Es la gasolina. El primer problema es que no hay suficiente. El segundo, que subirá de precio. El tercero es que nuestro proveedor está enojado y el cuarto, que hay riesgo de que en México bloqueen su repartición.
Todo eso se asoma para 2017.
Pensemos en un Aveo. Ese carro de Chevrolet tiene un tanque de gasolina que hoy cuesta 630 pesos llenarlo con Magna. El próximo año, los 45 litros que caben en su depósito costarán en números redondos 750 pesos si se cumple el pronóstico de análisis como el del Citibanamex de que aumente 22 por ciento el precio del combustible.
Su dueño pagará al menos unos mil 500 pesos mensuales sólo de gasolina por llenarlo cada dos semanas. En este país quienes cotizan en el IMSS ganan en promedio 9 mil pesos mensuales.
Pagarlo enojará a algunos, a muchos. La conexión será inevitable: ¿Cuánto de ese dinero va a parar a la cuenta de un gobernador corrupto? De un alcalde, tal vez.
En México, al menos el 51 por ciento de los 13.98 pesos de cada litro resulta de impuestos que cobra el gobierno. En Estados Unidos ese porcentaje es del 21 por ciento.
Los automovilistas, como carne de cañón entramos al quite en la guerra de los precios internacionales del petróleo.
Pausa. Todo lo anterior es un escenario que supone que no nos faltará la gasolina, pero este motor cascabelea.
Este año dos refinerías salieron de operación temporalmente: Cadereyta, en Nuevo León y Salamanca, en Guanajuato. Es natural: en Pemex ya no quieren invertir en sus viejas máquinas.
Tiene lógica, repararlas resultó tan caro que es más eficiente importar el combustible.
Directivos de la empresa, en corto, lo admiten después de invariablemente encogerse de hombros y alzar las cejas. En un país en el que la corrupción permea licitaciones, todo lo que el gobierno compra navega en un índice muy alto de inflación. Entonces, las refinerías dejaron de ser confiables y como sabemos, la mayoría de la gasolina que cargamos en el coche es importada.
Ya aquí abordé antes que con los combustibles no hay tratado de libre comercio y si alguien, digamos, en Estados Unidos, quiere imponer un arancel a la exportación del combustible, no hay escudo que sirva. Allá como sabemos, el próximo presidente muestra enojo con México. (http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/nos-tienen-agarrados-de-los-litros.html)
Sumemos este caso hipotético: ¿qué tal si quienes transportan la gasolina hasta la bomba simplemente no quieren llevarla?
¿Por qué no querrían? El negocio está controlado por Pemex y en Pemex su sindicato pesa.
Los gasolineros dueños de franquicias lo saben y algunos de ellos, molestos porque no los dejan transportar por su cuenta la gasolina que venden en la bomba, demandaron hace años con éxito a la petrolera ante la Comisión Federal de Competencia.
¿Para qué? Para que les permitan hacer ellos mismos ese trabajo y con ello reducir gastos.
Pemex se defendió y el asunto llegó a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que debe decidir si da la razón a los gasolineros o a Pemex y su sindicato. Hay gente en la Corte que dice que la petrolera no ganará.
El asunto debió resolverse el 7 de diciembre, un miércoles. La ponencia a presentar es de la autoría del ministro Alberto Pérez Dayán, pero mala suerte, ese día al parecer se ausentó la ministra Margarita Luna Ramos y debió posponerse el asunto.
¿Qué dirán en el sindicato controlado por Carlos Romero Deschamps si en efecto pierden el caso? Cuando quiera que eso se decida, claro, en cualquier día de 2017.
¿Qué negocio debe tener listo el gobierno para el sindicato para evitar una queja que derive en paro?
La mezcla de un sindicato tan poderoso y furioso, con el enojo de una ciudadanía que paga más por un producto sin claridad del destino de ese dinero es algo que está en una bomba de gasolina.
Es deseable que en Los Pinos alguien analice con seriedad esta molotov.