En la encuesta de EL FINANCIERO de ayer se repite el fenómeno de una presidenta con alta aprobación en general, pero con números rojos por doquier. En corrupción, por ejemplo, 66% de los encuestados, 10 puntos más que en enero, dice que la cosa va “mal/muy mal”.
La corrupción tiene muchas fuentes. Una de las más obvias supone el pago a oscuros financiadores de campañas electorales. Si ese fuera el caso, Claudia Sheinbaum estaría siendo perjudicada por tanto morenista abonando a sus padrinos. Es sólo una hipótesis.
La encuesta no tiene un rubro dedicado a la satisfacción de las y los mexicanos con la democracia o con las elecciones. Va otra hipótesis: no es preguntado porque Alejandro Moreno no lo detecta como una preocupación social.
De hecho, en enero Alejandro Moreno (el bueno, no el que anda en Washington) hizo un texto relativo a la confianza de las y los mexicanos en su democracia a partir de los números de la encuesta Latinobarómetro:
“Cincuenta por ciento de las personas entrevistadas en México dijo estar muy o algo satisfecho con el funcionamiento de la democracia en el país, el registro más alto desde 1995, cuando dio inicio el seguimiento de encuestas Latinobarómetro”, dice el texto de Moreno.
Dicho de otras tres formas: 1) en las recientes elecciones en Veracruz y en Durango, todos los partidos ganaron algo y todos perdieron algo; inmejorable definición de un sistema competitivo (con todos sus bemoles); 2) en la elección judicial, ni la mayoría oficialista del INE ni la del Tribunal Electoral vieron problema grave, ¿quién dijo acordeones?, cero abusos que motivaran cancelación de triunfos, y 3) incluso con lo raquítica que fue la votación, de la presidenta Sheinbaum para abajo, todo el oficialismo se felicitó por esos inéditos comicios.
¿Entonces? ¿De dónde viene la urgencia o necesidad del régimen de cambiar el modelo electoral, ése con el que ganaron hace 14 meses la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión y la mayoría de los estados?
Hoy, la mejor reforma posible es ninguna reforma. Si con este sistema, imperfecto y todo, la oposición pudo ganarle a Morena estados como Jalisco, capitales como Monterrey, alcaldías como Cuauhtémoc, para qué conceder al régimen un cambio que no será aperturista.
Al decir que hará una encuesta para ver qué opina la gente de que haya “tanto” diputado plurinominal, Claudia Sheinbaum –quien adelantó que a la gente no le gustan los plurinominales– mencionó ayer dos aspectos que le gustarían de esta reforma: “tampoco debe haber tanto recurso que se destine a los partidos políticos y a las elecciones, (y) que se reconozca la democracia también como el reconocimiento de las mayorías; porque finalmente eso dice la Constitución, y así ha sido en la historia de México”.
Es decir, a lomos del desprestigio bien ganado de no pocos legisladores plurinominales, se dirá que nuestra democracia es cara, que las elecciones, carísimas; que los legisladores, demasiados, y que los procesos electorales pueden ser más económicos. Pura obviedad.
“Disminuir un gasto no es sólo un aspecto contable-presupuestal. Significa el replanteamiento de valores y prácticas que se consideran positivas en sí mismas”, dijo en 2012 Marco A. Mena (hoy cónsul en San Francisco) en el texto “¿Cuestan demasiado las elecciones en México?”*
“El criterio que debe valorar el monto del gasto electoral debe ser su propio rendimiento. Es decir, qué obtenemos efectivamente del ejercicio de ese presupuesto”, concluye Mena, quien, con números de hace tres sexenios, expuso que el mexicano era el sistema electoral más caro, por mucho, de América Latina.
Pero eso tenía una razón.
La sobrerregulación, e incluso la redundancia de muchos procesos en las elecciones mexicanas, que implican altos costos (sin contar que blinda a los partidos del dinero sucio –ajá–, y posee esquemas de fiscalización para todo) obedecían a la desconfianza.
El rendimiento de ese caro sistema era una mayor confianza. Nada más, pero nada menos.
Si la oposición tuviera dos dedos de frente, haría lo mismo que con la “ley censura”; es decir, crear una etiqueta que exhiba al régimen en este pretendido cambio, ilógico, dado que con estas leyes e instituciones los de Morena han ganado casi todo lo que han querido.
Incluso Sheinbaum padecería esa reforma, porque “su” mayoría, que marginará a las minorías, terminará por complicarle la vida: aprenderá a la mala aquel lema priista de que lo que resiste apoya, que una oposición puede ser aliada.
Al sistema electoral vigente le urge blindaje del dinero del narco, seguridad para los candidatos y cerrarle la puerta a la corrupción. No una reforma que será una regresión y que nadie, ni las mayorías, están pidiendo.
*Uso y abuso de los recursos públicos, coordinado por Carlos Elizondo Mayer-Serra y Ana Laura Magaloni Kerpel. CIDE 2012