Los titulares, las discusiones en redes sociales, los temores que enfrentamos al salir de la casa nos confirma que la violencia en el país nos golpea diariamente. No se trata de una consigna contra un gobierno, sino una realidad que se ha esparcido por todo el territorio.
Es tan grave la problemática que los dos temas dominantes de la agenda pública de los últimos días, han sido las respuestas que esta administración busca dar para hacer frente ante el espiral de inseguridad: la prisión oficiosa y el mando militar para la Guardia Nacional.
Independiente de la postura que se tenga sobre estas dos propuestas, se puede adelantar que son dos medidas que tratan de administrar y contener la inercia, que no atienden las causas verdaderas de nuestra crisis de seguridad. Entonces ¿qué camino podríamos seguir para verdaderamente hacer un cambio en la estrategia para recuperar la paz en el país? En principio, voltear a sus causas.
Cuando lamentablemente suceden hechos de inseguridad que conmocionan a la sociedad, tanto gobernantes en turno como especialistas en la materia coinciden en la necesidad de ver a la violencia como un fenómeno multifactorial y profundo. En estos análisis se señala el papel protagónico que tienen elementos como la falta de oportunidades, la pobreza, la desunión de las comunidades, la violencia en los círculos familiares, así como una cultura que enaltece el dinero rápido y desprecia la vida.
Viendo estos problemas, la única verdadera respuesta que podría atenderlos se encuentra en la educación. Con ello no me refiero únicamente al salón de clases, pizarrón, docentes y alumnado. Sino en realmente que como sociedad le apostemos a crear una nueva manera de educarnos, de dotar de los recursos necesarios a esta prioridad y de crear comunidades pedagógicas que se cuidan.
La educación cambia nuestras vidas. Sin embargo, no pasa de manera azarosa sino que requiere de un balance preciso entre una familia que acompaña, alumnos bien alimentados y sanos, instalaciones dignas, docentes con vocación, capacidad y entrega, un ambiente escolar libre de acoso, programas educativos que motivan y hacen sentido e incluso condiciones externas al plantel como la seguridad en el trayecto de la casa a la escuela, entre muchos otros factores.
El incremento exponencial de inseguridad, los índices de desigualdad social, la violencia intrafamiliar, la delincuencia organizada, el trabajo infantil, así como los preocupantes índices de marginación, guardan una estrecha relación con el estado educativo y las posibilidades de romper el espiral de violencia.
Al ser las únicas plataformas de desarrollo con las que cuentan muchas comunidades, las escuelas funcionan como un termómetro que refleja el estado de la misma. Así, entre menos se le apueste a una escuela, menos se le estará apostando a las posibilidades de un futuro digno para quienes la habitan.
La movilidad social, el derecho al desarrollo y a una vida libre de violencia, solamente podrá garantizarse a través de la educación como vehículo de desarrollo comunitario. El desenlace de la crisis que nos atraviesa como país, hoy depende de la voluntad política para atender las verdaderas causas que por demasiado tiempo han sido ignoradas.