Salvador Camarena: Mi conciencia y yo

"Suele marcarme el camino. Y como ella es quien más me conoce y quien más sabe lo que quiero"
"Suele marcarme el camino. Y como ella es quien más me conoce y quien más sabe lo que quiero"
Conciencia."Suele marcarme el camino. Y como ella es quien más me conoce y quien más sabe lo que quiero"
Shutterstock
autor
Salvador Camarena
Periodista
2021-09-02 |07:11 Hrs.Actualización07:11 Hrs.

Que llego y que le digo: “¿Conciencia, qué vamos a hacer hoy?”. Dado que yo la estimo como la cosa más importante en mi vida, confío siempre en lo que me responde; así que por qué le iba a rezongar cuando clarito contestó que íbamos a declarar que, ante tanto y tan buen resultado en apenas tres años, en una de ésas renunciamos al deber, y a la obligación jurada de cumplir la ley, pero eso sí, sin sentirnos –ella y yo– mal. Faltaba más.

Así es uno. Dialoga de tú a tú con la conciencia. Se levanta y buenos días le dé Dios, le dice apenas abrir los ojos a su conciencia. Ésta, hasta eso, responde de la misma forma: amable, generosa, fraterna. Porque no sé a ustedes, pero a mí me tocó una conciencia así como campechana, buena onda, pues.

Esa conciencia mía no me atormenta en la madrugada. Ni me espanta el sueño. Nunca nunca. Es de lo más comprensiva. Sabe –porque es sabia– que me levanto temprano siempre siempre. Y por eso no viene a jalarme las patas –con el perdón de la investidura, pero así se dice allá de donde soy– con dudas o remordimientos. Nada de “hubieras mejor buscado más opiniones”, nunca un “quizá te apresuraste”, y menos me sale con eso de que “¿y si tú estás mal y los otros bien?”.

Me salió rebuena la conciencia, para qué más que la verdad. Me dicta cosas, las escribo –a veces en papel, a veces nomás en mi mente– y salgo y las digo, y ya, todos tranquilos.

Suele marcarme el camino. Y como ella es quien más me conoce y quien más sabe lo que quiero, pues apenas me habla volteo con otros y afirmo, es por allá, o le vamos a hacer asá. Muchas veces me seguían sin respingar, pero luego no se crean, sí me repelaban; pero a ver, entre quienes tienen ideas u opiniones, y yo que tengo conciencia, a quién debe seguir uno. Aistá. A la conciencia de uno.

Por eso ésos que se decían mis amigos ora andan hable y hable mal de mí. Pobres, seguro ellos no tienen una conciencia que los reconforte, que les dé apretones de cachete así bonito, que les haga sentir que qué grande es la transformación, y que qué irreversible todo lo que se ha hecho. Pero, la verdad, todo se lo debo a mi conciencia.

No entiendo cómo es que algunos necesitan a confesores o sicólogos. Tampoco sé qué lleva a otros a buscar médicos o abogados. Uta, ¿qué tal los que se acercan a consultarle a los economistas? No hace falta hombre. Miren, es más sencillo: se agarra uno un libro, lo peina de arriba abajo, y cuando uno ya ha leído bastantes, y viajado más, pues la conciencia sabe lo que es bueno y lo que es malo, como en el árbol aquel de las manzanas.  

Ahorita que me acordé, hasta dan ganas de rubricar eso que escribieron en ese mismo libro, aquel pasaje de “y vio Dios que era bueno”. Pero ya me dijo mi ya saben quién que no exageremos, que rumbo a cerrar este discurso basta con que pongamos:

“Es tan importante lo logrado en este periodo que hasta podría dejar ahora mismo la Presidencia sin sentirme mal con mi conciencia, que es lo que estimo más importante en mi vida”.

¡Bien ahí, conciencia! Que otros acaten los plazos de la ley, las obligaciones con otros poderes, el compromiso con la ciudadanía. Yo sólo me allano a ti, mi conciencia.