Roberto A. Buenfil: El canibalismo no es malo

Óleo del pintor español Francisco de Goya
Óleo del pintor español Francisco de Goya
'Saturno devorando a su hijo'.Óleo del pintor español Francisco de Goya
Especial
autor
Roberto A. Buenfil
Filósofo y presidente Fundación MURAL
2018-10-23 |12:38 Hrs.Actualización12:38 Hrs.

El término no es muy viejo. Durante las primeras expediciones de Cristóbal Colón en territorio puertorriqueño (1492), denominaban caribe a la «gente fuerte» y caríbal a su bárbara costumbre de comerse unos a otros. De ahí caníbal.

Ninguna ley dice que no se puede comer carne humana. Los códigos penales de países como China, Francia, España, Alemania o México no penan la antropofagia. Si bien, sancionan la falta de respeto a la memoria de los muertos, violación de sepulturas y profanación de cadáveres, el canibalismo como delito no existe.

No hay suficientes datos biológicos para confirmar que el consumo de carne humana es algo bueno. Pero con certeza podemos decir que la antropofagia no es dañina para nuestro cuerpo. A mediados del siglo XVIII, todavía unas seis millones de personas en el mundo subsistían comiendo carne humana. En casos extremos, como el del equipo de rugby uruguayo cuyo avión cayó en los Andes (1972) y tuvieron que alimentarse de los muertos, no sufrieron mayor problema. En Campiñas, Brasil, durante 1994, un asesino vendía carne a un restaurante cuyos clientes jamás sufrieron efectos fisiológicos.

La pregunta impopular, ¿el canibalismo es malo?, no tiene una respuesta binaria. Pero sí es polisémica en tanto a sus ataduras morales. No es secreto que la antropofagia pervive en 2018 en algunas culturas. En el contexto occidental, los casos más sonados del canibalismo contemporáneo se encuentran en la cárcel. Pues muchos van de la mano con otros crímenes, como el homicidio y la mutilación del cadáver.

Entre los cientos de casos que se pueden revisar en internet, hay dos muy llamativos: el de Detlev Guenzel y el de Armin Meiwes (el caníbal de Rotemburgo). En ambos incidentes sugiero no centrarnos en el caníbal sino en sus víctimas, Wojciech Stempniewicz y Bernd Jürgen Brandes, respectivamente. Ambos, querían ser comidos: deseo que se manifestó años antes de cumplir su fantasía. En el caso de Meiwes, se comprobó que el caníbal asistió al asesinato. En el incidente de Guenzel, se mostró evidencia sosteniendo que la víctima se suicidó antes de ser devorado. Pero, aún así, ningún jurado en sus cabales dejaría libre a un caníbal a pesar de que no haya delito tipificado. No tiene desperdicio escuchar la canción de Mein Teil, de Rammstein. Estriba sobre el deseo sexual —adjetivo que es motivo de otro texto— de Brandes por comerse su propio pene y refleja una configuración psicología extraordinariamente atípica en la que por espacio no podré ahondar.

Pero el canibalismo, define el forense José Cabrera, no es una enfermedad, sino una conducta compulsiva que hunde sus raíces en los albores de los tiempos y cuyos residuos hoy se manifiestan en personas más allá de la normalidad psíquica. El perfil más o menos homogéneo del caníbal en la cultura occidental es el de un ser antisocial, pero no siempre el de un psicópata o enfermo mental. Segregado, el caníbal de la sociedad hodierna deambula, insinuando arcadas de su antojo, condenado como un ser primitivo. La antropofagia humana (porque la hay animal) no es ilícita, ni siquiera es considera una parafilia o una enfermedad. Más allá del repudio colectivo que nos hemos enseñado, ¿nos hemos planteado realmente si hay razón para desaprobarla?

Bibliografía:

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  1. (9 de abril, 2015). El relato del "comisario caníbal" que estremece a Alemania. 15 de octubre, 2018, de El Confidencial. Recuperado de: https://www.elconfidencial.com/mundo/2015-04-09/el-relato-del-comisario-canibal-que-estremece-a-alemania_755732/