@macafut: ¿Por qué decidí dejar de ver futbol?

Algunas protestas en contra del 'gasolinazo' se convirtieron en saqueos
Algunas protestas en contra del 'gasolinazo' se convirtieron en saqueos
Saqueos.Algunas protestas en contra del 'gasolinazo' se convirtieron en saqueos
Cuartoscuro
autor
Mauricio Cabrera
Director y Cofundador de juanfutbol
2017-01-06 |14:47 Hrs.Actualización17:36 Hrs.

Otra vez uno de esos días. Ya no como novedad, sino como confirmación. Me duele porque implica ruptura. Un distanciamiento progresivo de la primera de mis pasiones. La que llegó antes que las mujeres, las perlas negras, el matusalem platino y hasta que los libros. Pero después me digo que es mejor así. Con respeto al espacio vital de cada uno. Con momentos únicos más que con esclavización emotivo-intelectual. No es un divorcio. No del todo. Es un ajuste de tiempos y prioridades. Lo necesita el futbol y lo necesito yo.

El niño que un día fui me reclama. Me recuerda que antes quise al futbol que el periodismo. Que si en la primaria obligaba a que mi madre me comprara el ESTO, La Afición y el Ovaciones, fue por él. Que de algún modo haber aprendido a hablar, leer y escribir se lo debo a él. Que también por él sé de qué países son varias banderas. El futbol triunfó ahí donde fracasó un maestro de geografía. El niño no está solo. Mi yo de treinta y tres me recuerda que cada martes paso los mejores momentos de mi vida jugando en una cancha de Fut 5. Aunque a veces nos goleen… aunque casi siempre nos goleen. A los dos les contestó que sí, que tienen razón. Y que justo por eso lo hago. Que para seguir amándolo he de irme, pero estando. Así son los grandes amores.

Hace tiempo que el futbol y yo teníamos que hablar. O para decirlo de otra manera, mi conciencia y yo. Todo ocurre siempre de la misma forma. Primero te excedes. Te intoxicas de amor. Te enfermas de dependencia. Y entonces pasas día y noche, sábados y domingos, pensando en él o en ella, en el futbol o en la pelota. Pasé así veintiocho años. Pienso con más certeza que incertidumbre que con él y nadie más celebraré unas bodas de plata. Pero de pronto recuperas la sensatez. Aunque en mi caso, enamorado desde pequeño, no fue recuperación, sino un descubrimiento tardío. Ahí afuera, en las calles donde vivo y tocando el aire que respiro, hay fosas clandestinas llenas de cadáveres, políticos que a la corrupción arraigada le han sumado el descaro, aumentos que además de joder a los pobres afectan a la clase media de la que formo parte, y elecciones presidenciales en México y el mundo con resultados insospechados hasta antes de que la sociedad dirimiera sus ideales a través de las caritas de Facebook. Demasiado como para quedarse atrapado en una cancha de futbol. O en varias. En las de México. Y en las de Inglaterra. Y en las de España. Y en las de Italia. Y en las de Alemania. Y en las de Portugal. Y hasta en las de los videojuegos.

Ha sido una decisión dolorosa. Llevo cuatro años asimilándolo. Desde ese día en que tuve ganas de salir a cubrir el desplome del avión en que viajaba Juan Camilo Mouriño, notable coincidencia que alguien con ese apellido comenzara mi separación del futbol, hasta estas horas en que centros comerciales son saqueados mientras me preparo como desde hace catorce años para el comienzo de una nueva Liga MX. El futbol ha terminado por fastidiarme. No él en realidad, sino lo que hemos hecho con él. Es un exceso en todas sus formas. Como negocio que no se detiene ni en Navidad. Como generador de prioridades nacionales en medio de la tempestad social. Y en su función de consuelo, porque para tener utilidad como tal tendría que consumirse como medida. Como la cerveza, como el cigarro o como la comida. El futbol consumido en dosis excesivas no genera cáncer en el pulmón ni es responsable directo de la obesidad, pero sí es nocivo para la salud intelectual. Si existen el tabaquismo y el alcoholismo, debería incorporarse el futbolismo como una de las adicciones de la sociedad. E incluir una advertencia con sus consecuencias. Como los dientes podridos en las cajetillas de cigarros o como las letras chiquitas en los anuncios de Corona. Nada con exceso, todo con medida. Incluso el futbol.

No es que le haya perdido el gusto. Me emociona el América. Me llama la atención lo que pueda pasar con Chivas y su defensa de lo hecho en México. Siento compasión por Cruz Azul. Y odio a los Pumas. Pero esos sentimientos los llevo siempre. No necesito más combustible para mis emociones que las renovaciones ocasionales de rivalidad y los triunfos de mi equipo. Como aficionado replantearía la ley de Pareto. Es un 90–10 en vez de un 80–20. El noventa por ciento de mis sentimientos futboleros dependen del diez por ciento de los partidos. O sea de los que realmente me importan. No es que sea villamelón, es más bien que un buen libro me deja más que un Jaguares-Veracruz, que aprender un idioma me sirve más que ver un Porto-Marítimo, que un paseo por las calles me da más del mundo que un Frankfurt-Wolfsburgo. Y los partidos, los que en serio me representan algo, los disfruto como nunca. Porque en mi dieta de juego elijo la sustancia sobre la chatarra.

Mi separación es también profesional. La especialización percibida en términos de consumo y sabiduría en el futbol es innecesaria. Crecí pensando que debía saberlo todo. Lo más lógico para lograrlo era ver los nueve partidos de la liga mexicana, sumar los dos o tres en que hubiera algún mexicano en ligas extranjeras, leer tres diarios distintos, comprar cuanto libro hubiera de futbol aunque ello me llevara a leer menos a Vargas Llosa o a Asimov y aprovechar cualquier tiempo libre para ver programas deportivos. Después me fui alejando de la idea. Empecé a tener ganas de vivir, de distraerme yendo al cine o de zamparme cinco cubas en un bar sin ver el partido del Atlas en un sábado por la noche. Comprendí que el periodista deportivo presume saberlo todo principalmente a partir de la repetición. Va a un programa en la mañana, discute con otros, muchas veces con la discusión no como consecuencia sino como estrategia comercial, escucha, toma lo mejor, e incorpora lo de otros a lo suyo para la emisión de la tarde, y repite el proceso para la noche. Concluí que los temas son siempre los mismos y en los mismos tiempos. Que la industria del futbol es un montaje, como las funciones de circo que vienen y van con un mismo performance a distintas plazas y en distintas épocas. Es una actividad predecible. Donde otra vez aplica la ley de Pareto, pero ahora sí con apego al original. Ochenta por ciento de los intereses se alinean a veinte por ciento de los temas. Si aprendes a detectarlos, no necesitas más.

Le debo una disculpa a Carlos Vela. Lo critiqué cuando decía que el futbol no le gustaba. Que su pasión era el basquetbol. Pero ahora lo entiendo. El futbol me gusta como trabajo y como pasión. Pero ni ésta ni otras pasiones deben componer el cien por ciento de nuestras vidas. No seré, ni he sido a últimas fechas, el periodista que ve futbol obsesivamente. Incluso sé que hay dos tipos de personas que lo hacen. A los que los mueve el dinero, que presiento que es mayoría, y los que en verdad aman al futbol por encima de todas las cosas. No soy ninguna de las dos. El dinero me gusta sólo como un medio para vivir bien. No el dinero por ser dinero. Y al futbol lo amo, pero no sin condiciones. No a costa de una vida en la que me sienta más responsable conmigo mismo y con la sociedad en que habito.

Se lee como un riesgo. Y quizás lo sea. El pensamiento lógico indica que si ves menos futbol, sabrás menos y por ende crecerás menos. Pero la capacidad de contar historias nunca ha estado supeditada a las respuestas correctas en el Maratón. En una industria viciada como la de los medios deportivos, los periodistas especializados se convierten en personajes. El que odia al América. El que les dice imbéciles a todos. El que finge la voz. E incluso el falso analítico que se vale de la táctica para gritarle al mundo que es diferente, que él sí sabe de futbol. A él llegan a callarlo exfutbolistas, exdirectivos, ex técnicos y ex árbitros que dirán en automático que sólo ellos conocen el juego desde dentro. Y a todos ellos, sin distinción de grados académicos y nobiliarios, los calla el aficionado que resuelve todo con un “cállate puto, no tienes ni idea de futbol, joto cara de ano”. El aficionado, como el cliente, siempre tiene la razón. Por eso prefiero saber más del mundo y menos de futbol.

Sé que en el fondo lo acepta. Que el futbol en su nobleza me abraza como un aficionado que se compromete a darle un tiempo de calidad en vez de una entrega de cantidad. Que también me abraza como un contador de historias negado a transformar en ciencia lo que es un juego y a participar en polémicas que no terminan por el simple hecho de que en el juego de lo subjetivo nadie tiene la razón. No es un divorcio. No del todo. Es un ajuste de tiempos y prioridades. Lo necesita el futbol, lo necesito yo. Y lo necesita México.