René Delgado: Salinismo involuntario

No en el acceso, pero sí en el ejercicio del poder hay un cierto paralelismo entre gobierno y el de Salinas de Gortari
No en el acceso, pero sí en el ejercicio del poder hay un cierto paralelismo entre gobierno y el de Salinas de Gortari
AMBOS.No en el acceso, pero sí en el ejercicio del poder hay un cierto paralelismo entre gobierno y el de Salinas de Gortari
Esmeralda Ordaz
autor
René Delgado
Analista, periodista y escritor
2023-05-05 |07:41 Hrs.Actualización07:41 Hrs.

Desde luego el acceso al poder fue diametralmente distinto, pero no tanto el ejercicio ni el sentido de este.

Sin duda a Carlos Salinas de Gortari y a Andrés Manuel López Obrador les ha de irritar la posibilidad de establecer un paralelismo entre ellos, pero no deja de ser curioso cómo –y, de seguro, a su pesar– guardan cierta semejanza. Vale insistir: no en el acceso, pero sí en el ejercicio del poder y, sobre todo, en el afán de replantear al Estado.

El punto delicado es si ese parecido prevalecerá en el desenlace de este sexenio. Carlos Salinas de Gortari cerró su mandato con una crisis de crisis, en la cual se enredaron con tinte de sangre los hilos políticos y sociales, provocando en la economía un colapso.

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Nada que ver entre ambos políticos en la forma que accedieron al poder.

La falta de legitimidad en Salinas de Gortari y la sobra de ésta en López Obrador fue y es contrastante. Habiendo accedido al poder, el primero tardó en ejercerlo; el segundo aun sin acceder formalmente a él, comenzó a ejercerlo aún en condición de candidato triunfante y de presidente electo.

Un partido fracturado con el engranaje anquilosado y la brújula perdida no le funcionó a Salinas de Gortari como plataforma. Un movimiento aguerrido y entusiasmado, capaz de galvanizar el malestar social y político acumulado catapultó a López Obrador.

En el origen de su respectivo mando y mandato, imposible encontrar afinidad alguna. Ni caso detenerse en ese capítulo.

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En cambio, sí es posible señalar cierto paralelismo en cómo uno y otro afianzaron el ejercicio del poder.

Por necesidad y tras su ungimiento como jefe del Ejecutivo, Salinas de Gortari reconoció una doble tarea. Crear una base que diera soporte social a su mando y congraciarse –en el marco de su proyecto– con factores reales de poder que le dieran margen para ejercer el poder. El programa Solidaridad y la privatización con dedicatoria del sector público de la economía, incluyendo sectores estratégicos, fueron los ejes de su acción. Ahí y en los acuerdos con Acción Nacional encontró los que las urnas le negaron.

En una suerte de paradoja, Salinas de Gortari construyó una Presidencia fuerte a costa de desmantelar el presidencialismo que sufrió el sucesor.

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Por convicción, interés e igualmente en el marco de su proyecto, López Obrador resolvió sostener y lubricar el respaldo social obtenido en las urnas, en la constitucionalización de los programas de asistencia social sin desatar el nudo gordiano del empleo. Un gasto justificable –no está claro si inversión– que, a la postre, colocará en un apuro al próximo sucesor y los siguientes. Financiar becas, pensiones y apoyos crecientes con baja recaudación será, obviamente, un problemón.

En cuanto al factor real de poder para ampliar el ejercicio de éste sin ser presa del capital –el payaso de las cachetadas, dice él–, el tabasqueño optó por una fuerza indiscutible como lo es la del Ejército y la Marina. Se entendía que, con tal de no sufrir ni sacudir a la burocracia y perder su apoyo, el mandatario se recargó en las Fuerzas Armadas, pero no sólo en tareas de seguridad, auxilio, logística, construcción y distribución. Fue mucho más allá, las involucró en menesteres de administración y función pública, empoderándolas hasta un punto de muy difícil retorno. Quien lo suceda se topará con un muy serio problema.

Andrés Manuel López Obrador construyó una Presidencia fuerte, a costa de encorsetar y poner contra la pared a quien lo suceda. Hoy, quien finalmente se haga de la candidatura está obligado a sonreír en público y mañana a apretar los dientes en privado.

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Más allá de filias y fobias, uno y otro construyeron una Presidencia fuerte y compartieron el afán de transformar las estructuras del Estado sin reparar mayormente en el rediseño de ellas como tampoco en las consecuencias de mediano y largo plazo ni en los efectos secundarios.

Tras remontar la falta de legitimidad y sentar los cimientos de su proyecto, Carlos Salinas de Gortari no supo o no pudo gobernar la sucesión. Recordar el último año de su sexenio es traer a la memoria una hecatombe. De a tiro por mes, algún suceso hacía caminar al país por la orilla de un desfiladero. Levantamientos, secuestros, magnicidios y, al final, el error de diciembre postró al país y condenó el gobierno de Ernesto Zedillo. Tiempo llevó retomar el rumbo e iniciar la construcción de instituciones que, como ahora se dice, contaran e hicieran contar el voto. El desastre abrió la puerta de la alternancia, pero no de la alternativa y, como tantas otras veces, la desigualdad social se mantuvo como el monumento a la injusticia.

Hoy, en el otoño de este sexenio, a Andrés Manuel López Obrador la angustia comienza a hacerlo presa de sus acciones. La fragilidad de su salud, la dificultad de concretar la obra material e inmaterial, los resultados de la mala implementación de algunas políticas e instituciones lejos están de ser los anhelados y el propósito de asegurar la continuidad comienza a complicar el juego sucesorio que precipitó sin mucho cálculo. En el gobierno de este último tramo de su mandato, el presidente se juega no sólo su destino, sino también el del país.

Ojalá, no haya un paralelismo al final o, si se quiere, un salinismo involuntario.

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Revisar el recorrido nacional desde aquel entonces hasta la fecha deja un regusto ingrato, aquel donde la política pendular pone de manifiesto la incapacidad de la clase dirigente para sentar las bases incluyentes, plurales y democráticas que le den perspectiva al país. Un horizonte.

En breve

Sin credibilidad ni autoridad, penoso ser útil sólo para alzar el dedo en el sentido obligado.