Salvador Camarena: Padilla López, ritos y dudas

El exrector de la UdeG falleció el pasado 2 de abril
El exrector de la UdeG falleció el pasado 2 de abril
Raúl Padilla López.El exrector de la UdeG falleció el pasado 2 de abril
Cuartoscuro
autor
Salvador Camarena
Periodista
2023-04-04 |07:57 Hrs.Actualización07:57 Hrs.

La Universidad de Guadalajara es un mundo de un cuarto de millón de personas, entre estudiantes, académicos y trabajadores de diversa índole. 

En las últimas décadas ese planeta –menos poblado antes, más ahora– orbitó alrededor de la ambición y capacidad de Raúl Padilla López, que, además de diseñar y ejecutar un modelo educativo regional, dio a la UdeG un sentido cultural de envergadura mundial.  

La muerte el domingo de Padilla López en su domicilio ha sido motivo de muchos obituarios, varios de ellos ricos en datos y análisis políticos. El deceso es una tragedia para su familia y el llamado grupo Universidad, y una pésima noticia para todos aquellos que, de una forma u otra, sin dejar de ver o criticar sus defectos, reconocen sus obras. 

Su ausencia también supone riesgos para Jalisco. Lo logrado en esa casa de estudios en estas cuatro décadas es notable, pero, ¿cómo trascenderá la UdeG al liderazgo que forjó su expansión académica y una pujanza cultural sin par? E incluso se debe cuestionar si quien tome las riendas sabe que está obligado a despersonalizar la universidad y sus empresas. 

La Feria Internacional del Libro es el mayor escaparate de la UdeG. La imagen de una universidad que todos los días “piensa y trabaja”, como dice su lema, ha dependido por años de esas dos semanas en que la Expo Guadalajara se vuelve el centro editorial del planeta, y el momento anual en el que Padilla era más visible, y más evidente su poder. 

En esas jornadas, el exrector y presidente de la FIL tenía lo más cercano al don de la ubicuidad. La feria estaba diseñada para que él pasara de un foro a otro, de una presentación a la siguiente, con sigilo, pero sin que nadie dejara de advertir cuando llegaba a ocupar el asiento que la avanzada le había reservado. Y así como llegaba, se podía ir. 

De esa forma, El Licenciado se dejaba ver por sus invitados nacionales e internacionales, y también por sus –digamos– gobernados: por una familia universitaria consciente de que el león mayor podría apersonarse a la primera de cambio, y por la comunidad en general: las y los jaliscienses que les gustara o no reconocían en él a un poder de su estado.  

Esa centralidad de Raúl –también evidente en la disposición de las mesas de honor en la inauguración, premiaciones, cocteles y eventos estelares de la FIL– hoy es un vacío que tendrá que ser llenado, pero con un liderazgo distinto. Padilla nunca ocultó sus polémicos orígenes, pero, sabedor de que el mundo cambia, tampoco fanfarroneaba al respecto. 

Si de algo ha de servir la inercia predecible –el impulso que es esperable, dado que todos estos años Padilla formó una legión de operadores en los distintos espacios universitarios– es para dar oportunidad a que la vida académica y cultural continúe sin sobresaltos en este año.  

Pero en el plano de lo simbólico, del duelo de estas horas tendrán que salir pronto las señales que den certidumbre a la comunidad universitaria y a las y los jaliscienses, de que quienes han heredado esta responsabilidad tienen idea de cómo asumirla, de cómo no consumirla en pugnas y grillas, de cómo –obligados están– mejorarla.  

Padilla acuñó ritos y modos que lo deseable es que se vuelvan sólo parte de su leyenda. Una universidad menos patrimonial de un grupo, unas iniciativas culturales más ancladas en alianzas y soportes más allá de la rectoría en turno y del llamado sanedrín, sería el mejor homenaje a quien el domingo se despidió de su obra.