no parezcan tener mayor miedo que antes a delinquir flagrantemente.

Hay dos cosas que lucen igual de fáciles en la Ciudad de México: una es decir que los asesinatos han disminuido en el último año; otra es asesinar.

El domingo, en su primer Informe de Gobierno, Clara Brugada declaró que con ella los homicidios han disminuido en 10 por ciento. El lunes, en una de las zonas con más policías por metro cuadrado de la capital, hirieron de muerte a un abogado de alto perfil.

Tal es la normalidad capitalina, y vale decir, la de la República mexicana. El discurso triunfalista en el combate a la delincuencia se ha instalado desde octubre del año pasado sin que la población deje de atestiguar atentados y masacres.


La muerte del abogado David Cohen no es cualquier cosa. Veremos si algún día las investigaciones aclaran los motivos. Pero la mecánica del atentado es de por sí reveladora: un sicario joven (podría decirse desechable para sus contratantes) y un abierto desafío a la autoridad.

A Cohen lo mataron a dos cuadras de la fiscalía de la ciudad, en una zona donde es prácticamente imposible caminar una calle sin toparse con una patrulla, en un enclave donde hay vigilantes armados en juzgados, oficinas de gobierno, hospitales, el Metro…

Independientemente del mensaje privado que se habría intentado mandar entre quien decidió ese crimen y su víctima, el modo es todo un mensaje público y un recordatorio más que obvio de que estadísticas halagüeñas no equivalen a seguridad.

Por si hiciera falta decirlo, Cohen es sólo la más reciente víctima de alto perfil, y desde luego su muerte es tan lamentable como las de esas víctimas no famosas que cada día registra la prensa en diversos rumbos de la capital.

Esta semana fue el abogado Cohen; hace tres, el estilista Miguel de la Mora en, ni más ni menos, la avenida Masaryk, arteria del lujo estridente. A los sicarios les da lo mismo disparar en el ombligo de la procuración de la justicia capitalina que en nuestra milla dorada.

Brugada ha padecido en carne propia este fenómeno. Dos de sus más cercanos colaboradores fueron ejecutados hace casi cinco meses en –hablando otra vez de desafíos– plena avenida Tlalpan y en horas muy transitadas.

Si uno abre el foco, este mismo martes se reportaba en la prensa la muerte del padre de un político en Veracruz, y la de una exalcaldesa en Colima; desde luego, son sólo dos del medio centenar diario de asesinados.

Claudia Sheinbaum llegó a la candidatura presidencial presumiendo que en su periodo en la CDMX había bajado en 50 por ciento los homicidios. Tras su primer año presidencial, asegura haberlos reducido 32% a nivel nacional.

Sin duda es un mérito del actual gobierno haber abandonado el discurso complaciente de la anterior administración con respecto a la delincuencia organizada. Y al comprometerse a bajar las cifras, cosa que en Palacio reiteran mensualmente, alinea a estados y municipios.

Por ello, no resulta extraño que Clara Brugada dijera en su informe del domingo su estadística de reducción de homicidios. El problema es que la realidad se aferra a que los criminales no parezcan tener mayor miedo que antes a delinquir flagrantemente. O no les ha llegado el memo, o tienen otros datos, unos relativos a su intacta impunidad.

Sumemos la pareja de colombianos que salió de Polanco y apareció muerta en el Edomex, o el argentino ejecutado en Periférico la semana pasada…

Esa es nuestra realidad. Tan lógica como surreal. Tan presumible como asumida. Bajan las estadísticas de homicidios, matan a la vista de todos. Bienvenidos a la CDMX… y a México.

COLUMNAS ANTERIORES

Claudia Año II: es la comunicación
Las tribus de la oposición y perder como método

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.