Sobreaviso

Pie en firme

En su primer año, la presidenta Claudia Sheinbaum mantuvo el equilibrio, pero no puso pie en firme. En el segundo se juega fortalecer o debilitar su autoridad y credibilidad.

Alo largo del año transcurrido, la presidenta Claudia Sheinbaum hizo gala de temple y serenidad, pero sobre todo de un complicado equilibrio hacia dentro y fuera del país.

Tal arte, por fortuna, permitió a la mandataria sortear medianamente problemas heredados, aflojar las cuñas dejadas por su antecesor, encarar el asedio de Donald Trump y, en algunas áreas —no en todas—, ensayar ajustes al proyecto en el cual cree y milita.

En tal circunstancia, lo mejor del primer año de su gestión es no haber perdido el equilibrio; lo peor, no haber puesto pie en firme. Dicho de otro modo, no soltó las riendas del poder, pero tampoco acabó de tomarlas.


Razón por la cual el reto del segundo año es atender el mandato, al tiempo de asegurar el mando, o sea, estampar su sello o dar contenido a su idea de continuidad con cambio.

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El 17 de enero pasado, el Sobreaviso intitulado “Funabulismo” consignaba lo siguiente:

“La mandataria habrá de encarar al bárbaro del norte no solo más tiempo, sino también en una circunstancia más compleja que la de sus antecesores. Sin recursos económicos y con un legado político comprometedor; atenazada por el reparto del poder, diseñado por López Obrador; con los resabios dejados por la política de polarización; justo cuando Trump, más empoderado y ofensivo, se sabe ante la última oportunidad de sustanciar su eslogan—‘Haz América grande otra vez’— y se muestra resuelto a intentarlo, concibiendo a México no como un socio, sino como un vecino abominable al cual es preciso someter.

“Ante ese cuadro, la presidenta de la República está obligada a poner en práctica el funambulismo. La ‘habilidad —dice el diccionario— para desenvolverse ventajosamente entre diversas tendencias u opiniones opuestas, especialmente en política’. Su desafío, pues, es convertir la adversidad en la oportunidad de cobrar impulso y ampliar su margen de maniobra hacia dentro y fuera, a partir y a pesar del peso, la fuerza y la presión de Donald Trump.”

La cita tiene por propósito señalar que esa percepción de la circunstancia prevalece.

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Perdura esa impresión, pero hay avances.

En su primer año en la Presidencia, Claudia Sheinbaum consiguió —y ese es un mérito— mantener la estabilidad de las finanzas públicas y los índices macroeconómicos, aunque más adelante la deuda puede convertirse en un serio problema, sobre todo si el crecimiento es prácticamente nulo. Sin crecimiento no hay desarrollo y menos aún bienestar social.

El desafío económico se mantiene y, en la posibilidad de resolverlo, dos factores serán determinantes. Uno, el resultado de la negociación del tratado comercial con Estados Unidos y Canadá—el cual Donald Trump vincula con el combate al crimen y sus asociados políticos, así como con el freno a la migración—. Otro, el efecto del giro dado en la relación del gobierno con el sector privado, reponiendo con límites y horizontes la economía mixta. La mandataria se apartó con cuidado del dogma de identificar al capital como “la mafia en el poder”.

Punto clave en este último aspecto será ver si la mandataria logra generar la confianza necesaria para promover y garantizar la inversión, valor contra el cual rema el haber instrumentado en sus términos y sin matices la reforma judicial, la virtual desaparición de los órganos constitucionales autónomos y la modificación del derecho al amparo.

En esos ámbitos la continuidad fue sin cambio.

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Un asunto donde la presidenta mostró gana de ampliar el margen para ejercer el poder, pero también dejó ver titubeo, es el concerniente a su relación con quienes compitieron por la candidatura presidencial que, al final, fue suya.

Por mareos, prudencia, intereses o enredos de quienes le disputaron la candidatura, curiosamente, solo Marcelo Ebrard se mantiene como un activo del equipo de la mandataria.

Gerardo Fernández Noroña se mareó y perdió piso sin conseguir levantarse, hasta ahora; Ricardo Monreal se retrajo prudentemente; fiel a sus intereses, Manuel Velasco actúa con discreción y conforme a su conveniencia; y el impresentable, además de versátil y efectivo ganadero, prestador de servicios, heredero, empresario, plomero político, promotor de delincuentes como policías, legislador y fan del futbol, Adán Augusto López se resiste a asumir, al menos, la consecuencia política de los crasos errores, incongruencias y escándalos que protagoniza.

Ante ellos y salvo la excepción hecha, la mandataria a veces los deja con sus enredos y a veces los cobija, dejando en duda qué quiere y qué puede.

Asombra ella, y no menos la indefinición de Morena ante el desprestigio que esos cuadros le acarrean tanto al movimiento como al gobierno.

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Entre los aciertos del primer año de la mandataria está, sin duda, contener sin confrontar al presidente estadounidense, Donald Trump, y aprovechar su reclamo de combatir al crimen y sus asociados políticos para dar un giro a la política de seguridad y atender el clamor nacional.

Ese giro le arroja dividendos dentro y fuera, al tiempo que, de continuar esa política, la coloca ante una situación que, desde ahora, se perfila en dos asuntos: el combate al huachicol que involucra a altos mandos de la Marina, pero también a cuadros políticos del propio movimiento que la soportan, y el enjuiciamiento del jefe del cártel de La Barredora que fungió como secretario de Seguridad en Tabasco, nombrado por Adán Augusto López cuando gobernó esa entidad.

Esa política plantea una interrogante: ¿la mandataria llegará hasta donde tiene que ir o frenará antes?

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Sí, hay un avance, pero no al punto en que la presidenta Claudia Sheinbaum haya conseguido estampar su sello. En el segundo año de su gobierno se juega eso: fortalecer o debilitar su autoridad y credibilidad.

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