Andrés Manuel López Obrador encabeza un embate en contra del Instituto Nacional Electoral. Por ahora, la Corte contiene las peores pretensiones del tabasqueño, pero éste no abandona su idea de capturar al árbitro comicial.
En ese marco se dará la visita del consejo del INE a Palacio Nacional. Decir que tal encuentro supondrá una agradecible señal republicana de cambio de tono en la relación entre el Presidente y un órgano autónomo es no estar viendo correctamente o mentir abiertamente.
Por un lado y, como dice el propio AMLO, “hay que esperar” el formato de la visita y los resultados de la misma.
Mas en lo que ocurre eso la semana entrante, sí podemos recordar de dónde venimos y dónde estamos en lo que debería ser una de las más importantes, y por tanto cuidadas, relaciones interinstitucionales entre el jefe del Estado y un órgano clave del mismo.
Primero hay que decir una obviedad que por el contexto es, sin embargo, obligada: las elecciones del domingo son sólo la más reciente de las demostraciones de que el formato electoral que tenemos al día de hoy es funcional en todo el sentido de la palabra.
Si algo, el Presidente de la República sólo tendría que felicitar al INE, a los órganos estatales respectivos y a los ciudadanos en general, por la enésima demostración de que la organización de las elecciones es eficaz y eficiente. Ese algo, desde luego, AMLO lo regatea al instituto e incluso a la sociedad.
La cita del martes, no seamos ingenuos, no es para eso.
El INE llegará a su comparecencia con rezagos y dudas (digo comparecencia pues la consejera presidenta, Guadalupe Taddei, no ha creado en sus primeros meses un perfil que destaque por autónomo, por lo que no esperaría un diálogo que con respeto acredite y refuerce la independencia del consejo).
Curiosamente el “nuevo” INE parece cojear de la misma proclividad de López Obrador, que desdeña las funciones operativas de las dependencias. Taddei no ha logrado –y acaso ni deseado– los amarres obligados para dotar al instituto de una nueva camada de colaboradores en importantes carteras.
Sus propuestas a las y los consejeros se han caído o están atoradas porque ella quiere imponer en algunas oficinas a cuadros que han sido cuestionados por consejeros que le llevan más experiencia, y que cuidan más la autonomía.
A dos meses de haber asumido la presidencia del INE, Taddei no tiene secretario (a) ejecutivo (a), pero sí una cita con el titular del Ejecutivo federal. Se ven sus prioridades. Encima, hace poco pidió la renuncia de la titular de fiscalización, una de las pocas oficinas que no tenía encargado de despacho.
Aunada a esa descapitalización burocrática, en la que algunos testimonios refieren mano negra de Bucareli, ya tenemos también de parte de este INE su poco proactividad a vigilar y pronunciarse sobre el abierto proselitismo de actores gubernamentales de Morena.
¿Será que el árbitro actual cree que antes era demasiado riguroso con el oficialismo y por ello ahora Taddei ha convencido a los nuevos y anteriores consejeros de –digámoslo futbolísticamente– compensar a los morenistas?
Finalmente, pero nada menor: en pocas semanas el INE tendrá que decidir su presupuesto para 2024. Si de la cita con el Presidente no sacan el compromiso de Andrés Manuel de respetar la autonomía del instituto en ese rubro, los habrán chamaqueado, y feo.
Si para el próximo año Palacio les impone un techo presupuestal bajo, se confirmará que el INE está disminuido, mas el acoso en su contra por parte de AMLO para nada.