Nada dice mejor crisis de gobierno que el hecho de que la presidenta Claudia Sheinbaum sea simultáneamente el primer y último valladar de todo asunto, chico o grande, de la agenda nacional. A la mandataria le alcanzan todos los problemas, la ocupan en toda clase de cuitas.
El modelo de comunicación que funcionaba con López Obrador hace agua y nadie parece querer ayudar a la presidenta a administrar (léase cuidar) mejor su tiempo, su imagen y, desde luego, su poder.
Sheinbaum, dicen incluso sus biógrafos, no tiene el talento comunicacional de Andrés Manuel. No es un defecto, per se. Sería, en cualquier caso, una condición a tomar en cuenta a la hora de definir cómo se ha de proyectar imagen, discurso y obra de la presidenta.
Ponerse ella misma a atajar diario toda coyuntura supone un intento tan febril como riesgoso, que merma sus posibilidades de asumir control y ejecución de la totalidad del aparato gubernamental. Una mañanera así le servía a AMLO, a ella la desgasta cada día más.
Es obligado preguntar si la presidenta no es ya rehén de personajes a quienes conviene, por agendas tan viscerales como nimias, medrar con el formato de la mañanera: desde Jesús Ramírez hasta esos que, impostados como periodistas, en una carpa tendrían menos micrófono.
El resultado es el abaratamiento de la agenda de una presidenta con credenciales académicas y experiencia de gobierno. Una preparación de casi medio siglo para terminar escuchando conspiraciones chafas sobre el Canal Once (como el viernes) o empalagosas adulaciones.
La presidenta incumple su mandato presidencial de velar por la nación cuando no discrimina en el uso de su tiempo entre problemas reales, y hasta urgentes, de grillas prefabricadas entre los propios seguidores de su movimiento. Por esa ruta, todos perdemos, no sólo ella.
De igual forma, empeña las probabilidades de que su administración entregue buenas cuentas si insiste en no contar con un equipo de colaboradores que le agreguen gravitas, que le sirvan de contención y revire, que salvaguarden su investidura y fortalezcan su política.
El gabinete de Sheinbaum (salvo honrosas excepciones) ni le quita golpes ni inspira respeto en nadie, dentro y fuera. A su gobierno, lo mismo le manotea un presidente autocrático como el que se apoderó de El Salvador, que un abogado bully de un narcotraficante.
Si se equivocó Omar García Harfuch al decir –materia del reclamo de Nayib Bukele la semana pasada– que un avión con droga detenido en Colima había pasado por territorio del país centroamericano, ¿la mejor manera de destrabar el asunto era exponer al secretario de Seguridad a una confrontación? ¿Y la diplomacia? ¿Y la política?
Lo que diga el abogado de un narcotraficante confeso es doblemente falaz. No es un juez, ni siquiera un fiscal. Es un agente contratado, independientemente de la inocencia de su cliente, para velar sólo por los intereses del detenido. Su mensaje es alquilado. Dirá lo que sea a fin de favorecer un interés particular. ¿Para qué darle importancia por adelantado, por qué caer en su estrategia a favor de su defendido por unas declaraciones no sólo sin pruebas sino incluso poco originales?
Que sean indignantes sus palabras no suponen que merezcan una respuesta de la máxima autoridad del país. Salvo, salvo… –y ahí habría que concederle a la presidenta una racionalidad de “si no salgo yo, ¿quién?”– que nadie más de su equipo tenga autoridad suficiente.
Ni su consejera jurídica ni su canciller suscitarían interés nacional y, pues, internacional, cómo les explico. ¿El fiscal general? Con su récord, tampoco. ¿Gobernación? Hmmm… ¿Un gobernador? No se rían. Y así le podemos seguir.
¿Quién es la responsable de que la presidenta malgaste en su equipo, ellas y ellos, poder, en lugar de que sea el gabinete el que le sume a la presidenta, saque el pecho por ella, se juegue el prestigio (es un decir) y la chamba por ella?
La única responsable es Claudia Sheinbaum y tiene la gran oportunidad de enfrentar a Trump con un mejor equipo. De lo contrario, en efecto, hasta un abogado de un narco querrá subirse al ring con ella, y hasta las grillitas de tuiteros distraerán a la primera presidenta de la historia de México.