Gil Zuarth: Tertulias frentistas

El frente se inaugura en la evasión de la autocrítica. Una clase política que se desentiende de sus propias contribuciones a la frustración
El frente se inaugura en la evasión de la autocrítica. Una clase política que se desentiende de sus propias contribuciones a la frustración
La alianza.El frente se inaugura en la evasión de la autocrítica. Una clase política que se desentiende de sus propias contribuciones a la frustración
Especial
autor
Roberto Gil Zuarth
Senador de la República
2017-08-16 |08:06 Hrs.Actualización08:11 Hrs.


Los primeros pasos del Frente Amplio Opositor dejan una sensación de profunda inquietud. La intención plausible de reducir los inconvenientes de la fragmentación política, naufraga en el ensimismamiento de los capitanes. 

La fiesta inicia con ánimo de sepelio: el adhesivo de la muralla opositora no es la modesta revitalización de la legitimidad de la política o la oferta de una agenda clara y responsable de modernización del país, sino el riesgo probable de la derrota. 

De pronto parece como si el tiempo se hubiere detenido en algún lugar de la historia: las mismas tertulias y tertulianos, especulando sobre transiciones políticas, sobre la sexenal refundación de la República, sobre el cambio político que no termina de llegar por culpa del PRI. 

Todo lo que el frente no debía ser: el fárrago de los lugares comunes, la retórica celebratoria de las coincidencias, la muy preocupante ausencia de disensos visibles e intencionales. Hasta ahora, nada nuevo, nada inspirador: sólo el miedo a la continuidad priista o el pretexto de la restauración populista. Los antis apertrechados en la nueva versión de la cantaleta del “peligro para México”. 

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El frente se inaugura en la evasión de la autocrítica. Una clase política que se desentiende de sus propias contribuciones a la frustración del cambio democrático. Ni una mínima introspección de aquellos que prefirieron pactar con el PRI y marginar a la izquierda en la primera alternancia; de los que entregaron a manos llenas los excedentes petroleros a cambio de votos en el Congreso y, de paso, alentaron la creación de esos feudos estatales de la irresponsabilidad; de los que se negaron a dialogar y hacer política útil por no importunar el berrinche electoral de López Obrador; de los que no pudieron o quisieron desmantelar al viejo régimen. 

Los firmantes del extinto “Pacto por México” pretenden recuperar su sitio en la oposición a través de otro pacto, sin reconocer que se equivocaron, de forma y fondo, en la estrategia de relación con el Gobierno y con el PRI. Se duelen de los atropellos y abusos priistas, pero renunciaron a el arma de los condicionantes democráticos y a los poderes de acoso que se gestan en la realidad de los gobiernos divididos y del pluralismo competitivo. Muestran la estampa de la estrategia pulverizadora del PRI en el Estado de México, pero ni una palabra sobre lo que la oposición hizo o dejó de hacer para que pudieran ganar.

El frente, al menos en sus secuencias iniciales, nace atrapado en los ochenta. Su léxico es del siglo pasado. Sus preocupaciones no bordan sobre un modelo de desarrollo basado en libertades, oportunidades, mercados, certidumbre, apertura e innovación. En su diagnóstico claustral, no hay nada rescatable en tres décadas de progresiva institucionalización del país. 

El “Proyecto de Nación” de los frentistas se escribe sobre hojas en blanco: nada que cuidar, nada que corregir con otra mejora gradual, nada en que profundizar. Los esbozos de su oferta se limitan a un nuevo intento de “Reforma del Estado”, a otro descabezamiento de la autoridad electoral, al enésimo cambio legal para garantizar la equidad en las contiendas. 

Los seduce la pretensión de formar una mayoría social y política que no necesite a la otra mitad representada en los adversarios. Otro reflejo ochentero: la línea maniquea que divide el bando de los demócratas buenos contra la reacción autoritaria. 

El frente reproduce el error más visible de la primera alternancia: taparse los oídos a la crítica que proviene de un importante sector insatisfecho del electorado, en lugar de entender sus causas y motivaciones; negar que en esa parte de la sociedad hay una parte encomiable de razón. El frentismo como herederos de Fox. 

Pero lo más preocupante es que el frente no logra trascender el congénito presidencialismo de nuestra cultura política. Para el frentismo opositor, no hay más factor de cambio que la Presidencia de la República. 

El voluntarismo frentista es, en efecto, profundamente centralizador: en plena crisis de lo local, en la falla estructural del gobierno más próximo, en el vacío de autoridad que prima en muchos rincones del país, se amotinan en Palacio Nacional. 

En la desconfianza crónica de lo público, se reúnen para repartir a arañazos el pastel del gabinete federal y las candidaturas en disputa. Sin agenda y estrategia común, ahí donde gobiernan o pueden incidir, se complacen repitiendo que sólo juntos tienen la llave de Los Pinos. 

Sin definiciones claras, en las claudicaciones de las fórmulas de compromiso, sin nuevos cuadros y sin una narrativa inteligente y moderna, el frente no pasará de una estrategia de las burocracias partidarias para posponer o sacar tajada de las decisiones internas. 

En los sillones de la tertulia autocomplaciente, el frente no saldrá de su cofradía.