Salvador Camarena: Tarahumara, sin justicia y sin amparo

Joaquín César Mora y Javier Campos fueron asesinados dentro la Iglesia de Cerocahui
Joaquín César Mora y Javier Campos fueron asesinados dentro la Iglesia de Cerocahui
Los sacerdotes.Joaquín César Mora y Javier Campos fueron asesinados dentro la Iglesia de Cerocahui
Cuartoscuro
autor
Salvador Camarena
Periodista
2023-03-24 |06:51 Hrs.Actualización06:51 Hrs.

Qué mala suerte tiene la Tarahumara de estar en el norte. Y más de que la gobierne (es un decir) el PAN. Si esa región, sus ríos, pueblos, árboles, cielos, barrancas y pobladores estuvieran en el sur, si ahí la gobernadora usara chalequito guinda y no azul, quizá –es sólo un quizá– el Presidente de la República les mostraría un poco de humanidad. 

Cabe la posibilidad de que si a los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora y a Pedro Palma y Paul Berrelleza los hubieran matado en junio pasado en una entidad sureña, el gobierno federal, el titular del Ejecutivo, el mexicano más poderoso y vocal de estos años hubiera mostrado que esas muertes duelen. Por violentas, por absurdas y, sobre todo, porque no debieron ocurrir, y sucedieron por las omisiones del Estado ante un criminal impune.

Aunque no hay garantía. Porque para demostrar lo contrario ahí está la morenista Sonora, bien atendido el pueblo yaqui, pero no la violencia. ¿No le duele Caborca, Presidente? Es pregunta retórica, claro está. Porque es igual de inútil que preguntar si a AMLO le importa la sangre que corre en Tijuana, o para el caso, en el occidente, pero tampoco en el sur, la de los colimenses. Esas balas, esos muertos no conmueven al de Macuspana. 

Gracias a Dios, habrán pensado en la junta de seguridad, que el asesino prófugo encontró una bala. Una palomita más en el índice de cero impunidad. No faltará quien diga que es un éxito del gobierno, cómo no, que le hizo salir de sus dominios y por tanto que ese gol contra la violencia cayó gracias a que lo traían a salto de mata. Y ya. ¿De las víctimas? Nada nada, lo que querían era al Chueco, ¿no? Pues ya está bien frío. A otra cosa.

O será que los jesuitas ni le votan y entonces ni le duelen. Será que el Presidente está conforme con que la Iglesia católica, más allá de los hijos de San Ignacio, diga misa, pues la credibilidad del clero estaba ya a la baja por demasiados obispos opulentos, por la obesidad de una cúpula clerical que abandonó al pueblo. 

Si de tiempo atrás sabemos que las madres buscadoras piden permiso a los delincuentes para buscar a sus hijas e hijos, ¿será que estamos a dos de pedirle todos al crimen organizado que se organice aún más y abra un despacho en dónde solicitar que entreguen asesinos como en Matamoros, o nos cuiden de criminales desquiciados como el Chueco?

La simpatía por el diablo no está descartada. Si los responsables de hacer justicia no pueden o no quieren, entonces el desamparo es insondable: la sangre no será castigada, y las víctimas –la mayoría de ellas, sobre todo las que no aportan rentabilidad o costo electoral– desdeñadas. Como éstas de la Tarahumara, cuyo asesino murió impune mientras a sus familias y amigos el gobierno les desdeña. 

Qué bueno de verdad que alguien volteó a ver al sur de México. Mucha falta hacía por tanta deuda acumulada en décadas e incluso siglos. Pero ¿no le daba a una administración tan poderosa y voluntariosa para dolerse por otros que no están en esa región? O es que este poder de nervios carentes de sensibilidad ha decidido que nada le interrumpa en su soliloquio, que nadie le incomode en su rol de ser el único que debe ser visto como víctima. 

Murieron violentamente cuatro en la Tarahumara y su asesino en Sinaloa. Pero al Presidente le interesa el bronce, para nada el desamparo de sus gobernados.