Claudia Sheinbaum ha confirmado sus capacidades técnicas, y rumbo a su Primer Informe de Gobierno podrá decir a la nación que ahí van algunos de los pilares para un segundo sexenio del obradorismo. Lo hará, empero, ante un movimiento en fea y riesgosa rebatinga.
La presidenta ha pasado meses trabajando con sus distintos gabinetes en las materias más acuciantes del cambio sexenal.
El meticuloso perfil técnico de la mandataria la llevó a extenuar (aquí sí) jornadas con sus colaboradores de la materia energética, por mencionar un caso. Claudia preparó y supervisó, por un lado, un nuevo orden legal energético, y al mismo tiempo la reestructuración de Petróleos Mexicanos.
¿Fueron muchos o pocos los meses que le tomó a la presidenta y su equipo dar con una fórmula doble para Pemex? El hecho es que ya están aquí, desde la creativa herramienta para financiar el pago de proveedores, hasta unas pistas de un futuro con, entre otras cosas, la posibilidad del fracking para explotar recursos dejados de lado en 2018.
En salud, el desabasto de medicinas no se ha resuelto; pero a diferencia del sexenio anterior, una de las más inopinadas estrategias y ocurrencias, hoy se trata de poner un nuevo sistema, incluso asumiendo el costo del cambio.
La violencia ha tenido un lugar central en la reestructuración del gobierno, que cuenta con más instrumentos legales, por un lado, y por el otro de un nuevo enfoque para contener y desarticular a los grupos delincuenciales.
El gobierno presume desde ya una sustancial baja de homicidios, y si bien hay dudas al respecto, lo que es innegable es que sí existe una proactividad gubernamental.
Se pueden mencionar otras cosas que tienen intersecciones en varios ámbitos. Están por ejemplo las aduanas, donde la presidenta quiere tanto cancelar las puertas a la evasión –y de ahí algunas alzas en la recaudación– como garantizar que se erradique la corrupción.
Lo anterior, sin contar el enorme tiempo y energía que el factor Donald Trump consume a la presidenta y a su equipo. La nueva Casa Blanca somete a un estrés técnico-diplomático al gobierno de México y sí, al país no le ha salido barato, pero no estamos en el peor escenario.
Este somero recuento –si sale medianamente bien, por ejemplo, con la basificación de los choferes de plataforma cientos de miles de familias mexicanas obtendrán seguridad social– da cuenta de la manera en que la presidenta ha invertido su tiempo para conducir la nación.
Políticamente, su coronación en las grandes ligas ha llegado con la manera en que ha resistido, negociado y ganado una interlocución privilegiada con Donald Trump. Ha cedido ante el presidente de Estados Unidos, pero no sin algunas ganancias.
Dicho de otra manera, al mes 11 de su gestión Sheinbaum tiene prendas de lo que puede hacer y consolidar en los siguientes años. El pero de la cuestión es que mientras ella y su equipo se desvelan en gobernar, Morena está hecho, para decirlo pronto, un desgarriate.
Todo lo que abona la presidenta en materia de gobernanza queda en un segundo plano por escándalos y frivolidades de no pocos de sus compañeros.
Quizá ese sea el mayor argumento para que ella haga sentir su peso como líder de Morena, porque si no, tanto esfuerzo para que otros se den la gran vida negando los principios que se supone enarbolaba Morena.
Y no es una cuestión de imagen lo que está en juego. Sino que su capacidad de gobernar no puede ser lastrada por quienes ahora sólo pretenden disfrutar de privilegios cuando falta mucho, pero mucho, para consolidar eso de que por el bien de México primero los pobres.
Incluso podría perder liderazgo entre su equipo, donde no faltará quien al ver cómo ella y ellos se afanan en trabajar, otros sólo buscan medrar: alguien duda de que más de uno del gabinete diría ¿y todo para qué?