Daniela S. Valencia: La derrota del Trump holandés: un respiro para Europa

Un grupo de manifestantes celebró la derrota del extremista Geert Wilders en las elecciones nacionales
Un grupo de manifestantes celebró la derrota del extremista Geert Wilders en las elecciones nacionales
Esperanza sobre odio.Un grupo de manifestantes celebró la derrota del extremista Geert Wilders en las elecciones nacionales
AFP
Daniela S. Valencia
Consultora y analista política
2017-03-16 |10:05 Hrs.Actualización11:00 Hrs.

Ayer Europa contenía la respiración mientras mantenía atenta su mirada a las elecciones parlamentarias de Holanda, consideradas el termómetro para delinear no sólo los escenarios para los próximos comicios en Francia y Alemania, sino también para la estabilidad de la Unión Europea (UE).

Quienes hoy exhalan más relajados después de conocer los resultados son los europeístas, aquellos que creen en una UE fuerte, de puertas abiertas y economía integrada; mientras que los euroescépticos se fueron a dormir con el amargor de una batalla perdida.

Mark Rutte, firmemente europeísta, actual primer ministro y candidato del Partido Liberal, consiguió refrendar su liderazgo con 33 escaños conseguidos de 150, lejos de la mayoría absoluta, pero suficientes para asegurarle su tercer mandato en coalición con otros tres partidos.

En un alejado segundo lugar, el extremista xenófobo Geert Wilders se llevó 19 escaños. Sin embargo, este impresentable personaje logró uno de los principales objetivos de estrategia electoral: marcar la agenda durante todo el proceso.

Bajo el slogan “Devolvamos Holanda a los holandeses” y eligiendo Twitter como su canal favorito para crear polémica, proponía cerrar las fronteras de su país a los migrantes islámicos, clausurar las mezquitas, prohibir el Corán, así como someter a referéndum la permanencia en la Unión Europea y el euro.

Efectivamente, Wilders fue concebido por los medios como el "Donald Trump holandés" y se llegó a temer que la victoria del republicano en Estados Unidos y del Brexit en Reino Unido, en 2016,  le dieran el impulso suficiente para tomar el poder. 

Aunque la gran mayoría de los holandeses salieron a las urnas para ponerle un freno —la participación fue de un 82% del censo, la más alta en 31 años— el debate por la identidad nacional, centro de la contienda, se queda en el foco de la discusión pública para un buen rato y le tocará a Rutte sortearlo con la mayor moderación posible. 

Y subrayo “posible” porque precisamente uno de los efectos que está causando en toda Europa el auge de estos líderes nacionalistas extremistas es una “derechización” en los discursos de los políticos y partidos que históricamente se habían colocado en el centro del espectro ideológico.

Así es como se entiende mejor la postura de Rutte las semanas previas a los comicios, quien se negó a que ministros del gobierno turco fueran a Holanda a hacer proselitismo entre sus ciudadanos emigrados por el referéndum de su presidente, Recep Tayyip Erdogan. 

El primer ministro holandés decidió correr con el riesgo de una crisis diplomática con tal de conectar con aquellos votantes que, si bien estaban aún lejos del extremismo de Wilders, sí consentían una mayor firmeza respecto a la “salvaguarda” de la identidad nacional. 

Y es que este es un fenómeno extendido en el viejo continente que surge como consecuencia de diversos factores paralelos: la crisis económica de 2008 que marcó más las diferencias entre “la Europa de las dos velocidades” y ha puesto en duda la conveniencia de la UE en detrimento de la soberanía económica de los países del sur; la creciente ola migratoria que está reconfigurando la demografía de Europa occidental; los atentados terroristas que han estigmatizado a la comunidad islámica en su conjunto; y una decepción generalizada hacia los políticos tradicionales por casos de corrupción.

Todo esto ha creado un caldo de cultivo ideal para el empoderamiento de populismos nacionalistas que con cantos de sirena venden la idea de un inoperante proteccionismo económico ante un entorno globalizado y la estigmatización de la diversidad cultural y étnica.

Aunque los holandeses nos dieron una lección de sensatez, no se puede negar que la Unión Europea como el mejor proyecto supranacional que heredamos del siglo XX pasa por su mayor crisis y debe dar respuestas prontas a quienes en los últimos años sienten que se les ha quedado en deuda.

La gran pregunta sobre la mesa es ¿cómo replantearse una Europa que abrace democráticamente la integración y la diversidad ante un modelo neoliberal que metódicamente ha acrecentado las desigualdades?

Quedarse sólo en el discurso de ataque contra los Trump´s europeos es una estrategia coja que insensatamente evade la raíz del problema sin dar alternativas al descontento. 

Holanda ha dado un respiro, ahora toca a Francia en abril próximo poner otro freno a Marie Le Pen.