Es todavía imposible establecer si los autores del doble asesinato del martes eligieron a sus víctimas a sabiendas de que generarían un golpe contundente, también, en una piedra angular del obradorismo: sus operadores. Sea como sea, lo lograron.
Los avances en la investigación reportados ayer al mediodía por la Fiscalía de Justicia y la Policía capitalinas sobre los homicidios de Ximena Guzmán y José Muñoz son magros. No está descartada ninguna línea del ataque directo, aclararon.
El hecho de que 36 horas después del doble asesinato el móvil no sea evidente, ni siquiera a nivel de una hipótesis más consolidada que otras, no mitiga un efecto inmediato del crimen: sacudió mucho no sólo a la jefa de Gobierno Clara Brugada, y con ella a instancias de primer nivel, sino –y podría decir, sobre todo– a columnas sobre las que descansa la operación del obradorismo.
Morena es un animal político aún difícil de clasificar. Aunque el obradorismo lleva décadas, es incipiente su evolución partidista. Si a ello sumamos que parte de la consolidación ha de ocurrir habiendo capturado los máximos espacios de poder, el reto es complejo.
La figura de López Obrador logró lo que ninguna otra en un siglo. Salió de dos partidos y al final logró derrotar a ambos. Esa lucha, que estuvo llena de escollos y no pocas derrotas (con errores de AMLO incluidos) generó arrastre ciudadano y la adhesión de jóvenes.
Más allá de las figuras que hoy son la avanzada morenista, hay una segunda línea que soporta la operación de figuras como las de Claudia Sheinbaum o Brugada. Son las Ximenas y los Josés que a lo largo del país creen, hace rato viven y trabajan en el movimiento.
El perfil genérico de ellos fue maltratado por una definición burda del expresidente. Cuando Andrés Manuel dijo que prefería colaboradores con 10 por ciento de experiencia y 90 por ciento de lealtad, metió indebidamente al saco a gente leal pero que también posee, en mayor o menor medida, preparación y capacidades operativas y/o técnicas.
Así era AMLO: sus frases eran pegadoras, pero ese éxito luego estorbaba, entre otras cosas, para comprender que Morena está enfrascado en un complejo remplazo de una burocracia por otra, con escasez de cuadros y (encima) bajos salarios.
Para ese recambio Morena echó mano de la militancia que había pateado el territorio. Los llamados Servidores de la Nación, por ejemplo, no se inventaron de la noche a la mañana, más bien se formalizaron, pero ya eran colaboradores esenciales del hoy régimen.
De forma que mientras los reflectores caen en los Fernández Noroña o Adán Augustos, hay en posiciones clave, de lo que es este régimen en construcción, perfiles que son la siguiente generación de este movimiento (más jóvenes que Sheinbaum y no se diga que AMLO).
Son el grupo que resentirá particularmente los eventuales enquistamientos de líderes, o de esos que sienten que porque ya llegaron, no deben soltar el hueso.
Y son la base que moviliza y hace que funcione tanto la parte ejecutiva del gobierno (en lo que funciona), como la conexión con las bases en el territorio (que funciona mucho).
Son muchos y son cruciales. Y este martes sintieron las balas asesinas demasiado cerca. Porque conocían a las víctimas, pero sobre todo porque quien le pega a uno de ellos, manda –claro– un mensaje a su superior… pero hace sentir muy vulnerable a todos sus colegas del país.
Insisto. Es imposible hoy saber si también eso se proponían los asesinos de Ximena y José, sacudir esas columnas del templo de las que depende que exista, eventualmente, eso que llaman el segundo piso.
Por las familias directas de Ximena y José, y por la familia extendida que de tantas Ximenas y Josés que vertebran al movimiento, la justicia tiene que ser pronta y total.