Captura de Duarte: ni cortina de humo ni “chivo expiatorio” priista

Al gobierno federal y al PRI le urgía detenerlo, pero no para ganar votos
Al gobierno federal y al PRI le urgía detenerlo, pero no para ganar votos
¿Ganar o perder?Al gobierno federal y al PRI le urgía detenerlo, pero no para ganar votos
Cuartoscuro
Daniela S. Valencia
Consultora y analista política
2017-04-19 |18:31 Hrs.Actualización18:34 Hrs.

Podríamos decir que la captura de Javier Duarte le otorgó a los mexicanos otro motivo, además del religioso, para nombrar al pasado sábado como “de gloria”. Sin embargo, resulta curioso cómo en la ágora de internet (que sabemos se caracteriza por su heterogeneidad en la construcción de relatos) ha habido voces que, dados los tiempos electorales que corren, pretenden enmarcar su detención como una “cortina de humo” que beneficia electoralmente al Partido Revolucionario Institucional (PRI), o, bajo la línea argumentativa de AMLO, como un “chivo expiatorio”.

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Pues bien, un breve repaso a la teoría sobre construcción de imagen pública nos sirve para explicar por qué esta correlación carece de lógica. Bajo la visión más optimista, la captura de Javidú lo que permite a la administración peñista y a su partido es frenar la caída libre, detener la hemorragia que les significó su fuga hace medio año. Es decir, una cosa es dejar de perder y otra cosa es ganar.

La reputación de cualquier marca —en este caso, la marca “PRI”— se basa en una percepción colectiva que se mantiene a lo largo del tiempo; esta percepción nace de la decodificación que las audiencias —en época electoral, léase los votantes— hacen de los mensajes que emiten los voceros de esa marca —para este caso, son voceros de marca todos aquellos priistas con exposición pública, incluidos, obviamente, tanto candidatos como gobernantes. Para que la marca genere confianza y credibilidad, los mensajes de sus voceros deben ser unificados y coherentes. Ahí es donde al PRI se le ha generado un corto circuito. Subrayo que no estoy defendiendo que la corrupción sea un problema endémico de este partido, lo que pretendo dejar claro es por qué este caso específico no les deja salida benéfica posible.

Repasemos la construcción del relato que el tricolor intentó posicionar a raíz de que perdiera la presidencia en el 2000:

Con el concepto de “Nuevo PRI”, el antes partido hegemónico quemó el cartucho de la “refundación” para sacudirse la imagen de autoritarismo (y corrupción) con la que se identifica al Priato, y poder así transitar hacia una imagen renovada, ad hoc con la época de competencia electoral real que se consolidó con la alternancia. Dentro de sus principales alfiles para dar rostro a esa nueva generación estuvo Javier Duarte; por lo tanto, su marca personal y la marca institucional quedaron fuertemente asociadas.

El relato “Nuevo PRI” resultó eficaz en tanto que lograron recuperar la presidencia y mantener sus bastiones históricos, como Veracruz. A la debacle de esta narrativa fueron abonando episodios como la Casa Blanca, Ayotzinapa, y todas aquellas investigaciones periodísticas que exponían cómo los gobernadores priistas de “nueva generación” obraban como faraones en sus feudos estatales. En el caso de Javier Duarte, destaca la investigación de Animal Político sobre las empresas fantasma de la red de allegados al gobernador, que si bien no fue la primera alerta, lo inapelable del reportaje sí logró que los reflectores nacionales se centraran en este caso y que el ahora exgobernador consolidara su etiqueta de nuevo “villano favorito” (así como en los noventas para el imaginario colectivo lo fue Carlos Salinas).

La estrategia reactiva del PRI fue renovar su dirigencia nacional,y, con un antes desconocido Enrique Ochoa al frente, intentar apropiarse la bandera del ataque a la corrupción. Mientras, el gobierno federal ha intentado lo mismo; emitir mensajes a través de sus voceros oficiales de que atacar este problema es su prioridad. 

El problema es que, regresando a la lógica de la construcción de reputación de marca, ha sido mucho mayor el tiempo de exposición de las audiencias (votantes) a mensajes en sentido contrario que a los mensajes a favor de “la nueva lucha” anticorrupción del tricolor.

Por lo tanto, la captura de Javidú no tiene la fuerza en sí misma para borrar dicho historial, ni para contrarrestar la creencia de que tal nivel de desfalco al erario estatal sólo pudo lograrse con complicidades en todos los niveles de gobierno (al igual que su fuga).

Así mismo, la tardía expulsión de sus filas —expulsión que no se puede entender ajena a la presión de la opinión pública—, y el aplauso público de los priistas por su captura, no neutraliza el impacto que tuvo que el “destape de la cloaca” de Duarte viniera del exterior. El periodista Alfredo Lecona tuvo el arte de resumirlo en menos de 140 caracteres: “Priistas aplaudiendo a priistas que detuvieron a un priista que desvió dinero público para campañas de priistas.”

Esta detención, sumada a la de Tomás Yarrington en la misma semana, tiene mayor facilidad para incentivar el recordatorio de cuántos gobernadores priistas investigados, encarcelados y fugados van sólo en los últimos diez años; vean sus time line y observen cuántas fotos de este ahora "club de las deshonra" se comparten en viral formato de meme. Para una muestra de cómo la oposición está aprovechando esta asociación, vean la foto que tanto Josefina Vázquez Mota como Delfina Gómez tuitearon inmediatamente después de hacerse pública la captura del exgobernador de Veracruz.

Para que pudiera considerarse “cortina de humo”, tendría que haber sido un político de otro partido el capturado; para que entrara en la categoría de “chivo expiatorio” tuviera que existir duda razonable sobre la culpabilidad de Duarte.

Sí, tanto al gobierno federal como al PRI les urgía encontrarlo, detenerlo y exponerlo, pero no para ganar votos, sino para dejar de perderlos al parecer cómplices.