Resulta revelador que uno de los conceptos ausentes de nuestro lenguaje es el de los comunes. En algún momento renunciamos o, más bien, nos arrebataron la idea de aquello que sin mayor explicación le pertenece a todos y por lo mismo debe ser tarea de todos cuidarlo y conservarlo. En conversaciones y libros de texto me encontraba la idea de los comunes y me resultaba ajena, extraña, fuera de contexto; es de esta forma a la que se refieren al conjunto de recursos que una sociedad necesita para existir: agua, aire, tierra habitable... Este derecho colectivo invita a buscar formas de organización que garanticen la existencia de los comunes para las presentes y futuras generaciones; encuentro en nuestro país una urgente necesidad de voltear a ellos y recuperar nuestra titularidad colectiva sobre los mismos.
Las razones para recuperar los comunes resultan claras cuando pensamos en la conexión que existe entre estos y nuestra vida diaria. Estos comunes forman parte esencial de lo que cotidianamente llamamos el medio ambiente: ese lugar en el que transcurre nuestra vida sin importar nuestra aparente desconexión del mismo, es en el medio ambiente donde la vida en sociedad —y en lo individual— sucede. Por lo mismo, el cuidado y deterioro de los comunes tienen relación directa con los múltiples problemas de nuestro país. Ante esto, encontramos en los comunes un eje transversal para una agenda política para recuperar y definir el futuro que queremos. Por ejemplo: para hablar de seguridad podemos plantear la recuperación y activación del campo mexicano, pues hoy, las zonas rurales son hervideros de violencia y desiertos de alternativas y esperanza; al hablar de salud debemos abordar lo lejos que nos encontramos de la soberanía alimentaria, de decidir la forma en la que cultivamos nuestra comida y el cómo debemos nutrirnos como sociedad; al discutir sobre calidad de vida, en paralelo debemos voltear a ver nuestros ríos, la calidad del agua que llega a nuestras casas, los bosques y las áreas verdes en nuestras ciudades. Aunque lo anterior suena obvio, sistemáticamente olvidamos que el espacio común que habitamos está en absoluta relación con el tipo de vida que llevamos y el futuro que queremos.
En este sentido conviene reconocer lo lejos que se encuentran los acuerdos y compromisos asumidos en cumbres y foros internacionales sobre medio ambiente —desde el Reporte Brundtland (1987) hasta los Acuerdos de París (2016)— de las acciones y discursos políticos de nuestros días. En estos últimos, el medio ambiente se reduce a una cuestión estética y los comunes se enmarcan como mercancías exclusivas para aquellos que puedan pagarlos. Sin embargo, en nuestro país son muchas las personas que defienden con su vida los bosques, las montañas, los mares y las selvas; comunidades enteras que se enfrentan a mineras, a la tala de bosques y a contaminadores de ríos. Por esto mismo, hablar de la recuperación de los comunes debe convertirse en una lucha urgente de todas y todos, la lucha por cumplir con las presentes y futuras generaciones debe ser la más seria de nuestras discusiones, aquella que nos obligue a repensar nuestro modelo de desarrollo, crecimiento económico y nuestras aspiraciones como sociedad.
Ante esto, enlisto las que considero diez temáticas o problemas puntuales por atender para encaminarnos hacia una sociedad que reconoce y cuida de sus comunes y que, por lo tanto, se desarrolla en armonía con su medio ambiente: (1) el agua como origen de vida y derecho humano, amenazada por un manejo de corta visión y de voraz explotación; (2) la tierra como sustento de presentes y futuras generaciones y la que nos nutre, hoy marcada por la injusticia y la pobreza de aquellos que la trabajan; (3) las semillas, un bien común, parte fundamental de la soberanía alimentaria y la clave para adaptarnos al cambio climático, relegadas en el debate público y asediadas (junto con sus guardianes) por intenciones de privatizarlas; (4) la agricultura sustentable, por concepto el arte de cultivar y de habitar la tierra, donde urgen maneras de habitar sin comprometer el futuro y sin acabar con sus recursos; (5) ciudades sustentables, la búsqueda de generar relaciones sanas entre lo urbano y lo rural, entre los recursos y su consumo; (6) biodiversidad, la necesidad de una cohabitación con otras especies, entendiendo el espacio como compartido y al humano como responsable de cuidar estas relaciones; (7) costas y mares, nuestros mayores ecosistemas y de enorme fragilidad; (8) manejo de residuos y reducción de plásticos, vinculados al anterior, enmarcados por la necesidad de limpiar nuestro consumo de desechos permanentes y que nuestra huella como sociedad se reduzca y deje de amenazar a otros ecosistemas; (9) energías limpias, la redefinición del rumbo energético alrededor de energías verdaderamente limpias que desvinculen el desarrollo del incremento de emisiones de carbono; y finalmente, (10) la soberanía del conocimiento, reconocer la riqueza y diversidad de conocimientos generados desde distintas culturas y realidades, entendiendo que el reto ambiental que tenemos frente a nosotros necesita considerar y sumar todas las voces, en particular las de los pueblos originarios.
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— Pablo Montaño (@PabloMontanoB) 3 de junio de 2018
Este decálogo no pretende invisibilizar otras problemáticas ambientales que no son mencionadas, esta selección deriva de un criterio de urgencia y de posibilidad de influir en ellos desde espacios legislativos. No me queda ninguna duda de que la lucha por rescatar el entorno en el que vivimos será la forma en la que seremos juzgados por futuras generaciones.