Para quienes conocen a Alfonso Romo, el empresario regiomontano que durante años fue el enlace y recaudador de fondos de Andrés Manuel López Obrador con el sector privado, y que lo hizo jefe de la Oficina de la Presidencia, resulta inverosímil que haya estado relacionado con los cárteles de Sinaloa y del Golfo, y que Vector Casa de Bolsa, que fundó y es parte de un grupo de empresas de las cuales es presidente honorario, fuera parte de un entramado de lavado de dinero para comprar fentanilo a empresas chinas que se usó para matar a estadounidenses, como sostiene la acusación del Departamento del Tesoro contra esa institución y dos bancos más, que noqueó al gobierno y lo conmocionó.
Nunca entendieron López Obrador ni el jefe de su aparato de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, que suele hablarle al oído a la presidenta Claudia Sheinbaum en su calidad de coordinador de asesores, la frase de que la percepción es más fuerte que la realidad, y que hoy experimentan en toda su magnitud. Sheinbaum le grita a la nación que no hay ninguna prueba ni evidencia de las acusaciones del Departamento del Tesoro y que, mientras no se las aporten, no reconocerán que hay lavado de dinero, pero nadie la escucha. Vector, CIBanco e Intercam, las instituciones señaladas, tuvieron problemas de financiamiento como consecuencia de las imputaciones en Washington y fueron intervenidas por las autoridades para garantizar la seguridad de ahorradores y acreedores.
La percepción es más real que la realidad. El régimen, que jugó con percepciones y emociones en el sexenio pasado y continúa haciéndolo como estrategia, no entiende este concepto y va perdiendo la batalla. Pero, para ser justos, era una pelea perdida desde el gobierno de López Obrador, que armó la trampa en la que cayó el gobierno. La secuencia que lleva a ella es simple: el Cártel de Sinaloa conecta con Vector a través del exsecretario de Seguridad, Genaro García Luna, y Vector conecta a Romo, quien, a su vez conecta, con López Obrador. Por tanto, en el campo de las percepciones, hay una relación directa entre el expresidente y el Cártel de Sinaloa.
¿De dónde sale esto? De la denuncia civil que interpuso en 2019 en Miami el entonces jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto, con autorización de López Obrador, contra García Luna, su esposa y un excolaborador, acusados de haber robado 250 millones de dólares y lavado dinero durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. El gobierno mexicano afirmó en esa corte local que el dinero procedía de contratos que dio la administración de Peña Nieto a un grupo de empresas de Samuel Weinberg y su hijo Alexis, a quienes identificó como prestanombres de García Luna.
La segunda parte del entramado está en la imputación del Departamento del Tesoro a Vector, en donde señala que una “empresa controlada” por García Luna había hecho transferencias por más de 40 millones de dólares, “procedentes de las ganancias de los sobornos” que recibió el exsecretario del Cártel de Sinaloa –por lo que se encuentra sentenciado a 38 años de cárcel en Estados Unidos–, a través de esa casa de bolsa. La vinculación entre García Luna y Vector no es directa, sino que se tejió a partir de las acusaciones de la Fiscalía General en Miami, donde argumenta que los Weinberg eran testaferros del exsecretario.
En noviembre pasado, para obtener el criterio de oportunidad que les había ofrecido la fiscalía general a los Weinberg, Alexis aseguró que habían transferido 47 millones de dólares a través de Vector Casa de Bolsa a la “organización criminal” que integraban Peña Nieto y el exsecretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, como pagos por contratos que les adjudicaron. Gracias a la suma de acusaciones de la UIF y la fiscalía general en Miami, el Departamento del Tesoro armó sus vínculos: del Cártel de Sinaloa que sobornó a García Luna, a Vector Casa de Bolsa, a través de la cual transfirió parte de sus ganancias del crimen organizado a Peña Nieto y Osorio Chong, que las recibieron de una de “sus” empresas que operaban los Weinberg.
El círculo estaba cerrado. ¿Es una realidad o es percepción? La pregunta en la realpolitik es, más bien, si importa la diferencia. López Obrador nunca pensó que utilizar las percepciones contra quienes consideraba enemigos se convirtiera en su realidad. Pero también sabemos que ni él ni nadie en el nuevo régimen piensan en largos plazos.
López Obrador, cuyo pensamiento es de alcance corto, no cuestionó a los testigos protegidos que declararon contra García Luna, condenado con declaraciones de criminales del Cártel de Sinaloa a los que detuvo, que no aportaron ninguna prueba de sus dichos, que se contradijeron en el juicio y cometieron perjurio. Al contrario, en septiembre pasado, tras la condena del jurado en Brooklyn contra García Luna por haber aceptado sobornos del Cártel de Sinaloa, López Obrador declaró que se había demostrado su culpabilidad.
Su obsesión contra García Luna, a quien le pidió que imputara como criminal al expresidente Felipe Calderón, no daba espacio a ningún análisis prospectivo. Sin ninguna prueba, sentenciaron en Brooklyn a García Luna y quedó como verdad jurídica que estaba vinculado al Cártel de Sinaloa. En Miami quedó como verdad jurídica que las empresas de los Weinberg eran del exsecretario. La acusación contra Vector no podría haberse dado de no haber existido el juicio en Miami. El gobierno de López Obrador les permitió, de esa manera, federalizar el caso y convertirlo en un asunto de narcopolítica. Qué paradoja, sobre todo si esta línea concluye hoy en el expresidente.
Ni López Obrador ni Nieto imaginaron lo que iban a detonar; ni el fiscal general, Alejandro Gertz Manero, ni el actual jefe de la UIF, Pablo Gómez, previeron las vueltas que iba a dar la venganza del expresidente contra García Luna. El gobierno de López Obrador, sin preverlo, le dio la coartada al Tesoro para ir contra el gobierno de López Obrador y su sucesora, al colocarles una Magnum 357 en la cabeza, lista para disparar en el momento que quiera Trump. Aquel manoseo de percepciones las hicieron realidad, en su contra.