Salvador Camarena: Joquicingo, los muertos invisibles del Covid

Miles de personas han fallecido debido al COVID-19
Miles de personas han fallecido debido al COVID-19
El adiós.Miles de personas han fallecido debido al COVID-19
Cuartoscuro
autor
Salvador Camarena
Periodista
2021-02-10 |07:01 Hrs.Actualización07:01 Hrs.

Transitar las calles de Joquicingo es toparse cada dos por tres con una puerta coronada por un moño negro. Algunos ya son pardos. La tela de otros conserva su lustre. Todos juntos son demasiados para pertenecer a una normalidad. O, mejor dicho, a una normalidad previa al 2020, cuando la gente en este pueblo mexiquense, y en el mundo, no se moría en racimos como desde la aparición del Covid-19.

Joquicingo tiene apenas unos 14 mil habitantes. Y hasta mayo pasado era un pueblo –oficialmente– sin mucho qué lamentar, a pesar de que la pandemia ya azotaba con fuerza a la Ciudad de México y al Edomex metropolitano. ¿Entonces por qué tantos crespones, tanto luto anunciado en las puertas de esa población a menos de una hora de Toluca? El reportero Miguel J. Crespo se dio a la tarea de averiguarlo.

Crespo encontró que, según las autoridades, antes del 25 de mayo Joquicingo era uno de los ocho municipios mexiquenses con cero contagios de SARS-CoV-2. Pero para finales de año, su población ya había cavado tumbas para decenas de fallecidos. ¿Cuántos? Difícil saberlo. Ahí, como en tantas partes de México, los testimonios de habitantes y personal médico hablan de una realidad; las cifras oficiales –claro– registran menos casos.

Cito fragmentos del reportaje de Crespo: “José Rodríguez, 60 años, murió en mayo y fue uno de los primeros fallecidos confirmados por Covid. Los vecinos entrevistados recuerdan que a su muerte le siguieron las de Noé Orihuela, el albañil; Anita Chávez, la catequista, y Félix Orihuela, el microbusero. A finales de octubre, Juan Martín Reyes vio cómo Carmen, su madre, moría después de salir de un consultorio particular cercano mientras él y sus hermanos buscaban un concentrador de oxígeno para tratarla en casa. En noviembre, Guillermo Miraflores, integrante del pleno de Antorcha Campesina, se infectó de coronavirus. El 26 de ese mes moría. Semanas después su madre y su hermana, con las que vivía, también fallecieron. David Valdez Mendieta, asegura su sobrino Efraín Valdez, murió por la pandemia en junio. Trabajaba en las oficinas del ayuntamiento. El encargado de Catastro y el de Gobernación también fallecieron con síntomas de la enfermedad.

‘Antes estábamos enterrando tal vez a 30 (al año); ahorita con la pandemia yo calculo que van más de 100’, dijo Alan Solano, un arquitecto que trabaja en la reconstrucción de viviendas afectadas por el sismo de 2017 e intenta concientizar a sus vecinos sobre los riesgos de la pandemia.

El doctor Carlos Olvera estima que de los 200 pacientes con síntomas de Covid-19 que atendió en su consultorio privado, al menos murieron 40. ‘Mueren en sus casas, sin prueba, de insuficiencia respiratoria y no entran al conteo oficial de las víctimas del virus’, explica el doctor”.

El doctor Olvera, que también se contagió, recuerda que en el 20 de febrero ya recibía en su consultorio a pacientes con síntomas de Covid. Es decir, tres meses antes de la primera muerte oficial de la pandemia en Joquicingo la enfermedad ya causaba ahí estragos.

En el año transcurrido desde entonces, Joquicingo ha pasado, como buena parte de México, de semáforo naranja a rojo, de rojo a naranja y de regreso a rojo. En el reportaje de Crespo varios pobladores de ese municipio se quejan de que ya nadie hace caso a la sana distancia ni al correcto uso del cubrebocas. 

En diciembre, cuando el periodista estuvo ahí, hubo juegos de futbol con tribunas llenas. Una normalidad salpicada de muertes. Y de estampas inéditas, donde son los pobladores quienes entierran directamente a sus deudos, como Secundino Morales, que ha cavado las tumbas de su cuñado Noé Orihuela, de 23 años, en julio, y la de Juan Iguala, en diciembre.

“Cuando el ataúd de Iguala llegó al cementerio, su hija y sus nietas lo esperaban bajo un sauce, a unos cinco metros de la tumba. Los seis hombres lo acercaron a la fosa que habían pasado la mañana cavando y lo enterraron con cierta torpeza. ‘Nadie te enseña a enterrar y menos a tu familia’”, dijo Secundino Morales. “Aquí es de hazle como puedas”.

El reportaje completo de Crespo se puede leer aquí, y forma parte de la serie Los muertos invisibles de la pandemia, que coordinado por Dromómanos, se realizó en conjunción con el equipo de periodismo de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.