En 2000, el PAN ganó la Presidencia de la República porque su candidato leyó bien lo que querían los mexicanos, comenzó a chambear muy temprano por ello, se rodeó de un equipo capaz y tuvo un partido consolidado. Para 2006, los panistas armaron unas primarias que calentaron el ambiente blanquiazul y el de la política nacional mucho más allá de lo que inspiraban sus entonces dos precandidatos. ¿Qué hará Marko Cortés para posicionar a su organización, y a algún eventual candidato, de cara al 2024? Esperemos, para empezar, que lo que haga no sean barbaridades como nombrar a Jorge Romero en la coordinación de San Lázaro.
Los morenistas no se pueden quejar. El presidente López Obrador lo hizo de nuevo y ya todo mundo habla que si Marcelo, de que si Claudia, de que qué hará Monreal. Como si no existiera la Línea 12 descarrilada, como si no estuviera claro que el gobierno de AMLO es disfuncional de una manera que genera problemas antes que solucionarlos. Pero qué importa la realidad cuando uno puede soñar. Sobre todo si ese uno es partidario de que ganen los mismos del 2018.
¿En el bando contrario habrá espacio, o razones, para soñar? Dejemos de un lado al PRD (que el 6 de junio perdió su bastión: Michoacán) y al PRI (que vio caer ocho gubernaturas). Nos queda el PAN.
Hay varias maneras de hacer un balance del panismo en las intermedias. Alguien podrá decir que “sólo” perdieron dos gubernaturas. Que retuvieron otras dos. Pero otra manera de verlo es, digamos, con ambición: había 15 gubernaturas en disputa, ¿de verdad que es un saldo digno andar presumiendo que sólo perdieron la mitad de las que tenían? El PAN debería haberse planteado aumentar su presencia, no perder lo menos.
Es cierto que el PAN avanzó en San Lázaro, como también lo es que en territorios como San Luis Potosí les ocurrió lo mismo que ha venido sucediendo en Nuevo León y Jalisco: están en ruta de ser una fuerza testimonial.
Pero concedamos que a veces importa más lo que uno logra posicionar antes que la realidad. Y Marko Cortés pudo vender el camello de que el PAN es la segunda fuerza.
En congruencia, lo que urgiría es que el PAN, si de verdad quiere ser protagonista de aquí al 2024, reordene filas y tome decisiones que le reposicionen y que, sobre todo, no le conviertan en la víctima propiciatoria del juego sucesivo de Andrés Manuel.
Porque el Presidente, a pesar de los descalabros que representan los escándalos de sus pedigüeños hermanos, seguirá con su letanía de que sólo Morena y sus candidatos representan un cambio verdadero, uno donde la corrupción no impere.
Si Marko Cortés no entiende que la narrativa presidencial es potente a pesar de los videos que han circulado en los que los López Obrador reciben efectivo, entonces hipotecará las posibilidades de su partido.
Dicho de otra manera: si como jefe nacional del panismo quieres tener un espacio en la discusión retórica que hablará de honestidad y anticorrupción, no puedes encargar la bancada panista en la Cámara de Diputados a Jorge Romero, comparsa de Mauricio Toledo, actualmente en la picota. Hacerlo comprometerá el discurso panista de aquí a las elecciones federales, y ya no digamos las precampañas de eventuales “corcholatas” blanquiazules.
En 2018 vimos cómo el PAN no supo tomar las decisiones correctas para tener al partido unido y al mejor candidato. El PAN es (todavía) demasiado importante como para que sus líderes sólo piensen en sí mismos y no en el país.