Hugo López Gatell con premio; Rosaura Ruiz desautorizada; Jesús Ramírez Cuevas empoderado, youtuberos acuerpados… ¿Quiere decir que los ultras de Morena van ganando? Más bien la pregunta debería ser, ¿en el obradorismo existen los moderados?
Trece meses atrás, en las horas posteriores al triunfo de Claudia Sheinbaum, en el círculo cercano de la candidata se daba por hecho que en el nuevo grupo no cabría Ramírez Cuevas… En contraste, la semana pasada circuló un video de él y la presidenta en Palacio.
Esas imágenes, que captaban un intercambio verbal entre Sheinbaum, su cercano Pepe Merino y Ramírez Cuevas, no desvelan un secreto de Estado. Simplemente confirmaban que la idea de ajuste en el esquema propagandístico de Claudia, uno menos estridente, quedó en el tintero.
En el mismo sentido, la cancelación del nombramiento de Sergio Aguayo Quezada como consejero del CIDE la semana pasada muestra que en el obradorismo se premia la sinrazón partidista antes que cualquier intento de pluralidad.
Para quien no esté enterado: tras conocerse una invitación honoraria a Aguayo para integrarse al CIDE, en redes obradoristas clamaron traición, logrando que el académico fuera desinvitado. La verdad, la sorpresa fue el intento de apertura, no la claudicación de la secretaria Rosaura Ruiz.
El episodio es de manual del sectarismo: se premia a los que se sometan, se apalea a los que duden y se expulsa (o impide todo acceso) a los “impuros”.
Los premios pueden incluir, desde luego, a quien públicamente fue una de las figuras que en su momento chocaron con la hoy presidenta, como es López Gatell, el polémico encargado de la pandemia, donde Sheinbaum marcó su propia ruta de acción sanitaria.
El controvertido exfuncionario tendrá una representación ante la Organización Mundial de la Salud. Claudia misma el lunes defendió ese nombramiento, para muchos insultante por la sobretasa de defunciones por Covid-19, para los guindas, “merecido”.
Leer estos episodios como circunstanciales, o como parte de una pugna dentro del obradorismo, suena a 2019. Para entonces AMLO ya había cancelado el NAIM, por mencionar un ejemplo, y parte de la discusión seguía siendo si el tabasqueño sería radical o se moderaría.
Algo parecido ocurre hoy. Desde que llegó al poder en octubre, la presidenta ha dado toda clase de muestras de total apego al plan C, de allanamiento a los acuerdos de la elección interna morenista, y de aceptación, resignada o entusiasta, del medio gabinete que le dejaron.
Por tanto, mientras hay quien sigue apostando (quién sabe con qué bases) a que la mandataria decidirá un eventual distanciamiento de López Obrador, de sus hijos o sus incondicionales, lo real es que el Año Uno de Sheinbaum es prácticamente de continuidad pura y dura.
Quizá la cuestión es preguntarse qué es esa moderación que se supone podría ocurrir a lo largo del sexenio de Sheinbaum.
Porque si ella ganó la interna fue, méritos aparte, porque representaba la más amplia identificación con los postulados de Andrés Manuel. Y por eso mismo, y a pesar de haber quedado en segundo lugar, la realidad es que Marcelo Ebrard nunca tuvo chance.
En Morena no han terminado de destruir el pasado. Por ello el Congreso está en pleno extraordinario, y ya se anticipa una reforma electoral. Dicho de otra forma, el obradorismo está lejos de cejar en la conquista de espacios, e incluso de querer compartir estos.
Los ultras no son tema en Morena. El estatismo, la centralización del poder sin contrapesos y la denegación de legitimidad a la oposición son defendidos ruidosamente por ellos, y calladamente por otros. Punto. La evidencia es que ahí no hay moderados.