René Delgado: A dónde irá el crimen

¿Qué hará el crimen que dominaba Acapulco: emigrar a otro lugar o sólo mudarse a otra actividad?
¿Qué hará el crimen que dominaba Acapulco: emigrar a otro lugar o sólo mudarse a otra actividad?
Luego del huracán.¿Qué hará el crimen que dominaba Acapulco: emigrar a otro lugar o sólo mudarse a otra actividad?
Óscar Castro
autor
René Delgado
Analista, periodista y escritor
2023-11-10 |05:55 Hrs.Actualización05:55 Hrs.

Ojalá y en el cálculo oficial se haya estudiado a dónde irá el crimen que dominaba Acapulco. ¿Emigrará a otro destino o sólo mudará su actividad al campo de la reconstrucción?

Si, cierta y tardíamente, se decidió reforzar la presencia de la Guardia Nacional en ese destino turístico, de seguro, se tomó en cuenta un hecho: dada la versatilidad de las bandas criminales es imposible pensar que se cruzarán de brazos a la espera de la rehabilitación del puerto para, entonces, seguir en lo suyo, como si el huracán fuera un mal recuerdo.

Nada de singular hay en esto. La experiencia sufrida por la inseguridad en múltiples regiones del país lo advierte: cuando el crimen se ve impedido a desarrollar su actividad, se muda de lugar o de rubro. Si ese fenómeno no fue considerado en el rediseño del sistema de seguridad en Acapulco, ese problema cobrará vida ahí mismo o en otro lugar.

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Vale mencionar el asunto de la inseguridad como mera ilustración de la precipitación e improvisación con que se está planteando y llevando a cabo el rescate del puerto.

Con o sin huracán, de tiempo atrás Acapulco demandaba su replanteamiento y, ahora, que una tragedia obliga a ensayarlo, la impresión es desalentadora. Por los indicios, se quiere realizar el montaje de una escenografía para salvar cara y sexenio, en vez de emprender la ardua tarea de concebir y diseñar un plan serio y estratégico para darle un nuevo, seguro y mejor horizonte a ese entrañable sitio.

La idea de volcarse a trabajar para dejar en meses a Acapulco tal como estaba, sería un error, sino es que un infame engaño. Dejarlo tal como estaba, sería dejarlo mal. Creer que todo se reduce a levantar de nuevo muros de tablaroca, reponer la cancelería y los vidrios, colocar plafones, rehacer la jardinería y aumentar el número de guardias, quizá, permita remozar algunos hoteles y la costera para, en su momento, hacer un recorrido inaugural y, con falsa sonrisa, decir: misión cumplida.

Al margen del huracán, en Acapulco hizo eclosión una serie de prácticas políticas intensificadas durante este sexenio que resalta ese doble vicio que tanto daño ha hecho al país: privilegiar el interés político e improvisar en vez de planear acciones. Actuar, pues, bajo la divisa del “qué más da” y hacer las cosas al “ahí se va”.

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En el plano inmediato, la negativa a etiquetar recursos presupuestales para el rescate del puerto revela no tanto la resistencia a comprometer fondos, como la falta de claridad de cuánto tiempo y dinero requiere replantear Acapulco en serio.

Argüir que en esa materia “no hay límite, es lo que consideremos que se va a necesitar”; o que son 60 mil millones de pesos, “pero puede ser que sean (sic) 100 mil”; o que se destinarán los 15 mil millones de pesos de los fideicomisos del Poder Judicial, cuando estos ya están inmovilizados por más de un juez y no hay diálogo alguno entre el Ejecutivo y el Judicial sobre el asunto, pone en evidencia la ausencia de un estudio económico serio del costo y la dimensión de la catástrofe.

Refleja eso y, además, exhibe el afán de seguir con las obras emblemáticas del sexenio con un dejo de indolencia ante lo acontecido, como también el empeño opositor de obtener dividendos político-electorales de la ruina del puerto, envolviendo para regalo las trampas. De los escombros, sobra decirlo, a veces salen fortunas. La clase dirigente en su conjunto entiende hoy a Acapulco no como un destino turístico, sino político. La polarización hace presa del pleito a las víctimas y los damnificados de una tragedia. Increíble.

¿Por qué no se ha escuchado la voz de los secretarios federal y estatal de Guerrero relacionados con el desarrollo urbano y el reordenamiento territorial? No tienen nada qué decir frente a lo ocurrido y lo que ahora debe de suceder.

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En el plano mediato, la secuela del huracán en Acapulco expone el peligro supuesto en empoderar a quienes gozan de popularidad, pero no de capacidad para llevar las riendas de un municipio o de un estado.

Colocar en el gobierno de Guerrero a la hija del senador para que, pese a la defenestración del padre, el asunto quedara en familia y el movimiento hiciera suya la posición, ahora deja ver el costo. No hay gobierno. Anteponer el interés político al supuesto proyecto de transformar una realidad es perder el sentido del poder y emprender una aventura cuyo destino es el que ahora se mira en Acapulco: un desastre.

En esa práctica y en más de un municipio y estado ha incurrido Morena. Parte del elenco de personajes que ha colocado en posiciones de gobierno no lo prestigia, lo desprestigia y anula la posibilidad de un cambio con mejora. Ni qué decir de aquellos con vínculos con el crimen que el movimiento solapa, como si no supiera el peligro que entraña.

De tal pragmatismo se echó mano en el pasado, como tristemente se hace en el presente. Olvidar los fines y adorar los medios acabará por derrotar la esperanza.

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La pregunta aún sin respuesta es adónde irá el crimen que dominaba Acapulco porque, sin duda, no se quedará a la espera de abrazos, así lo prometan. ¿Emigrará a otro lugar o sólo mudará su actividad a un área distinta?

Cabe la posibilidad, desde luego, que sea ocioso formular la interrogante porque, oficialmente, la emergencia ha concluido, aun cuando la tragedia persista y la atención se concentra ahora en lo que verdaderamente importa a la clase política: el poder, aunque no tenga muy claro qué hacer con él.

En breve

Vaya paradoja, un juez federal dejó en el desamparo a la presunta ministra ante la Universidad Nacional. En tal circunstancia, la interesada debería aprovechar la temporada de renuncias en la Corte para dejar de calentar el asiento, ella sí tiene una causa grave para argumentar su salida.