La ignorancia no ha sido calificada como pecado, pero la soberbia sí. La soberbia que daña a terceros merece otros calificativos. Negligencia podría ser uno de ellos. Si la negligencia ocurre desde una posición de poder y las consecuencias del empecinamiento son graves, alguien podría incluso decir que es negligencia criminal. Quizás eso es lo que atestiguamos en el caso de la escasez de medicamentos.
Andrés Manuel tiene razón: anteriores gobiernos federales y estatales permitían esquemas de compras gubernamentales de medicamentos en los que había corrupción y grandes negocios para empresarios y políticos.
Frente a ello, el gobierno quiso innovar. No sabían cómo (ignorancia), pero se les ocurrió que como el fin era bueno, más pronto que tarde lograrían sustituir el mecanismo de compras consolidadas que existía para dotar al sistema de salud de medicinas y equipos sin que hubiera corrupción o sobreprecios.
AMLO encargó tan delicada tarea a una de sus más cercanas colaboradoras. Raquel Buenrostro, entonces oficial mayor de Hacienda, desplazó a un equipo de decenas de personas, que había acumulado conocimiento sobre los mercados de medicinas, y con apenas un puñado de funcionarios quiso inventar una nueva manera de comprar. En poco tiempo el proceso colapsó.
Ahí empezó a mostrar sus consecuencias la soberbia de esta administración. En vez de corregir, en lugar de reconocer que la tarea suponía más de lo que originalmente calcularon, acusaron que intereses creados les boicoteaban, que emisarios del pasado impedían llevar a cabo la noble tarea de comprar medicamentos. En esa tozudez, se inventaron un nuevo camino: que la ONU nos ampare, dijeron.
Parece que López Obrador y sus colaboradores no han visto suficientes películas sobre la tortuosa e inoperante burocracia de Naciones Unidas. Los Balcanes son un recordatorio trágico de que ese organismo es noble, pero puede ser negligente.
Para comprar las medicinas de los mexicanos la ONU resultó, en efecto, opaca e incompetente. Sólo a este gobierno se le ocurre que sean esos burócratas azul cielo los que ayuden en tan delicada tarea.
Dos años después el gobierno de la República enfrenta por doquier reiteradas denuncias de desabasto de medicamentos convencionales y oncológicos. Los casos de los tratamientos para niños que padecen cáncer son los más visibles, y con razón. Es una tragedia triplemente dolorosa: porque son infantes, porque muchos son de escasos recursos y porque los niños con cáncer de otros países no se mueren en la misma proporción que los mexicanos.
Recapitulando: la ignorancia fue primero, pero lo de hoy es negligencia. El gobierno se ha escudado en sus paranoias conspirativas para no rendir cuentas de una realidad atroz: han sido incapaces de corregir el rumbo en dos años y medio. No han sabido poner al alcance de la población los medicamentos indispensables para que los mexicanos más pobres tengan las mayores probabilidades de sanar.
Esta escasez no es nueva para los mexicanos más necesitados. Pero múltiples testimonios –de médicos del sector oficial, que hablan en anonimato por temor a represalias, y de organizaciones que ayudan a enfermos– coinciden en que la diferencia hoy frente a lo que ocurría en el pasado es abismal.
Para AMLO y los suyos llegó la hora de corregir. Si primero no sabían, si luego no pudieron, hoy es claro que fracasaron y sólo queda corregir. Dejar la soberbia y dejarse ayudar por mexicanos que sí saben cómo hacerlo. No les va a pasar nada si aceptan que son humanos y fallan, pero si en cambio se empecinan, otros lo pagarán con su salud y, dicho sin dramatismo, con su vida.