Plaza Viva

Catriel, Paco Amoroso, los millennials y la Seguridad Social

Lo verdaderamente alucinante de Catriel y Paco Amoroso es que rompen moldes: juegan con la masculinidad, el género, la estética y la identidad.

Que el arte impacte en la cultura e impulse cambios sociales positivos no es ninguna novedad: bien lo entendió Madonna cuando, en plena crisis del estigma contra el VIH, llevó el tema al centro del debate público desde uno de los escenarios más visibles del mundo. En el exitosísimo Blonde Ambition Tour compartió información preventiva y abrió espacio a la cultura queer en un momento en que la discriminación era brutal.

Beyoncé hizo otro tanto con sus discos “Lemonade” y “Black Is King”, llevando a la cultura pop debates sobre racismo estructural, feminidad negra y memoria.

Ahora, en pleno 2025, y a su manera, Catriel y Paco Amoroso participan de esa misma tradición: la de los artistas que, sin presentarse como líderes morales, terminan generando conversaciones profundas. Lo hacen desde su discurso, su estética y, sobre todo, desde la respuesta de su comunidad, la que da muestras de cambios culturales que reflejan a toda una generación.


Si es que no los conoces, Catriel y Paco Amoroso son quizás uno de los dúos más fascinantes que ha dado la música latinoamericana —específicamente argentina— en la historia reciente. Tal vez hayas escuchado “El Único”, “El Día del Amigo” o “Baby Gangsta”, sus mayores hits hasta la fecha. Son los mismos que, en los últimos Latin Grammys, se llevaron cinco premios —incluyendo Mejor Álbum Alternativo— y que ahora están nominados a los Grammys estadounidenses. Un salto enorme para dos artistas que comenzaron desde abajo.

Vamos por partes: para empezar, Catriel y Paco Amoroso son hijos del Internet. No del marketing, no de una campaña millonaria, no de un plan maestro concebido en una disquera. Despegaron a partir del Tiny Desk que grabaron para NPR, un punto de quiebre impulsado por la gente: por una comunidad digital que comparte, recomienda, comenta, se emociona y construye en colectivo. En ellos vemos el reflejo de una generación que aprendió a hacer redes —no solo sociales, también humanas— para impulsar lo que la conmueve.

Pero su valor no radica únicamente en las métricas. Lo verdaderamente alucinante de Catriel y Paco Amoroso es que rompen moldes: juegan con la masculinidad, el género, la estética y la identidad. Se maquillan, se abrazan, lloran, se permiten emocionarse, cambian, exageran y parodian. Todos elementos que reflejan la dirección que tomó una generación: la millennial.

Y eso también es salud mental: una forma de resistir las expectativas que nos imponen como sociedad desde la infancia. Una invitación a ser sin miedo, a existir desde la libertad.

Pero lo más profundo está en sus letras: si escuchas con atención canciones como “El Impostor” o “Hashtag Tetas”, descubres una crítica feroz a la industria musical, a la presión por producir sin parar, a la estética del éxito constante, al culto al rendimiento, a los cuerpos perfectos y a la ansiedad como estilo de vida. Ellos ponen el dedo en la llaga de algo que sabemos: la promesa de “hacerla” puede destruirte si está basada en la exigencia brutal y no en el bienestar.

Y esa presión no es exclusiva de artistas o gente famosa. La vivimos todos. En el trabajo, en la oficina, en la escuela, en las redes sociales. Nos enseñaron que el valor está en la productividad, que descansar es un lujo, que frenar equivale a fracasar. Por eso sorprende —y conmueve— leer los comentarios en sus videos más recientes: ya nadie les pide “vengan a mi ciudad” o “saquen un disco nuevo ya”. Ahora la gente escribe “descansen”, “cuídense”, “tómense un tiempo”. Es un cambio cultural profundo.

Porque revela que nuestra generación está aprendiendo a valorar el bienestar, a reconocer que el descanso no es flojera, sino una forma de autonomía. Que la salud mental no es una moda, sino un derecho humano que debe ser garantizado. Que el burnout no es un símbolo de orgullo ni una condición obligatoria para “ser alguien”. Estamos entendiendo que la vida no puede reducirse a aguantar y solo cumplir con expectativas ajenas.

Y aquí aparece algo que puede sonar inesperado, pero no lo es: eso también es seguridad social.

La seguridad social no empieza únicamente en las instituciones —aunque sin duda debe fortalecerse desde ahí—; empieza en nuestras vidas reales: en cómo cuidamos el cuerpo, en cómo gestionamos la mente, en cómo organizamos el tiempo y en cómo nos acompañamos como comunidad. En cómo dejamos de normalizar el agotamiento y el sacrificio sin límites.

Cuando un país discute permisos de paternidad más largos, licencias de cuidados, sistemas de salud mental accesibles, jornadas laborales razonables o derecho al descanso, no está hablando de burocracia: está hablando de dignidad y de ampliar los valores democráticos de la sociedad. Y así, al ampliar los derechos humanos, se está hablando de una ruta para lograr vivir mejor sin tener que destruirnos en el intento.

La seguridad social es una herramienta de justicia social en favor de las personas que más lo necesitan, y una vía invaluable para mejorar la calidad de vida de millones de personas.

No es un concepto viejo, ni una institución distante.

Y sí: también puede escucharse en un beat, en un coro, en una coreografía o en un comentario de YouTube.

Por eso me gustan Catriel y Paco Amoroso. Porque sin quererlo, nos recuerdan que somos humanos antes que productivos. Que el futuro será más libre si lo construimos desde el cuidado, y que la música, cuando se hace desde el corazón, crea una comunidad, acompaña, sostiene, transforma para bien a las personas y abre caminos para que los pueblos sean más felices.

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