En México se siente un vacío, como si el gobierno de Peña Nieto se hubiera dado por vencido. ¿Lo sabrá el presidente? El gobierno de México se ve cada vez más desconectado de la realidad, más distante, más incapaz de comunicarse. Y esto ocurre en el momento en el que afrontará los mayores retos en la administración.
La necia lealtad de Peña mantiene en su equipo a elementos con probidad debatible que contribuirán a degradar un legado que fue prometedor después de las reformas estructurales, y que incluso las pondrá en riesgo conforme cualquier acción con etiqueta anti-Peña se vuelva popular. Eso va a pasar después de las elecciones de 2018.
Particularmente si, como me temo, se confirma que esta administración no hará contra la corrupción nada más allá de lo estrictamente cosmético. Eso nos dejaría con un Año de Hidalgo de proporciones épicas.
Conforme resulte crecientemente evidente que el próximo inquilino de Los Pinos no provendrá del PRI, muchos tratarán de llenarse los bolsillos, antes de que vengan las vacas flacas.
El equipo de Peña ha perdido toda credibilidad. Después de décadas de política económica ortodoxa y sensata, el manejo de las finanzas públicas ha sido profundamente irresponsable. El crecimiento de la deuda y la dolarización de parte importante de ésta han sido alarmantes, pues ocurren justo cuando las tasas de interés empiezan un ascenso que continuará por décadas. El servicio de la deuda asfixiará a gobiernos futuros y le complicará el financiamiento a empresas privadas.
Pero, lo más preocupante es que eso ocurrió bajo las narices de Luis Videgaray, un hombre inteligente y técnicamente apto, quien entendía perfectamente el daño que se estaba haciendo, pero prefirió privilegiar el gasto clientelar de su partido, y pavimentar su propio (¿y fallido?) camino a la presidencia.
Este gobierno se acorraló solo. Viene una baja en la calificación crediticia de México pues el prometido superávit primario no se va a lograr ni remotamente, y menos con elecciones en el Estado de México.
Ahora, además, habrá que llenar el enorme vacío que Carstens dejará en el timón del banco central. Los únicos dos candidatos que tendrían evidente apoyo internacional serían Alejandro Werner y Francisco Gil, pero los estatutos de Banco de México presentan impedimentos a ambos. La alternativa será o alguien formado en el banco, pero sin la credibilidad instantánea que se necesita, o alguien como el propio Videgaray, que sería peligrosísimo por la tentación de usar al banco central como caja chica.
Además, el gobierno tendrá que liberalizar el precio de las gasolinas en el peor momento. Esta es una medida fiscalmente indispensable, e impostergable en términos de política económica. Años de monopolio de Pemex en el transporte de combustibles, combinados con corrupción épica, hacen que el rezago en inversión en infraestructura sea grave.
Liberar precios permitirá que el mercado envíe las señales adecuadas para promover la inversión necesaria. Incluso, es importante que haya un impuesto relevante, considerando las enormes externalidades implícitas en la quema de hidrocarburos. Pero el costo político de esta medida será considerable, particularmente sumada al impacto sobre la economía nacional que presenta la impredecible presidencia de Trump.
Termina un 2016 complicado, que será seguido de 2017 que lo será más. Se combinarán estancamiento económico, debilidad del peso, mayor inflación, creciente inseguridad y parálisis gubernamental en temas urgentes como lucha contra la corrupción, necesidad de fortalecer instituciones y de hacer algo por construir Estado de derecho. Pero, el único objetivo del equipo de Peña será ganar la elección mexiquense al costo que sea.
No puedo pensar en un mejor caldo de cultivo para fortalecer la aspiración presidencial de Andrés Manuel López Obrador. Y, dejémoslo claro, nada haría retroceder más al país que la llegada de un populista con su perfil. El hecho mismo de que crezca la posibilidad de su llegada hará que la inversión extranjera se postergue, y que la nacional titubee.
Lo grave es que quienes tendrían el poder para presionar al gobierno de Peña para que haga la chamba que no está haciendo, están más preocupados por que el statu quo prevalezca, y por no agitar las aguas, ante la falaz premisa de que toda crítica al gobierno habilita al tabasqueño.
No es la crítica lo que le pone la presidencia “de pechito” a AMLO. Es la corrupción flagrante, la irresponsabilidad, la mediocridad, y la tolerancia a la ineptitud lo que harán que la gente vote por quien sea lo opuesto al gobierno actual, e incluso contra las élites. Lo peor del caso es que en una crisis éstas tienen los recursos para salir del país, para buscar educación de calidad, para contratar seguridad privada, para meterse en una burbuja, pero el resto del país y generaciones de jóvenes perderían toda oportunidad de desarrollar su potencial.
Aprovecho para enviar mis mejores deseos para el nuevo año.
Ojalá me equivoque y 2017 nos sorprenda positivamente.
Ojalá, de verdad.